La vida en suspenso, jornada 1

Buque Yamato
Sábado 14 de marzo 

Día radiante en la ría de Vigo, el sol ha salido como una premonición de las semanas que nos aguardan, aunque eso iremos sabiéndolo conforme pase el tiempo de encierro. Visto desde hoy, sólo parece un mal sueño. Como buen español que no cumple con lo que recomiendan las autoridades, salgo a navegar con un amigo, estoy ansioso por probar la instalación de la nueva barra del timón, ahora sin holguras, de comprobar cómo responde el barco en general después de haber realizado algunos cambios en jarcia, gobierno y velamen. La compañía de Manolo es perfecta: habla poco, es servicial, atento, tiene espíritu de equipo y es más prudente que yo mismo. Además no tiene inconveniente en plegarse a un plan o al contrario, el caso es estar a gusto en una situación, por otra parte, de privilegio. Paseamos por la ría con viento flojo y, después de varios bordos y un poquito de motor cuando el viento rola y cae definitivamente, arribamos al playón de Barra. Paraíso hallado en el extremo noroeste de la ría para regocijo de todos los vecinos, donde la primavera se manifiesta una semana antes de lo esperado por la cantidad de polen que flota en el agua. Proviene de los bosques de pinos que caen por la ladera del extremo de la península y cabo del Home hasta tocar el mar. Una explosión de vida que se renueva cada año y hace de esta zona un lugar idílico para vivir. De momento me conformo con poder llegar en barco y pasearla. A fin de cuentas, también me gusta Italia -incluso en esta crisis- pero prefiero tenerla presente en el deseo que habitarla: una vez los sueños se hacen realidad, dejan de ser tan hermosos. Es condición humana, no podemos vivir sin desear. Tomamos la empanada y la tercera cerveza -yo, Manolo bebe bastante menos- y nos disponemos a echar una buena siesta sobre cubierta al sol traicionero de marzo -protección mediante- que recorre el arco del cielo por el sur sobre un azul hiriente, el barco aproado al norte con brisa suave y la larga ola estallando cadenciosa en la playa de este a oeste; nos sobrevuelan nubes de polen, también un dron al que saludamos, para caer más tarde en la cuenta de que bien pudiera ser la guardia civil. Entonces la sonrisa se congela. Mi economía no está para multas. Imagino que habremos de acostumbrarnos a estos nuevos dispositivos y, sobre todo, a no hacer el español cuando nos lo indiquen.

El viento salta de nuevo a media tarde. Levaremos ancla para dar una cabalgada hasta la playa de Rodas en las Islas Cíes y comprobar una vez más su fama de encantadas: contemplar cómo desciende el sol sobre A Lagoa dos Nenos, en la Illa de Montefaro, es un raro privilegio que inevitablemente conecta con el aspecto más Peter Pan que cada uno llevamos dentro. Sólo la carencia de permiso de fondeo nos obligará a ser más Wendy en esta ocasión, considero que por hoy ya hemos delinquido bastante. Una elegante virada por proa con las Illas de Ons en el horizonte, al fondo de la boca norte de la ría, y a puerto con ola y viento de popa, dejando las aventuras para la estación que comienza. La ciudad aguarda rosada y extrañamente silenciosa para el atardecer de un sábado, destellos de sol en las ventanas y sirenas azules que recorren las calles desiertas.

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