La vida en suspenso, jornada 13

Jueves 26 de marzo

La luna se levanta sobre el mar ya oscurecido, un pequeño gajito iluminado que el viento intenso del norte contribuye a perfilar, el resto del círculo se adivina difuminado sobre este que parece sonreír con una mueca burlona. Venus brilla intensísimo en lo alto y juntos, conforman la imágen de un cíclope que observase la Tierra y sus desvelos durante estas jornadas luctuosas. Sobre la península del Morrazo un helicóptero bate aspas durante largo rato, el sonido llega inconfundible y monótono desde el lado opuesto de la ría; observo las luces de popa del aparato, inmóviles en la distancia, y pienso que esto ocurre cuando ha habido algún accidente y los equipos de Salvamento Marítimo trabajan sobre la costa. No parece que sea el caso, ningún foco ilumina el agua y el desplazamiento final de la nave hacia su base lo es a velocidad demasiado lenta para tratarse de emergencia alguna. Incertidumbre pues. En estas jornadas de desazón, cualquier hecho por anodino que sea nos conduce a pensar en situaciones catastróficas, como si no hubiera ya bastante con la realidad que se nos ofrece a diario en toda su crudeza. Las cifras de ancianos fallecidos en las residencias comienzan a ser alarmantes, los infectados por el virus demasiados, y el desbordamiento de la sanidad pública inquietante -la privada, por boca de su presidente (¡hay un presidente, claro!), ofrecía ayer desde el telediario transparencia y eficacia(¡)- por no hablar de la Unión Europea que no acaba de aprobar planes de ayuda de emergencia a países seriamente afectados como Italia, Portugal y España; Alemania y Holanda se oponen una vez más a partidas económicas de ayuda sino es bajo supervisión posterior del gasto, es decir, una intervención en las economías de los países a quienes se preste. Los mecanismos de solidaridad se resquebrajan de nuevo, poniéndonos a los ciudadanos ante el espejo de la Comunidad Económica Europea (la de la “pela”) y no de la Unión Europea (la de los valores, la cultura y bla, bla, bla), como nos habían hecho creer durante las últimas décadas. Crisis tras crisis -guerra en los Balcanes, financiera en 2008, deuda griega e intervención económica, refugiados sirios, inmigrantes africanos, Brexit, y ahora coronavirus- nos alejan cada vez más de esa Europa ideal, unida en estados federales donde el tráfico de personas, mercancías, cultura, solidaridad, empleo, garantías políticas y libertades, así como una defensa del medio ambiente y el crecimiento económico en condiciones justas -comparado siempre con el resto del mundo; desde luego Europa tiene infinidad de carencias y un enorme recorrido de mejora pero, personalmente, no querría vivir en otra parte- parece saltar por los aires cada vez que hay un problema. Hoy asistimos a un sálvese quién pueda generalizado, e incluso países con un enorme peso específico en el grupo como Francia, dan muestras de perplejidad ante las espantadas alemana y holandesa. Parece ser que el miedo a la ultraderecha y su significativo crecimiento en todos los países de la Unión, incluido el nuestro, está detrás de la negativa a facilitar fondos y equipos con que combatir las crisis. Si esto es así, más vale que desarrollen y prueben la vacuna pronto o no la contamos. De momento se han emplazado para seguir hablando en quince días. Vamos apañados. Durante años nos han hecho creer a los ciudadanos que lo que ocurría en Europa -en el gobierno de Bruselas-, tenía más trascendencia e interés para nosotros que lo que pasaba en nuestros patios traseros, en nuestras casas o plazas de vecindad. Y hemos llegado a creerlo, hemos ido a votar en las elecciones al Parlamento Europeo, en ocasiones, con más rigor y certidumbre incluso, que a nuestros propios Parlamentos -hablo por mí, desde luego- por eso me duele comprobar que la idea de esa Comunidad, cuyas virtudes he esbozado anteriormente, es incapaz de gestionar una crisis como la actual con la solvencia, rapidez y eficacia requeridas; pero sobre todo con solidaridad pues los gobernantes no han dejado de repetirnos que el virus no entiende de fronteras, aunque parece que las evidencias demuestran que el dinero, como toda la vida, sí. Y el dinero, está en el Norte. Como cantaba Kortatu en los años ochenta: "la asamblea de majaras ha decidido: mañana sol, y buen tiempo". Y han resultado ser visionarios.

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