La vida en suspenso, jornada 35

Viernes 17 de abril

*Juro que la vi, la imagen de Pablo Casado en el telediario de la primera edición en una tienda de ultramarinos, en una esquinita, vestido con chaqueta acolchada azul marino y la preceptiva máscara sanitaria verde, correctamente peinado e iluminado, criticando al gobierno y su gestión ante la crisis, por supuesto; aunque, lo que llamó poderosamente mi atención fue el lugar: apenas quedan establecimientos como ese -críticos con el gobierno y su gestión abundan por doquier-. Seguro que tuvieron que desplazar un equipo a algún barrio “popular” -pónganse comillas también con los dedos- como Lavapiés, para encontrarlo y tomar el plano. Allí, indefenso y frágil, arrinconado entre las baldas metálicas que soportaban el peso de innumerables docenas de huevos y botes de especias, parecía tan extraño como un guitarrista flamenco en la Patagonia. Supongo que lo desinfectarían a la salida, no fuese a pillar algo raro. Al candidato Popular me refiero.

En el mismo noticiario los reyes Letizia y Felipe VI felicitan a la reina Margarita de Dinamarca por su ochenta cumpleaños. Junto con otros “royals” de distintas casas reales europeas “entran” en vídeo llamada y, en un perfecto inglés que todos sus súbditos comprendemos, expresan felicidad y simpatía hacia ella. La pantalla aparece dividida en dos planos iguales donde se nos muestra a los reyes ante un fondo ajardinado y soleado, ella con cara de perplejidad -tal vez por haber presentado ese mismo informativo durante años-, el expresándose mejor en la lengua de Shakespeare que en castellano. Corolario: los reyes son jóvenes, están conectados, sufren la pandemia como nosotros y no por ello dejan de lado sus obligaciones. Son, en definitiva, uno más. Perdón, dos.

Un amigo cuestiona la validez del confinamiento como medida frente al virus. Analizamos pros y contras: los medios de que dispone el estado, la extrañeza de la gente ante la muerte, el miedo, la conveniencia o no de confinar a todos o sólo a algunos, en función de la incidencia de la pandemia en la población de que se trate, la facilidad con que estamos dispuestos como individuos a ceder nuestros datos privados para el control de la enfermedad, la manera en que tratan de contener el virus en otras sociedades, el hecho increíble -por increíble- de que media humanidad esté en sus casas; o, que finalmente, el encierro sirva para algo -pues han de venir sin duda nuevos virus, nuevas crisis-, el precedente que sentará nuestra manera de actuar, la gran resaca económica por llegar...Como era de esperar, no llegamos a conclusión alguna, si acaso, que la gente que debería tenerlo claro, y a cuyas decisiones confiamos nuestros destinos, parece igual de despistada.

La realidad no parece tal, sino un disparate. Imagino a Juan José Millás, agudo observador de esta en sus más íntimos recovecos, disfrutando como un cerdo en una charca. Prácticamente le dan el trabajo hecho -excepto escribir los artículos-, pues es tal la variedad de situaciones extraordinarias, por delirantes -incluso para un observador poco avezado-, que se mostrará confuso ante los descartes. Si no nos mata el virus, lo hará la realidad.

“Cuando me pongo a pensar que me tengo que morir yo tiro una manta al suelo y me harto de dormir” Zyryab, Playa del Carmen, Paco de Lucía 1990

* La imágen que describo en el primer párrafo no se corresponde con la realidad, sino que se trata de un hecho imaginario y de claro carácter tendencioso. En los hechos Pablo Casado visitaba un economato de Cáritas en Madrid. La derecha y la Confederación Episcopal Española han ido de la mano desde la posguerra y la dictadura franquista, de modo que no podía ser otra la asociación de beneficencia elegida por el candidato.

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