La vida en suspenso, jornada 36

Sábado 18 de abril

Los días se suceden como las tareas que nos imponemos en esta novedosa -ya no tanto- realidad: los podcast por escuchar se amontonan en nuestro buscador, aquellas tablas que íbamos a lijar y barnizar se agolpan en el pasillo, las plantas languidecen en el balcón, los gruesos libros que habíamos reservado para una ocasión como esta, son devueltos apenas comenzados a su estante por demasiado densos: preferimos historias ligeras, que nos evadan de la realidad y su monotonía de péndulo, que no exijan demasiado de nuestra concentración o pongan a prueba nuestro intelecto.

Una vez adaptados a la nueva fragmentación del día en períodos reconocibles -desayuno, tareas domésticas, ejercicio, trabajo, comida, descanso, aplauso, etcétera- observamos como, casi por inercia, desarrollamos cierto apremio por tratar de cumplirlas a su debido momento, no fuera a ser que esas actividades se solapasen con otras que ocupan ya un lugar bien marcado dentro de ese orden imaginario: la única restricción que se nos impone es la de permanecer en nuestras casas, nadie nos dice -de momento- qué debemos hacer dentro de ellas ni cuando. Incluso las personas que no tenemos obligación de mantener rutina alguna, acabamos por adoptar una planificación estructurada del día.

A pesar de todo existe la sensación de que el tiempo no cunde, aún siendo el mismo, -¡qué digo, bastante más!- parece que en un pis-pas son ya las ocho de la tarde y quedan dos o tres cosas más por hacer antes de irnos a descansar hasta el día siguiente. Los días se suceden con lenta parsimonia aunque, paradójicamente, a velocidad de vértigo, tan pronto nos damos cuenta ha transcurrido una semana más; casi de repente es viernes de nuevo, o domingo; los hitos no los marcan ya los planes cara al fin de semana porque, sencillamente, no existe. De nada sirve escuchar con atención el boletín meteorológico: haga frío o calor, anuncien lluvia o nieve hemos de hacer lo mismo: quedarnos en casa. Me temo que, de seguir más tiempo confinados, el pronóstico del tiempo acabará por desaparecer de los informativos, como lo hicieron en su momento la cartelera de estrenos cinematográficos o la sección dedicada al fútbol.

Esta última merece punto y aparte: ha sido barrida de los medios de comunicación por la realidad; lo que permanece es la latencia ilusoria de una dinámica generadora de inmensas sumas de dinero, imagino que con el fin de que los aficionados no acaben por olvidar que un día estuvieron pendientes -durante el resto de la semana- de los resultados logrados por el equipo de sus amores en las diferentes competiciones nacionales o internacionales. Toda esa información referente a resultados, contratos, fichajes, declaraciones, sanciones, intenciones, presidentes, escándalos...se ha volatilizado como el humo. También los sustanciosos ingresos que las casas de apuestas vinculadas a tan lucrativo negocio proporcionaban. Ya no se anuncian, es asombroso. ¿Habrán desaparecido?

Los grandes espacios televisivos y radiofónicos se han reinventado, se ofrecen ahora en diferentes formatos, más caseros , igual de profesionales; la radio adquiere un protagonismo renovado y los aficionados a esta dan salida a sus inquietudes a través de colectivos vecinales, de pequeño espectro y necesidades prosaicas donde los grandes no llegan: felicitaciones, comunicados, sugerencias, recetas, canciones, dedicatorias, bingo, información local...etc. Como esa radio vecinal aparecida estos días en Sada (Coruña) que suma ya algo más de mil oyentes, cuyos contenidos elaboran los propios vecinos y consumen ellos mismos. En sus declaraciones aseguran hacerlo por “matar el tiempo”, ese del que ahora disponen en cantidad, aunque el orgullo con que lo expresan deja entrever su proximidad a las personas a quienes se dirigen.

Si algo pone de manifiesto esta extraña situación es que conformamos una sociedad que se adapta, maniobra, se expande o repliega a tenor de las circunstancias; se amolda a las nuevas necesidades con una velocidad pasmosa, dando muestras de una serenidad y capacidad de respuesta de la que ni siquiera somos conscientes.

Pensemos en ello otra vez, la mitad del planeta está en su casa.

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