Mayo 12: Getaria-San Sebastián.

Llaman poderosamente mi atención las ikurriñas que veo por doquier; la más simpática, la que corona el barco pirata en el parque infantil de la playa de Ea. Me detengo en sus colores: "La bandera del País Vasco, tiene tres colores: rojo, verde y blanco. El fondo es rojo, sobre el cual se coloca una cruz verde de San Andrés y, sobre ella, una cruz blanca. El rojo simboliza el pueblo vasco, el verde la esperanza y la independencia, y el blanco la concepción cristiana de la vida. Estos colores son, además, parte de la historia del País Vasco, ya que la Ikurriña fue creada en 1894 por los hermanos Sabino y Luis Arana, fundadores del Partido Nacionalista Vasco", asegura la enciclopedia. En mi imaginario, asociaba esos colores con el intenso verdor de los campos que atravieso, el blanco de las olas que rompen en sus agrestes costas, o el apasionado corazón del pueblo vasco. Compruebo que me equivoco una vez más. Por fortuna, vienen en mi ayuda otros colores en una expresión menos patriótica, aunque mucho más vital: la ropa secando al sol siempre ha evocado, en mi imaginario, la belleza de la vida.  

Como bello es el color del campo de golf de Zarautz atravesado en un instante por la sombra de una nube pasajera, donde acuden "a echar la mañana todos los jubilados del PNV" —cuenta una amiga que reside en esa localidad costera—, y dispone de la única pradera de hierba natural donde practicar ese deporte al lado del mar de nuestro país. Desde luego, la vista resulta hermosísima desde lo alto: el ratón de Getaria como fondo costero, la playa repleta de jóvenes que cabalgan las olas, y los golfistas tratando de meter la bolita en el agujero para así completar el par del campo. Visto desde el lugar donde me encuentro este lunes de primavera, pensando siquiera  un poco en la deriva del mundo actual, no cabe duda alguna de que Europa es un jardín y mi condición de caminante afortunada. 

Cuando encaro la calzada de Aganduru, antigua vía de comunicación entre los núcleos de Orio e Igeldo, me congratulo de mi decisión de recorrer el Camino en dirección opuesta a Santiago (no en vano, es mi intención localizar los lugares que Luis Paret plasmó en sus pinturas y se encuentran en Bilbao, Bermeo, San Sebastián, Pasajes y Fuenterrabía, y comprobar cómo han cambiado con el paso del tiempo; de otro modo, caminaría en procesión con la multitud de peregrinos que encuentro en dirección contraria, y el trayecto se me haría insoportable. Así, nadie escucha mis resuellos cada vez que corono un monte y alcanzo uno de los más hermosos: el valle que separa Zarautz de Orio desde lo alto Zudugarai. Desde allí, es posible apreciar la mano del hombre moldeando un paisaje de colinas amables, como si de un jardín zen se tratase: bajo un manto de nubes y verdor de praderas, la tierra se organiza igual que si un monje japonés acabase de pasar su rastrillo imaginario sobre ellas.


Antes de alcanzar San Sebastián, en lo alto del monte Igueldo, un anciano da vuelta a la tierra con una horca o bieldo. Lo hace concentrado y paciente; tomando, con cada bocanada de aliento que inhala, conciencia del esfuerzo que supone clavar la herramienta en el terreno y remover después los terrones que extrae y orea a la brisa fresca de mayo. Esta, llevará en suspensión partículas saladas del mar que rompe debajo y se escucha, de tanto en tanto, desde el camino que atravieso. Se mezclará con el canto de los pájaros que cantan por doquier en esta suerte de paraíso vegetal y arbolado donde el hombre tiene la fortuna de vivir. El espacio en el que trabaja no alcanza los diez metros cuadrados, pero el celo que pone en hacerlo es garantía de la bondad de las verduras que brotarán de él. O, tal vez, su intención resulte más prosaica y, si trabaja lento, sea con intención de no lastimarse.


Una vez en Donosti encuentro alojamiento en el Koba Hostel, antiguo garaje situado en el barrio de Gros y reconvertido en espacio turístico, donde sus sagaces propietarios han sabido intuir los tiempos del turbo-capitalismo para exprimir al máximo el beneficio de un espacio antes dedicado al "reposo" de los vehículos; y donde ahora es posible dormir un precio "económico", siempre que se esté dispuesto a compartir las instalaciones y renunciar a la intimidad de un espacio concebido como amigable, sostenible, tolerante y cosmopolita. ¡La cuadratura del círculo!

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