Mayo 17: Funterrabía.
Pero es el estuario, la marisma y las aves que pueden observarse en él lo que causa mi absoluta fascinación en esta hermosa mañana de mayo. No es necesario esforzarse mucho para apreciar zancudas de afilado pico —recto o curvado según su predilección por determinados insectos; orientado hacia abajo o arriba; más corto, delgado o grueso en función de sus hábitos alimenticios—, o distintas especies de ánades, garzas, espátulas o aves rapaces que constituyen una cadena trófica sin fin; cada una especializada en su alimento: algas, insectos, mosquitos, almejas, mejillones, pececillos que obtienen tras un corto buceo, etcétera. Contemplar, en soledad y sin ruido a las crías de una focha común que persiguen incesantes a su madre quien, tras una inmersión siempre demasiado prolongada para ellas —desgarbados polluelos de cabeza carmesí, gorguera amarilla y oscuro plumón que zapatean el agua con sus patitas en todas direcciones—, aparece con un trofeo en el pico y lo ofrece a cada una en orden estricto, es un espectáculo natural al alcance de cualquiera: en el centro asesoran al visitante, le regalan un práctico folleto con el que distinguir con claridad hasta cincuenta y cuatro especies, y hasta le prestan los prismáticos. Y en fin, me permito la proximidad al país vecino para expresar la siguiente boutade: la visita a estos espacios a primera hora del día, con la luz reflejándose intensa en el verdor de algas, hojas y limos, e incluso en el caparazón de las docenas de tortugas que se desplazan calmas en el agua de sus charcas, constituye una experiencia más enriquecedora que la visita al jardín que Monet habitó en Giverny, con toda seguridad atestado de visitantes que se hacen selfis; seguro que el puentecillo que lo atraviesa está reforzado para soportar el peso de tanto turista año tras año. Avisé, se trataba de una broma.
Hay quienes gastan también la broma de colgar en Internet, imágenes de aviones del cercano aeropuerto de Guipúzcoa —aunque en la fotografía no se aprecia, está al borde mismo del agua, entre la marisma y la torre de la iglesia, al fondo—, como un ave más de las que habitan el estuario. Llevan razón, en justa reciprocidad, estos —lo mismo que los trenes que pasan a Hendaya desde la vecina Irún y quedarían a mi espalda—, han invadido el espacio que antes pertenecía en exclusiva a aves, peces,... reyes y reinas de ambos países.
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