La vida en suspenso, jornada 3

Lunes 16 de marzo

Tras la modorra propia del domingo, esperamos el lunes con cierta expectativa, ¿cómo será el exterior en este primer día laboral?, ¿cómo estarán las tiendas?, ¿y las personas?, ¿habrá colas en los supermercados?, ¿papel higiénico?, ¿será el caos? Nada más lejos, rutina y normalidad absolutas. Algo de escasez en algún producto concreto -pollo, yogures-, digamos que la oferta no es absoluta, como a menudo. Por lo demás, todo anodinamente habitual. Queda en nosotros una leve sensación de codicia, no teníamos prácticamente nada en la nevera y abandonamos el supermercado con un buen carro de productos. Mejor, así tardaremos más en volver. En las cajeras no se percibe inquietud, angustia, o sobredosis de trabajo; muestran una normalidad un poco aburrida, debe de ser que todos los clientes preguntamos las mismas cosas y están un poco hartas ya de responder a las mismas cuestiones. Somos más previsibles de lo que creemos. Ya en casa cierta obsesión de mi parte por mantener ocupada a “la tripulación”. Sé que la rutina y la desidia dan lugar a motines, entonces me ocupo de ocupar, lo que acaba por cargarme de trabajo extra, desbordándome y dando lugar a conflictos. Como escribo estas líneas retrospectivamente, me he dado cuenta ya de que cada uno ha de ir encontrando poco a poco su lugar y, dentro de un orden para el orden, debemos abordar aquellas tareas que vayan surgiendo; no limpiar la cubierta de continuo, como si estuviéramos en las calmas ecuatoriales. Eso genera discusiones y, lógicamente, alguna ha habido ya. Aspirado de suelos, limpieza con lejía, repaso de las manillas con alcohol, cera para aquellas habitaciones cuyos piso estaba descuidado, desmontaje de la baranda de madera que cubre el metal del balcón, lijado de la misma y protector al metal para que el óxido no actúe, despejar el balcón de plantas, hierbajos y tiestos rotos...A una semana vista todas estas medidas parecen el fruto de una mentalidad hiperactiva y delirante: is Me. Desconozco porque mi hija me sigue aún a todas partes.

Comienzan las series de aplausos en los balcones. Creo que llevo peor el factor ñoño que el encierro en sí mismo; pero todo puede ser peor, en el pueblo donde vive mi hermana (Piedras Blancas, Asturias) cantan el Asturias Patria Querida desde las ventanas, antes de los aplausos colectivos. Me muero. Estiro el paseo a Cody tanto como puedo. Se hace raro ver a las cuatro personas que transitamos las aceras con perro, uno se ve obligado a saludar como si fueran estos los últimos seres en la Tierra.

Nos ponemos los dos últimos capítulos de Gentefied -esa serie blanca de Netflix que cuenta la historia de una familia mexicana, en un suburbio de los Ángeles. Lo mejor, el Spanglish- pensando que estamos transgrediendo las normas más básicas de urbanidad y disciplina doméstica al recogernos a la una de la madrugada. Mañana no hay mucho más que hacer, salvo lo mismo de hoy. Excepto limpiar la cubierta y pintar el casco del barco.

Comentarios