Mayo 4: Gorliz- Bakio

Está nublado y huele a tierra mojada tras la tormenta de anoche. Camino entre bosques de roble, laurel y pino. Tengo alojamiento en Bakio y no hace calor. Todo pronostica que será un buen día. Al final, "será lo que dios quiera", como me dijo Emilio, peregrino profesional, en el camping de Górliz. "Que Dios te bendiga", fueron sus palabras de despedida. Bendecido quedo.

De estar enfermo (ni Dios o el diablo lo quieran), el sanatorio de Górliz, frente a la playa de la bahía de Plentzia es un lugar espectacular donde convalecer. Ni el Berghof de La montaña mágica se le asemeja. Este, bien podría pasar por un hotel de cinco estrellas por ubicación y presencia. Incluso cuando se levantó, hace poco más de un siglo, se dedicaba también a dolencias pulmonares, como el hotel que inmortalizó Thomas Mann.

Interpretación ocurrente de los colores de la ikurriña: rojo y blanco de señalización del sendero contra el verde feroz de las praderas.

Tras fotografiar a un potrillo que tengo frente a mí, este expulsa una buena cantidad de bostas a modo de saludo, es su forma de decirme Egun on.

"Dios no tiene ni idea de cuántos creyentes le debe a Bach" (Émile Cioran). Lo cita Javier Cercas en El loco de Dios en el fin del mundo. Tal pensamiento me viene a la cabeza a la vista de este roble centenario entre la niebla.












¿Sería parecida la cabaña en el bosque de Thoreau? 

Sale el sol. El aspecto del bosque cambia: eucaliptos y pinos en explotación dejan atrás a robles, enebros y laurel.

Toda la tripulación del Beti Itxasoko en Armintza (Lemoniz) es de raza negra, salvo el patrón, de inconfundible nariz vasca. Apenas desembarcan una docena de cajas de pescado.









Carta abierta:

Señores explotadores de los montes de eucalipto (no puede llamarse bosque a un monocultivo tóxico para el resto de especies y el suelo):

La gente que camina estos montes que ustedes trabajan, consume y se aloja en los pueblos donde viven ustedes. Deja dinero en forma de restauración o pernoctas que sus vecinos hosteleros seguramente agradecen. La próxima vez que lleven a cabo una tala, y si son tan amables, procuren no talar también las marcas de señalización del camino: son dos líneas paralelas o cruzadas, blanca y roja. En su defecto, y si es imprescindible cortar ese árbol, repinten esas líneas en uno próximo, Mesedes. La palabra me la enseñó un vecino suyo, hostelero por más señas.

Sin saberlo, los explotadores del monte hacen sabotaje (del francés sabot, zueco; los trabajadores franceses de las primeras industrias calzaban zuecos; cuando querían reclamar mejoras al patrón arrojaban zuecos entre los engranajes de las máquinas y saboteaban así la producción); en lo que a mí respecta, acabo de dejar 18 euros en el bar del puerto de Armintza, 40 en el camping de Górliz y 55 en el alojamiento de Bakio. Así hasta llegar a Hondarribia. No es justo.

Tal vez sea una sugestión, pero en la carretera que conduce a la central nuclear de Lemoniz no se escuchan pájaros; el silencio es absoluto, como la premonición de algo fatídico: ahí sigue ese cadáver de hormigón y acero cuarenta años después. Desde el mar, impresiona; desde tierra no quiero imaginarlo. Casi me alegro de haberme perdido en el monte de eucaliptos.

Parece que hoy no queda más remedio que claudicar: después de dos potentísimas cuestas arriba, que conducen a carreteras sin salida, de no hallar en modo alguno la ruta que lleva a Bakio, y de perderme por causa de los hitos arrancados, decido tomar el autobús. Conmigo se monta una cuadrilla de mujeres (y algún que otro hombre) latinas. Llegan agotados después de una jornada de doce horas de trabajo en una sidrería-restaurante local. Me avergüenzo de mis problemas de caminante.

El pez grande intenta comerse al chico una vez más. Sergio Pagán, gran "pajarólogo" y divulgador musical, se hacía eco en su magnífico programa La hora de Bach, del atentado ecológico que el museo Guggenheim prepara en la reserva de la Biosfera de Urdaibai. Parece que sus gestores desean abrir una sucursal, precisamente ahí, a 40 minutos en coche de la primera. 



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