Mayo 15: Pasaia.
Lo interesante, aun a día de hoy, es la enorme y abrigada bahía interior que guarda su angosta entrada: desde mar abierto nadie sospecharía que tiene capacidad para acoger y construir grandes mercantes de todo tipo. A la vuelta de Errentería, el pueblo donde he pasado la noche anterior, recorro el margen derecho de la bahía desde el fondo de saco que forma el pueblo de Lezo hasta el extremo donde se abre al mar; me sorprende la cantidad de instalaciones portuarias y su magnitud. Desde un alto, a los vecinos y a mí nos es dado ver un simulacro de accidente que deja a todos perplejos por su realismo y medios destacados al lugar. Uno de ellos asegura haber visto el tronco de un cuerpo humano: «ya me ha cuajado el estómago», suelta antes de saber que se trata de un maniquí. «Para que la Ertzaintza entre en el puerto ha de haber un muerto o algo así», apostilla otro. La franca expresión del vecino me deja pensando en ese "algo así".
Una placa muy próxima al lugar desde donde fue pintada la escena que vemos arriba recuerda al marqués de Lafayette, quien embarcó desde este puerto español para ayudar al pueblo americano en su lucha por la independencia de Inglaterra. «Lafayette embarca en 1777, pero la declaración de independencia había tenido lugar el 4 de julio de 1774, y la guerra, que había comenzado en 1775, todavía se prolongó hasta 1783», aclara con pasión la encargada de la oficina de turismo de Pasaia. Frente a la cuestión de por qué en este puerto asegura solvente, «entonces, Francia era aliada de Inglaterra y podía ser tenido por traidor a su patria si embarcaba desde su territorio; además, con el embarco, subía a bordo una partida de armas guipuzcoana con destino a las Trece Colonias, las que darían más adelante lugar a Estados Unidos.»
—Poco después tiene lugar la Revolución francesa —insinúo.
—En efecto, en 1789. El siglo XVIII tiene una importancia capital en la Historia de Occidente, aunque sea el gran desconocido. Después vendrá la invasión napoleónica, las sucesivas guerras y la reconfiguración del mapa de Europa, además de la profunda transformación social de la mayoría de países.
Cuando le enseño el escenario pintado por Paret y solicito su consejo para ubicarlo, tras mirarlo unos segundos, la mujer responde enseguida con acierto:
—Tuvo que ser desde aquí —responde situándolo en un mapa turístico.
Me despido agradecido a la persona que vive con pasión su profesión, no sin antes detectar en su mirada un atisbo de estupefacción por mi interés hacia la pintura y el pintor.
Debido a la falta de alojamiento, termino de pasar esa noche en Pasaia en un cuarto recomendado por la encargada del albergue de la localidad: pertenece a una conocida y se parece bastante a aquel en que dormiría Ismael la primera noche en New Bedford antes de embarcar en el Pequod; por fortuna, sin la compañía de un arponero vendedor de cabezas con quien compartir la cama. Por lo demás, la habitación era igual de cochambrosa que la que Melville describe en Moby Dick. Para colmo, cometí el error de no seguir el consejo de su protagonista en aquella ocasión: «Bueno, Ismael, dondequiera que vayas, dondequiera que en tu sabiduría decidas que vas a alojarte esta noche, mi querido Ismael, asegúrate de preguntar el precio y no seas demasiado exigente.» Lo mismo que él, dormí vestido esa noche. Cuando al día siguiente, el patrón de esa suerte de Posada del Chorro me pidió treinta euros, me maldije por no haber tenido en cuenta sus consejos.
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