La vida en suspenso, jornada 20

En Las meninas Velázquez nos muestra una escena doméstica de la corte superponiendo planos diferentes de manera genial, para detener a la vez varios instantes en el tiempo, en uno de esos planos -junto a los reyes, tal vez- estamos incluidos nosotros, los espectadores, formando parte de un magistral juego psicológico al que el pintor nos convoca. En 1883 el pintor ruso de origen ucraniano Iliá Repín, tras visitar el Prado y copiar la obra de Velázquez, pintó a su vez otro cuadro extraordinario apoyándose en el primero, El regreso inesperado, donde formamos parte también de la escena al dejar el pintor el plano abierto hacia nosotros e introducirnos de manera deliberada en ese ambiente familiar. Con estos ejemplos pictóricos Juan Luis Arsuaga ilustra en su obra Vida, la gran historia, la idea de la conciencia de nosotros mismos, en sus palabras: “la capacidad de atribuir a los demás nuestras mismas sensaciones, emociones, estados de ánimo y pensamientos. Por eso vemos la sorpresa, el abatimiento, la curiosidad, la extrañeza , la alegría, pintados en los rostros del cuadro”.

Tratando de seguir el hilo de las reflexiones y ejemplos que Arsuaga propone, y haciendo un modesto ejercicio de introspección por mi parte, veo en la realidad que vivimos estos días planos bien diferentes.

De una parte la arrogante sociedad que habitamos, cuyo objetivo no es otro que el éxito a través del consumo, se ve socavada hasta sus cimientos por un agente microscópico que la paraliza y confina. En una burla del destino, ese virus (del griego toxina o veneno) no tendría posibilidad alguna de sobrevivir si no es infectando a una célula y multiplicándose dentro de ella. Personalmente, encuentro una analogía directa entre nuestra especie y el planeta que nos alberga y del que dependemos absolutamente.

No es necesario ser un visionario para caer en la cuenta de que nuestras agresiones durante décadas han colocado a la célula que nos alberga y a la que venimos “infectando” sin cesar, al borde de un abismo del que será imposible retornar de seguir por el mismo camino. Tan es así que parte de la comunidad científica ha dado en calificar a esta era como Antropoceno, debido al significativo impacto global que las actividades humanas han tenido sobre los ecosistemas terrestres. Se han descrito ya  unos 5000 virus y algunos autores opinan que podrían existir millones, de tipos diferentes; estos se hallan en casi todos los ecosistemas de la Tierra y son el tipo de entidad biológica más abundante. No es descabellado pensar que el planeta tiene también sus mecanismos de autodefensa y los “aplica” cuando lo “estima” oportuno.

Otro aspecto del mismo cuadro que protagonizamos son las medidas con que desesperadamente tratamos de defendernos de las consecuencias que el virus provoca -muerte, miedo, enfermedad-, colocándonos en un plano de indefensión, de fragilidad, que nos obliga a luchar esforzada y peligrosamente con las armas que tenemos -e incluso con las que no tenemos-, a desarrollar recursos y profundizar en aspectos de nuestra condición como especie que habíamos relegado a un segundo plano, a saber, la solidaridad.

Por que, ¿qué hacemos en casa si no es por eso? A santo de qué estaríamos encerrados en nuestras viviendas viendo la vida pasar, la primavera florecer, nuestros empleos peligrar, la economía, de la que nuestras vidas dependen también, tambalearse; la vida en suspenso en fin, esperando un pico en una gráfica que no acaba de llegar, que nos mantiene recluidos a nuestro pesar. Entendemos -nos han hecho entender- que estamos en nuestros hogares para gestionar correctamente un recurso tan valioso como escaso. La solidaridad es inducida, bien es cierto, por un gobierno que se ha visto obligado a imponernos, mediante las atribuciones que prevé la ley, dicha característica propia del comportamiento humano (también de otros animales superiores), sin esperar a que esta brote de manera espontánea desde nuestros corazones. No quiero pensar lo que sería de todos nosotros de vernos en esa disyuntiva.

Observamos también que, como nuestros antepasados, habitamos un medio hostil; basta echar un vistazo alrededor en nuestras sociedades aparentemente civilizadas para caer en la cuenta de que, así como escasean los recursos de primera necesidad en forma de sanitarios: médicos, enfermeros, cuidadores; de segunda: mascarillas, batas, respiradores, guantes; de tercera: productos alimentarios, logística, transporte; de cuarta: Internet, fútbol, entretenimiento...la sociedad se tambalea como un gigantesco castillo de naipes a punto de desmoronarse sobre sus perplejos componentes.

Imaginamos que en la sombra -confiemos mejor en la luz- de los laboratorios se está librando una batalla por desentrañar el virus, por interpretar su genoma, la búsqueda del antídoto que, aunque sea sobre el sonido de la bocina, nos libre de La peste y nos devuelva a la “normalidad” infecciosa de la que formamos parte también como especie. No soy muy optimista al respecto, pero habrá vacuna desde luego o tratamiento o profilaxis o lo que sea de manera que podamos seguir tirando, viviendo en la cuerda floja hasta la próxima, con el menor número de bajas posible, aunque eso sea terciario para los intereses de alguna firma farmacéutica; lo importante es que haya una empresa, una corporación, una entidad o un estado que sintetice el compuesto y pueda venderlo. Perdón por la ironía.

De momento, en nuestra solidaria Comunidad Económica Europea están pensando ya en términos -Griselda Pastor, Bruselas, Cadena Ser, esta mañana- como “soberanía productiva”, es decir, no externalizar, hacer en casa lo que durante décadas hemos encargado fuera; tal vez haya muerto la idea de seguir siendo nosotros los que consumamos barato y ellos los que produzcan a precios de risa mientras se contamine allí -y aquí, el aire no tiene fronteras-, se esclavice allá. Qué miedo, parece que AliExpress está a punto de solicitar un ERTE.

En otro patio de la misma realidad -esta es global, el vecindario es todo el planeta- Ecuador ve aparecer cadáveres en las calles que nadie recoge, en México los establecimientos de comida rápida sobre las aceras se niegan a cerrar (el virus es morirse de hambre, aducen con mucho tino), y en la gran feria de las vanidades y las libertades que es USA el tratamiento por coronavirus -si no se dispone de seguro médico- cuesta 35.000$.

Los medios de comunicación se adaptan, los programas de entretenimiento se elaboran desde los salones de sus estrellas, la oferta televisiva y radiofónica se multiplica, Amazon sigue distribuyendo, el Corte Inglés “te lo lleva a casa”, los ciclistas de Globo también, los Satisfyer trabajan a pleno rendimiento y a las 20.00 horas todos a aplaudir.

En nuestro plano de esta inmensa escena, a las 22.30 Mindhunter; si son cortos, dos capítulos. Llama la atención que hasta los años ochenta no se implementaran las técnicas de la Psicología en la investigación criminal en Estados Unidos -por extensión en el resto de Occidente-. ¡Hay tantas cosas que cuesta creer!

Por otra parte muchos (ver foto) parecen estar tomando ya posiciones para el final de esta crisis, proyectando de sí mismos la mejor apariencia posible. De la introspección, de la conciencia del yo -del tú, por tanto- se desprende la imágen que queremos dar de nosotros mismos, otra ventaja con que la que Naturaleza nos premió en el largo camino evolutivo. Está en nuestra memoria ancestral, como la solidaridad.

Las escenas de nuestros salones no las pintan hoy Velázquez o Repín, las compartimos nosotros a través de Instagram, Skype, Whatsapp.

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