Tramo 3, etapa 4, Camino del Cid: las tres taifas, Gallocanta-Calamocha

Algún hechizo mágico, una vibración en la "Fuerza", tal vez un olvido o quizá todo al tiempo hubieron de suceder en el entorno de Gallocanta y su laguna, para que esta no fuese desecada como lo fueron otras durante el franquismo: Antela en Xinzo de Limia, La Janda en Tarifa... Se consideraba entonces que unos carrizales improductivos donde se posaban las aves y se llenaban de mosquitos en el verano, no eran lugares que favoreciesen el ímpetu emprendedor del régimen. En el caso de la Janda la laguna se entregó a terratenientes locales que se apresuraron a desecarla y repartir sus tierras. En Antela se pergeñaron y ejecutaron varios proyectos a lo largo del siglo pasado donde, con inversión extranjera, complicidad local y tenacidad suicida, se consiguió vaciar la laguna hacia el río Limia y convertir la zona en un inmenso patatal, hoy sujeto a las fluctuaciones del mercado.


Por eso extraña que en Gallocanta las aves vengan y vayan a su antojo, migrando año tras año desde el principio de los tiempos, sin grandes amenazas a su medio natural, a pesar de estar rodeadas de campos de labor donde, además, consiguen su sustento picoteando en ellos. Tampoco incomodan las granjas porcinas que se reparten por el pueblo y cuyo olor te recibe a varios kilómetros de distancia. Los terrenos que rodean la laguna se llenan de bandadas de grullas que pasan el día buscando su alimento en ellos para regresar de noche a las aguas del lago entre estridentes graznidos. Al amanecer del día siguiente repetirán la operación para llenar el cielo con su vuelo majestuoso. Miden más de un metro de altura y dos de envergadura, por lo que no es difícil avistarlas desde los apostaderos que rodean la laguna a pie de agua o desde un alto mirador construido entre las junqueras. Además de grullas, se pueden ver miles de patos y aves acuáticas graznando o parpando, que es el sonido que realizan estos bichos según la Wikilengua, y el común de los mortales conocemos con la onomatopeya de cua. En fin, un afortunado misterio, que continúe.


Cuando se diseñó el Camino del Cid, las diputaciones autonómicas de Castilla y León, Aragón y Valencia, implicadas en su elaboración, trataron cada una de ellas de llevar a los viajeros hacia los lugares que consideraban de interés dentro de su territorio; en el caso de Gallocanta la laguna se parte entre las provincias de Zaragoza y Teruel, administración de Aragón, aunque próxima a Castilla-León que incide en la decisión de la ruta a seguir. Se acordó incluirla en el trazado y rodear la laguna en los tránsitos a pie o en bicicleta. Poco tuvieron que ver el Cid o el Cantar, pues, con el trazado que recorremos los caminantes: una vez más, el Cid no pasó por allí, que se sepa. Afortunadamente, a las aves les da igual bajo que administración están o si el Cid pasó o dejó de pasar; ellas solo desean que las dejen parpar, graznar, piar, gruir o gorjear desde sus aguas en paz.

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