Tramo 3, etapa 12, Camino del Cid: las tres taifas, Bronchales-Albarracín


Fauna: 

Bronchales: un cartel informativo nos habla de los señores del bosque: corzo, ciervo, gamo. Habitan estas tierras. Me quedo con las cuernas para diferenciarlos; en el corzo son pequeñas y puntiagudas, en el gamo tienen forma de paletas estriadas, en el ciervo son divergentes y dispersas, como las raíces de un árbol. Si vemos un corzo desde atrás, sabremos que es macho por la mancha blanca que tiene en el culo: es alveolada; si tiene forma de corazón, se tratará de una hembra. Tomo nota, por si me encuentro con alguno/a.

Grillos. Sorprendentemente, escuchaba más en Zaragoza ciudad que en estos bosques, planicies y sembrados: "cousas veredes".

A la sombra de un galpón, en una hermosa llanura entre pinares, me encuentro a una familia equina: caballo, yegua y potrillo se refugian del sol, hacen tiempo entre bocado y bocado. Da gusto verlos así, dueños de su destino.

Unas veinte vacas pastan felices -o eso creo- mientras el vaquero las mira aburrido. Charlamos. Le digo que voy a Albarracín siguiendo el camino del Cid: "no me gusta Albarracín, es todo muy antiguo, a mí me gusta lo moderno", responde. "Han de dar buenas chuletas, esas vacas", intento saber. "Muy buenas, en Albarracín, por treinta euros, te ponen una que no te acabas. Pero a mí no me gusta la ternera, la vendo y compro pollo o cordero". "Son las primeras vacas que veo en trescientos kilómetros", afirmo. "Pues como siga bajando el precio de la ternera, serán las últimas". Continúo mi camino.

En un sembrado pasta apaciblemente -imagino- un rebaño de ovejas y cabras. No tendría nada de particular, sino fuera por el tremendo pollón —mi primera opción fue escribir vergajo, pero este se aplica solo a los toros; pene me pareció ridículo—, que le cuelga a uno de ellos. Pasando los veranos en tierra de bóvidos, caigo en la cuenta de que nunca había reparado en este apéndice; abundando en la materia, los cojones -o testículos- tampoco se quedan atrás: el escroto es como mi cabeza. Pobres -o no- ovejas.

Flora:

Esta es tierra de pinares, pero no exclusivamente, abundan también las sabinas, encinas y carrascas, y en este último tramo han comenzado a aparecer robles, de hoja alveolada y caduca; amarillean, hermosísimos, compitiendo con los chopos que aparecen junto a los cursos de agua o zonas umbrías. Junto a una alberca he disfrutado de una variedad de estos, cuya hoja, al otoñar, es de intenso color rojizo. Recapitulemos: tenemos rojo de los chopos, amarillo de los robles y verde de pinos y sabinas, recortados contra un cielo azul intensísimo. Me siento afortunado caminando entre ellos.




Una sabina muestra -pintada en su tronco orgulloso, firme, retorcido, nudoso- la marca rojiblanca que indica el Camino del Cid.  Se me ocurre que, de ser Rodrigo de Vivar un árbol, sería sabina. Cómo, sino soportar dos destierros, la prisión de su familia, el desdén de la nobleza, innumerables batallas, hambre, frío, sol, atrocidad, privaciones... y seguir siendo leal a su rey: retorciéndose, adaptándose, como hace la sabina en el monte.

Símbolos:

Un hito derribado me trae a la memoria las palabras de "la Dueña", la mujer que me alojó en el Pobo de Dueñas: "si ves cualquier anomalía, error o problema en la señalización, da parte a la organización". Tomo las coordenadas de este, después de tratar, inútilmente, de ponerlo en pie.

Banderas. A lo largo de todo el Camino, en las diferentes provincias, en galpones, viviendas, fincas, estructuras, naves... he visto banderas de España, en mejor o peor estado: unas hechas jirones, otras inmaculadas. Atravieso la España Vacía, esa cuya región tiene menos habitantes por kilómetro cuadrado que Laponia, según Sergio del Molino. Conmueve la desafección, esas muestras de amor no correspondido, el absoluto desinterés desde Madrid.

Pero Teruel existe. Un diputado en el congreso, Tomás Guitarte: lo nacieron en 1961 en Cutanda cerca de Calamocha, Teruel. Se traslada siendo niño, con su familia, a Valencia, allí estudia EGB, BUP y Arquitectura en la Universidad Politécnica de esa ciudad. Comienza su vida pública en 2000 como promotor del AVE Madrid-Valencia. Allí reside, y allí pace. "¿Es que no había otro?", me dirá con amargura un joven de Albarracín cuando tocamos el tema.

Palabras: acequia, aljibe, alberca, albufera, alcantarilla, albañal, almadia, aceña, azud, noria, rambla... todas de origen árabe, todas asociadas con el agua, con su gestión y uso respetuoso, eficaz, de ese recurso escaso, fundamental, que nos conforma. Solo un pueblo que carece de ella ha sido capaz de enseñarnos a utilizarla. Hoy almuerzo junto a una acequia, bajo unos chopos, observo el agua correr con fuerza, arrastrar docenas de hojas amarillas y, cuando salgo de mi embeleso, pienso que no me vendría mal un hamman, bueno, tal vez una buena ducha bastase.


Ensueño:

Ya huele a especias, a canela y clavo, a vainilla, a regaliz. Tras aquellas lomas grises, ha de estar Albarracín. Ya presiento sus murallas, sus calles empedradas, sus balcones, asomándose al abismo; los aleros que se tocan entre sí, sobre las casas de yeso rojizo. Los patios fragantes, el olor de la higueras y el jazmín; las hembras, sensuales, que no aprueba el muecín. El Guadalaviar sinuoso recortando los barrancos entre umbríos meandros. Ya puedo escucharlos, ya los oigo desde aquí: el rumor que trae la brisa son los chopos junto al río, ya se oye Albarracín.

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