La vida en suspenso, jornada 47

Miércoles 29 de abril

Una de mis vecinas habla con su perro —de nombre Leo, en ocasiones, Leoncio— como si de una persona se tratase. No tiene pudor alguno en consultarle acerca de qué dirección tomar cuando ambos están en alguna encrucijada del barrio, tanto si está sola como acompañada. A veces reprende a Leo por hacerse el remolón, demorar demasiado junto a un árbol o el culo de otro cánido sin atender a su llamada, entonces le cuenta hasta tres: Leeeo una, dooos, yyy, ...nunca llega al final, tampoco Leo regresa, es ella quién va a buscarlo con paciencia infinita. He descubierto que trabaja en una sucursal bancaria próxima —supongo que concederá préstamos, hipotecas—, confío en que tenga las mismas dosis de paciencia con bípedos que con cuadrúpedos. Aunque mi relación con Cody tampoco pasa por ser muy normal, vista desde fuera. Hace unas tardes le llamaba a voces porque acostumbra a darme esquinazo e irse a comer las sobras que mi vecina les pone a los gatos —sí, también a estos atiende, hasta que la protectora se los retire por causa del sobrepeso—, gritaba en la Alameda transitada únicamente por las mascotas y sus acompañantes: Coody, Cooody, hasta caer en la cuenta de que estos últimos me observaban extrañados, comprendí que en el estado de embotamiento que nos habita estos días, Cody y Covid pueden llegar a confundirse con cierta facilidad. Mis vecinos salieron de su letargo como si gritase fuego.

El Gobierno anuncia que volveremos a encontrarnos gradualmente con la normalidad y entre nosotros. Ha elaborado una serie de fases donde con todo detalle —siempre insuficiente según el sector desde el que se contemple— se menciona quién, cuándo, cómo, dónde y de qué manera podremos habitar de nuevo la realidad. Ha querido la suerte, el exceso de rigor o la falta de alternativas gramaticales, que el momento de mayor parecido con la vida que antes disfrutábamos ocurra en la tercera fase; si, esta gradación se ha dividido en fases, con lo que el meme está servido: Encuentros en la tercera fase, como en la vieja peli de Steven Spielberg. Acudo a la Web para escribir correctamente Spielberg (aprovecho y corrijo también Steven) y compruebo que El Español y ABC han titulado igual, solo que un día antes. Mecachis.
Pero todo es lo mismo, nada le parece bien a la derecha salvo la posibilidad de hacerlo igual o peor. Su puesta en escena sí que tiene fases: todos “dan por culo” en diferentes grados de intensidad según el lugar del arco parlamentario donde se encuentren. Deben encontrar el sitio de cada cual respecto a los votantes, antes de que algo salga bien y “los rojos” alcancen a tocar el cielo con los dedos. En mi ya asentada afición documental, de la que extraigo grandes enseñanzas del mundo natural —y mejores siestas— ayer nos detuvimos en el cangrejo violinista; si no lo saben se lo recuerdo: tiene un gran pinzón —solo uno— que viniendo de izquierda a derecha (¿coincidencia?, ¡no lo creo!) agita en el aire para llamar la atención de la hembra. Acostumbra a hacerlo en la bajamar, momento en el que debe seducir, comer y vigilar a la competencia masculina. La hembra —¿más modesta o mejor dotada evolutivamente?— carece de pinzón, todas sus patas son convencionales, pero con ellas come el doble y no pierde el tiempo. Saquen sus conclusiones.

Ayer nos enteramos de que Bolsonaro es Messias de segundo, sabíamos que se llama Jair y que ostenta algunas fobias confirmadas: aporofobia (pobreza), filofobia (al amor, al menos por su pueblo), homofobia (universal), pistantrofobia (confiar en los demás), véase si no la fulminante destitución de su ministro de justicia y —antes—amigo Sergio Moro por incriminarlo en casos de corrupción. Lo que desconocíamos era su poder para la oratoria y el ingenio: “aunque me llamo Messias no hago milagros”, en relación con el alarmante incremento de la tasa de muertos por coronavirus en su país. Al otro lado de la balanza —y del mundo— el caso de Regino y su hijo Juan Antonio, vecinos de Turleque, Toledo; ambos pasaron juntos el terrorífico trago de la enfermedad en la misma habitación del Hospital del Henares, Coslada; el padre ingresó en estado crítico y el hijo no se separó de él aún a riesgo de infectarse. Tras 37 días ambos han salido sanos del hospital: “el tiempo lo he pasado luchando junto a mi padre. Este tiempo me ha servido para conocernos mucho mejor el uno al otro”, indicó su hijo. Como Messias, Jair.

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