Mayo 10: Motriko-Getaria

Trato de huir del exceso de prisa o ansiedad que embarga a los peregrinos que caminan en sentido contrario. Anoche, un joven italiano trataba de reponerse de una tendinitis provocada por embarcarse en jornadas de treinta o más kilómetros. ¿La razón?, lograr estancia en el siguiente albergue. La densidad de caminantes obliga a madrugar, hacer jornadas maratonianas o tratar de adelantar en el camino a los posibles competidores por la ducha o el colchón. 

Esta mañana huele a estiércol de vaca, pasto fresco y manzana verde en el camino que conduce hacia el flysch de Sakoneta. Flysch, "piedra resbaladiza" en la lengua de quienes primero se interesaron por la apabullante belleza de estos plegamientos de rocas duras —granitos, pizarras, areniscas, reza la enciclopedia—, los investigadores alemanes. Pueden verse entre Deba y Zumaia. Junto a una de las playas donde mejor se aprecian, personas de nacionalidades diversas nos detenemos para admirar y tratar de desentrañar su misterio desde uno de los carteles divulgativos a pie de costa: contemplamos, ¿nos contemplan?, entre 80 y 50 millones de años, en función de la proximidad o no de los plegamientos a la costa. Visto lo cual, resultan patéticos los excrementos dejados por los independentistas más paletos y uni-cejos en el marco del cartel: «independentzia eta sozialista» nos obligan a leer. Y siento como si alguien hubiese a mis pies al pie de una rosaleda. 

Por fortuna, al poco comienzan a verse campos de chacolí, un vino blanco e insustancial para mi gusto que aquí celebran como algo extraordinario. Pero lo que es incontestable, es que este campo cubierto de vides bajo el cielo acerado que anuncia lluvia inminente y se cierne sobre ellos, ofrece un paisaje bellísimo; de una serenidad casi tan mansa como los burros que pastan ajenos a todo en esos prados. El asombro me lleva a detenerme a fotografiar la enorme verga negra de uno de ellos. No seré el único. Al alejarme, un grupo de jóvenes inglesas hace lo propio entre risas incrédulas. Razono que, si el animal dispone de un miembro tan grande en relación con su envergadura —huelga el chiste fácil—, es porque la hembra ha de tener una vagina de profundidad similar; de otro modo, no se explica. Demasiado a menudo, tendemos a fijarnos en lo evidente e ignorar su contrario. Se me ocurre una semejanza sencilla, tal vez no tan ingeniosa como creo, pero sin duda acertada: si hay infinidad de galaxias, estrellas y planetas en el universo es porque hay una materia y energía oscuras donde estos se "sustentan", hacen posible su existencia, y estas es inmensamente mayor que todo lo que vemos —ven los astrónomos con sus telescopios—, con ser inconmensurable. Paradojas de la ciencia.

Cuando los carteles no se vandalizan —ocurre demasiado a menudo—, es posible aprender en el camino: una de sus variables más interesantes, viaje interior o deporte, mediante. Así ocurre con el calero de Urasandi, una estructura de piedra hoy comida por la vegetación donde, hasta mediado el siglo XX, se utilizaba para elaborar cal viva. Al cocer la piedra caliza en esos hornos a temperaturas entre 900 y 1000 grados centígrados, transformaban el carbonato de calcio en óxido de calcio. Esta se empleaba después para blanquear las fachadas, abonar los campos, evitando el barbecho, o sanear las cuadras y curar las heridas de los animales. Una industria que desapareció con la invención del cemento Portland y los abonos químicos.

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