Mayo 17: Funterrabía.

Así lo escribo, y no Hondarribía u Hondarribi como se nombra en la actualidad, porque así lo denominó Luis Paret cuando visitó esta localidad en 1786 para pintarla. La suerte me acompaña una vez más y, casi por casualidad, conduce mis pasos hacia el estuario de Txingudi. Allí se ha construido un centro de observación de aves e interpretación de este espacio intermareal de altísimo valor ecológico, además de disfrute de paseantes y deportistas, capaz de reconocer un lugar antes degradado. Pues bien, fue esa la perspectiva que el artista eligió de entre las infinitas posibles, y no hubiera llegado a ella si la curiosidad o la proximidad al lugar donde me alojaba (Irún), hubiesen sido otros; o, tal vez sí. Pues desde allí se aprecia, en toda su majestuosa dimensión, la Vista de Fuenterrabía que el artista llevó al lienzo. Casi con el mismo aspecto que tendrían cuando los visitó, hoy podemos ver el contorno de la antigua ciudad amurallada, el palacio de Carlos V (ahora Parador Nacional) y el elemento más característico de la pintura, la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y del Manzano, cuya linterna se alza desde la ciudad y el estuario en tonos rosados hasta casi confundirse con la calima y la luz de atardecer. En un interesante giro histórico-artístico, el mismo palacio acogió Diego Velázquez, quien, en calidad de Aposentador Real, viajó hasta la localidad en 1660 para entregar en matrimonio a María Teresa de Austria con Luis XIV de Francia. La entrega tuvo lugar en la isla de los Faisanes, algo aguas arriba de este Bidasoa que riega Txingudi, y de soberanía compartida entre Francia y España. Carlos III, rey de España, y la persona que encargó a Paret esa pintura, era bisnieto —lo mismo que su hermano, el infante Luis Antonio de Borbón, protector y mecenas de Paret— del rey Sol. Y a ambos artistas, con ser uno extraordinario y el otro genial, no alcanzaba su arte sino como virtud secundaria. 

Pero es el estuario, la marisma y las aves que pueden observarse en él lo que causa mi absoluta fascinación en esta hermosa mañana de mayo. No es necesario esforzarse mucho para apreciar zancudas de afilado pico —recto o curvado según su predilección por determinados insectos; orientado hacia abajo o arriba; más corto, delgado o grueso en función de sus hábitos alimenticios—, o distintas especies de ánades, garzas, espátulas o aves rapaces que constituyen una cadena trófica sin fin; cada una especializada en su alimento: algas, insectos, mosquitos, almejas, mejillones, pececillos que obtienen tras un corto buceo, etcétera. Contemplar, en soledad y sin ruido a las crías de una focha común que persiguen incesantes a su madre quien, tras una inmersión siempre demasiado prolongada para ellas —desgarbados polluelos de cabeza carmesí, gorguera amarilla y oscuro plumón que zapatean el agua con sus patitas en todas direcciones—, aparece con un trofeo en el pico y lo ofrece a cada una en orden estricto, es un espectáculo natural al alcance de cualquiera: en el centro asesoran al visitante, le regalan un práctico folleto con el que distinguir con claridad hasta cincuenta y cuatro especies, y hasta le prestan los prismáticos. Y en fin, me permito la proximidad al país vecino para expresar la siguiente boutade: la visita a estos espacios a primera hora del día, con la luz reflejándose intensa en el verdor de algas, hojas y limos, e incluso en el caparazón de las docenas de tortugas que se desplazan calmas en el agua de sus charcas, constituye una experiencia más enriquecedora que la visita al jardín que Monet habitó en Giverny, con toda seguridad atestado de visitantes que se hacen selfis; seguro que el puentecillo que lo atraviesa está reforzado para soportar el peso de tanto turista año tras año. Avisé, se trataba de una broma. 

Hay quienes gastan también la broma de colgar en Internet, imágenes de aviones del cercano aeropuerto de Guipúzcoa —aunque en la fotografía no se aprecia, está al borde mismo del agua, entre la marisma y la torre de la iglesia, al fondo—, como un ave más de las que habitan el estuario. Llevan razón, en justa reciprocidad, estos —lo mismo que los trenes que pasan a Hendaya desde la vecina Irún y quedarían a mi espalda—, han invadido el espacio que antes pertenecía en exclusiva a aves, peces,... reyes y reinas de ambos países. 

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