La vida en suspenso: jornada 4

Miércoles 18 de marzo

Acudo al barco para coger algo de herramienta y abordar los trabajos y chapuzas domésticas que me he impuesto durante estos días de confinamiento obligatorio. Que rabia da no poder quedarse por aquí y realizar las docenas de tareas pendientes de cara a la temporada que está al caer, pero así están las cosas, nos dicen que nos quedemos en casa y debemos tratar de ser consecuentes, aunque sea tan sólo por dar ejemplo a la “tripulación”, ya que no fue posible el sábado pasado. En realidad no me dio la gana, espero que no tenga consecuencias graves. En el puerto hablo con la vecina de pantalán, ella vive en el barco y nunca antes habíamos charlado, dado lo atípico de esta situación nos animamos a hacerlo. Me cuenta que es patronista, trabaja en la firma de moda Bimba y Lola desde donde la han mandado para su casa-barco -no sin echar largas jornadas, de hasta doce horas, para dejar a punto su trabajo- por lo excepcional de la situación. La sorprendo montándose la mesa del aperitivo -o comida- en la amplia bañera de su barco. No parece un mal encierro, aunque todo se ve siempre mejor desde fuera. Critica al gobierno por la mala gestión y afirma que en Madrid la gente se hacina en el metro para cumplir después medidas absurdas. Como cantaban hace ya muchos años Vainica Doble, “dos españoles, tres opiniones”. Así estamos, tratando de adaptarnos a una normalidad que no lo es en absoluto. Me sorprendo despidiéndome abruptamente, en realidad no teníamos mucho más que decirnos, con la excusa de que debo ir a hacer la comida. Caminando sobre las maderas de los pantalanes me veo como el conejo de Alicia en el país de las maravillas: “llego tarde, llego tarde a una cita muy importante,...”, todo comienza a adquirir tintes surreales.

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