La vida en suspenso, jornada 23

Domingo 5 de abril

(Para Auxi, que estará mirando)

Me duermo con una canción agarrada al pensamiento: “quiero bailar un slow with you tonight, tonight”, y el sueño viene...lento y pesado, profundo, como una barca adentrándose en aguas que fluyen mansas, cálidas, límpidas; raíces, lianas, semillas en forma de huso que caen desde las ramas de un mangle para sumergirse con un chapoteo seco bajo la superficie: ¡flop! Hace rato estoy perdido entre la tupida cubierta vegetal, remando indolente tras un ser que asoma de vez en cuando. Son ya horas de vagar errante entre canales donde me metieron la marea y el deseo siguiendo la figura sinuosa de un manatí: así le dicen los indios taínos. Un milagro bajo el casco que nada paciente en aguas cristalinas ajeno a mi presencia, mejor, ignorándola. Pasta con parsimonia eligiendo la vegetación del fondo con un criterio que ignoro: prefiere algas oscuras de aspecto fibroso, punteadas de bubas rojizas, antes que las abundantes lechugas de delicado tallo, más apetitosas. Se deja llevar por la corriente sin reparar en la sombra oscura que la embarcación proyecta cuando el fondo torna arenoso. En ocasiones voltea y muestra su panza, más clara y rugosa, las manos semejan reposar sobre el pecho y su aleta caudal oscila con suavidad, impulsando su cuerpo rotundo hacia canales más angostos; docenas de peces de color blanco y listado limón se agrupan en colonia traviesa alrededor. Me fascina su boca gruesa, su cabeza sin cuello, el belfo peludo de sus labios, la parsimonia con que ejecuta cada movimiento; a veces observo que se rasca aplicando las uñas de una de las aletas sobre la otra durante un tiempo, parece obtener algo que recuerda al placer pues su testa vuelta hacia arriba así lo sugiere, abre y cierra repetidas veces sus ojos pequeños, contrayendo con gracia los agujeros de su nariz mientras gira sobre sí buscando aire en la superficie del agua. Apoyo con curiosidad no exenta de temor la palma de mi mano sobre su morro velludo, me sorprende la suavidad aterciopelada de su boca blanda; después lo observo comer con apetito hojas, raíces, plantas flotantes que arraigan al fondo, sumergidas bajo la película nítida del canal; envidio la disposición tranquila de su ánimo, la delicadeza con que se lleva a la boca, sirviéndose de sus manos, la comida que abunda entorno. Rumia sin prisa, palmeando en la corriente fragmentos de algas que flotan a la deriva. Apoyo el remo sobre una rama cambiando el rumbo de la navegación cuando lo hace el manatí, “¿o será tal vez una manatí? Y, a estas alturas qué más da”, concluyo, he seguido su cuerpo sensual hasta este lugar entre la vegetación tupida, el griterío ensordecedor de las aves, el calor asfixiante. Hace tiempo que debería haber regresado al barco con ocho odres de agua y tanta fruta como pudiese encontrar; ni lo uno ni lo otro llevo conmigo. Dudo si acertaré a salir de aquí o acabaré engullido por esta selva, trastornado en este extraño sitio donde la luz comienza a escasear y la humedad, en cambio, parece diluirme en fragmentos como los que ingiere este animal cautivador. Hay hombres que esperan mi regreso a ese lugar donde hemos varado hace días: San Cristóbal le han dicho, de la isla de la Hispaniola. El almirante sabrá velar por ellos. Por mí parte estoy dispuesto a lanzarme al agua y abrazarme al cuerpo desnudo de esa sirena... cuando la luz desvaída y temprana atraviesa ya los vitrales de la puerta del cuarto rogando Dadme la vida que amo.


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