La vida en suspenso, jornada 44

Domingo 26 de abril

Estos días hace treinta y seis años que compro el País, los domingos al menos. Su lectura me mantiene mínimamente informado el resto de la semana, entretenido y, ... Perplejo. En aquel tiempo, mi economía estudiantil apenas me permitía la compra del diario y algunos cigarrillos sueltos. Devorar el periódico como aquellas tardes es un raro placer que aún conservo. Del tabaco me he quitado. De momento.

¿Qué ha cambiado? Entonces había una amplia sección de ofertas de empleo —la mayoría en Madrid— que los lectores de la crisis de la reconversión industrial avilesina leíamos un poco por saber qué se esperaba de nosotros, pues en ninguno de aquellos puestos de alto ejecutivo encajábamos, ni hartos de sidra. Ahora no existe. ¡Para qué! También tenía mucho más texto: ¡había que leer! E infinitamente menos publicidad. Uno iba creciendo con “las firmas”, esponjando su pensamiento. Ahora hay sección de Sociedad, de Decoración y de regalos en fechas señaladas: el Padre, la Madre, Navidad, San Valentín, etcétera.

El nivel de perplejidad, en cambio, sigue intacto. La realidad es siempre sorprendente, vean si no:

En mitad de una crisis mundial provocada por un virus que ataca a las vías respiratorias, áreas gigantescas de la Amazonía se deforestan al objeto de dedicarlas a futuros pastos o cultivos. Mientras, su insensato presidente mira hacia otro lado y anima a sus ciudadanos a volver al trabajo (!). En Manaos los cadáveres se entierran por centenares en zanjas abiertas a tal fin. La Amazonía es el pulmón del planeta y durante el verano se había quemado ya una gran extensión.

Los países productores de petróleo, siguen produciendo petróleo. El consumo ha bajado de manera radical pero el petróleo no puede dejar de extraerse, técnica —y económicamente— no es viable. El espacio de almacenamiento escasea y se encarece. Los especuladores no pueden tenerlo en sus bañeras —ni siquiera lo han visto nunca—, los productores pagan (!) a quién lo almacene. Por primera vez en la historia, el petróleo no es rentable.

Los niños salen a la calle después de cuarenta días confinados en sus casas. Las televisiones, las radios, les preguntan qué desean hacer, responden: “tomar un poco el sol”, a otro le gustaría “jugar a la petanca”, una niña de unos cuatro años sale de su portal con la bicicleta y, así se sube, se cae al suelo. ¡Se han vuelto ancianos en poco tiempo! En cambio, sus padres desean “que tomen un poco de aire limpio” (!)

La comunidad judía ultra ortodoxa no lo es tanto cuando de confinarse se trata. En los barrios de las ciudades que habitan, la pandemia campa a sus anchas porque se niegan a dejar de acudir a los funerales y exigen volver a las escuelas talmúdicas. Sus rentas son muy bajas (!), un 70% de los hombres no trabaja en absoluto: estudian las escrituras sagradas y, tienen hijos. Muchos. Alegan desconocimiento de la medidas impuestas al resto de la población por carecer de ordenadores o teléfonos inteligentes. Cuando el ejército cierra sus barrios, el incremento del uso de Internet en estos crece un 40%. El resto de la población, que sí se confina, paga impuestos para que esta comunidad estudie, tenga hijos y se niegue a ir al servicio militar obligatorio (para hombres y mujeres a partir de dieciocho años).

El fútbol —¿pandemia global?— ansioso porque se desactive la vírica: el río de dinero se ha estancado, no fluye. Los jugadores están en sus casas, los espectadores también; este producto no se puede almacenar como el petróleo, es perecedero; si no se consume, se estropea (lesiona). Los médicos deportivos aseguran que nada será como antes: los goles no se celebraran con escenas de afecto, en los saques de esquina dejará de haber agarrones, empujones, escupitajos, toque de genitales, mordiscos, ... Se marcarán las distancias. La barrera, ya no lo será tanto. En los cambios no habrá besos entre jugadores, ni choque de manos, ni abrazos; no habrá broncas de estos frente al árbitro. El terreno de juego y el balón estarán desinfectados (!) Tal vez los hooligans ya no se agredan por miedo al contagio. Y en los despachos se dará ejemplo: edificante la relación entre la directiva del Barcelona F.C. o entre esta y sus jugadores; entre los presidentes de la Liga Nacional de Fútbol Profesional (¡LaLiga!), la Asociación de Futbolistas Españoles y la Federación Española de Fútbol (perdón, esta es Real). Ahí están todos, a partir un piñón.

El juego asociado a las apuestas deportivas (futbolísticas) desciende a mínimos históricos (si consideramos historia lo que comenzó ayer). ¡Que no cunda el pánico, el póker online recoge el guante!.

Álex Grijelmo nos cuenta en el diario la muerte de Marcos Mundstock, otro Luthier que se va. Al parecer, el proyecto no se resiente, han incorporado savia nueva desde hace tiempo y renovado su repertorio, manteniendo el clásico. Cincuenta años después, la historia de Johann Sebastian Mastropiero sigue haciendo reír igual, contada por otros. Que extraño era reunirse para escuchar a Les Luthiers una y otra vez, aunque ya nos supiéramos las historias: “más tropiero que nunca”, y rompíamos a reír como el primer día.

La editorial Lumen publica una antología de la poetisa Edna St. Vincent Millay: mujer libre, bohemia, bisexual e intensa, que dejó escrito en el Nueva York de los años veinte —del pasado siglo— “mi vela arde por ambos cabos”. Hoy sería bien distinto: pandemia, me too, sida, ...

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