La vida en suspenso, jornada 46

Martes 28 de abril

Abril se retira sigiloso, disfrutado —de otra manera, la vida también juega—, camino de mayo. Un mes que el virus trastoca y es, para mí, más que un mes: no hay otro igual. Ninguno es tan esperado —añorado después — porque ninguno desprende ese aroma de «días azules, abiertos a la aventura» que leí en alguna parte, no recuerdo donde; me marcó desde entonces: eso es abril para mí, un año entero condensado. Le tenía buenos planes, aunque ahora, una vez se han ido cumpliendo sin cumplirse con precisión de metrónomo —del calendario saltan tercamente orígenes y destinos de lugares que no conozco, kilómetros y posadas, precios y direcciones—, se hace extraño como un sueño vívido del que se despierta confuso: tal es la capacidad de sugestión que desarrollamos cuando en nuestra mente se fija una idea con fuerza. “El tiempo era malo allí”, me digo ante la previsión meteorológica, “menos mal que estoy aquí”, le digo a Marina queriendo estar allá.

Escribo, y las palabras se me van con Martín Caparrós al que leo estos días, las expresiones tienden a querer parecerse a las que “escucho” en este grande —me pasa siempre, soy un escritor en busca de una personalidad— de la lengua en español, hay como un eco de sonoridades latinoamericanas que quiere aflorar y no deseo traslucir, pero ahí están: los indígenas, las cholas, los guerrilleros de Sendero Luminoso, San Ernesto de la Higuera (antes la Higuera), los valles cocaleros y la pobreza. «Los campesinos somos témidos, cobardes somos», dicen sus personajes, ¿o son sus personas? Un acento, y todo cambia. Recorro de su mirada las sierras, caminos, trochas, barrancos, valles, ciudades, estaciones, pueblos y poblachos...y, ya no sé si quiero ir a los sitios donde siempre quiero ir: no por pereza o temor sino por... temor sí: a que no resulten como él los contó (¡el problema es mío, por como los imaginé!). No tendría el valor, desde luego, de dormir en el mismo cuartito de adobes donde el Che pasó su última noche de vivo, antes de mudar de cadáver a mito. Caparrós recuerda cómo conoció la idea a los diez años de su vida, de la figura del héroe; me conduce al recuerdo a la misma edad de la misma idea, diez años después; son los que median entre nuestras edades. Para entonces ya había una sonoridad que apuntalaba al mártir, incluso antes de entonces sonaba en lugares insospechados aquello que yo no sabía qué era aquello. De pronto era Carlos Puebla, y eran sus Tradicionales en la rocola de la sala de juegos de un barrio obrero de Gijón, y en la memoria suenan ahora viejos sones que conmovían mi alma de niño. Después se desconmovió. No sé por qué, o sí, pasaron cosas. Hasta anoche, cuando me atreví a dormir con Martín en la Higuera, perdón, San Ernesto de.

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