Tramo 3, Camino del Cid: las tres taifas, Zaragoza

Dos legionarios ya licenciados se encuentran después de décadas en Caesar Augusta; mientras recorren los puentes que salvan el Ebro, hacen memoria de batallas pasadas, las glorias pretéritas, los fracasos estrepitosos a que se condujeron por su pie o el de sus superiores. Trataban de pacificar la península. Sus pies, espaldas, brazos y rostros sufrieron el sol abrasador de la Tarraconensis, los rigores del hambre en Lusitania, la humedad de Gallaecia, el aprendizaje en Carthaginensis. Jamás pisaron la Betica. 

Bien pudiera ser esta la historia que nos ha traído a Zaragoza a mi camarada y a mí, mas no es el caso: aunque rememoremos viejas batallas laborales, disfrutaremos de la amistad en esta hermosa ciudad que nos acoge en plena pandemia de coronavirus. Situados bajo la estatua de Goya que flanquea uno de los extremos de la plaza del Pilar, no dejo de maravillarme -él está habituado ya- ante la colosal estructura de la catedral: esas espigadas torres conteniendo un dédalo de cúpulas ornadas con tejas en vivos colores (curiosamente el verdiblanco musulmán, con notas amarillas) que, una vez iluminada de forma artística, sobrecoge al incauto viajero. En la misma plaza, el bello edificio comercial de La Lonja; a nuestra espalda, la Seo de Zaragoza con su orgulloso minarete rematado con un chapitel barroco. El conjunto apabulla.

Aunque mi ánimo se encoge cuando me cuenta que aquello que se venera es, en realidad, un pilar propiamente dicho, un basamento (!), sobre el que la virgen se apareció a Santiago y sus discípulos conversos, en el lejano año cuarenta de nuestra era. Nunca dejará de sorprenderme el sentimiento religioso. Gran parte del conjunto se asienta sobre lo que, en la ciudad imperial, ocupaba el foro: en efecto, en la jornada siguiente tendremos ocasión de disfrutar de la disposición subterránea de la ciudad y maravillarnos con las soluciones que la ingeniería romana daba a los asuntos constructivos: aguas sucias, termas, puentes, acueductos... Para ponerlas frente a la arquitectura mozárabe de diez siglos más adelante, así pues, visitaremos la Aljafería, actual sede del Gobierno de Aragón en lo que antaño era la zona extramuros; hoy se alza este palacio fortaleza de presencia bellísima, donde el exterior robusto, firme, disuasorio, contrasta vivamente con el interior: sensual, delicado, voluptuoso: en la ejecución de sus molduras en yeso, en sus patios interiores con agua corriendo en rumorosas acequias, artesonados y decoración que, aunque perdida en gran parte, consiguen trasladarnos al esplendor del reino de Zaragoza en la época de Al Muqtadir, a quién el Cid sirvió. Mas tarde lo ocuparían sucesivos reyes cristianos. No en vano, es la mayor representación del arte mozárabe de nuestro país. El conjunto palaciego alberga en su interior la torre del Trovador, donde el autor romántico Antonio García Gutiérrez sitúa su drama homónimo; después daría lugar a la famosa ópera de Giuseppe Verdi: Il Trovatore.  Almorzaremos en casa Emilio, célebre restaurante y casa de comidas, donde tuvieron lugar los movimientos reivindicativos de la clase trabajadora en la ciudad de Zaragoza, las luchas clandestinas por los derechos civiles y las reuniones culturales de parte de la sociedad aragonesa durante el franquismo y la democracia; llenan las paredes dibujos, firmas, pinturas, dedicatorias, de José Antonio Labordeta, Rafael Albertí, Silvio Rodríguez, etc. 

En el palacio museo que Ibercaja posee en el centro de la ciudad me maravillo con la totalidad de los grabados de Goya, expuestos de forma rigurosa y con breves explicaciones de cada uno de ellos. En especial disfruto con las tauromaquias de Pepe Romero entrando a matar y la cogida mortal de Pepe Hillo en la plaza de toros de Madrid; un relato escrito por mí hace un año estaba basado en esas dos láminas, tenerlas delante fue un regalo. Como regalo fue la exposición por sorpresa de Juan Genovés, recientemente fallecido. Grandes formatos en impactante colorido, sobre esa particular visión de la sociedad que tenía: un pegote de acrílico sobre el lienzo que después coloreaba o al que añadía pequeños objetos, conformaban al sumarlos un universo humano observado desde lo alto: hormigas indecisas que se mueven sin un plan preciso. Un regalo inesperado, como lo son los mejores.

El laberíntico Tubo de la ciudad hace frente con bizarría a la prohibición de ocupar las terrazas y, así, estas rebosan algarabía festiva como si no ocurriese nada. Temen que los vuelvan a encerrar de nuevo y disfrutan mientras pueden. Hacemos lo mismo.

El teatro romano, literalmente incrustado en la ciudad, emociona casi como la primera vez que a uno le sorprende la Fontana di Trevi en mitad de Roma. La magnificencia del graderío, la riqueza de sus materiales y las dimensiones que hubo de tener, lo dejan a uno sin aliento.

Observo que, a lo largo de los paseos por la ciudad, en cualquier parte, haya o no una zona verde próxima, los grillos cantan como si estuviéramos en agosto. Sorpresas del cambio climático.


La mañana del domingo amanece espléndida, como ya parece costumbre en esta época. La explanada de la basílica se llena de gente: jóvenes ciclistas, patinadores, una manifestación republicana que solicita una consulta para abolir la monarquía -me pregunto si no será demasiado pronto, hay bazas que deben jugarse para ganar o no jugarse-, y una larga cola para acceder a la catedral. Nos sumaremos. En el interior, las banderas de todas las naciones latinoamericanas, dos bombas de la Guerra Civil que arrojaron los rojos y la virgen detuvo, el famoso pilar que el papa besó y hoy, no es aconsejable, los frescos sobre dos de las cúpulas atribuidos a Goya y prácticamente inapreciables. Recuerdan las composiciones de Genovés pero a la inversa. En la cercana Lonja se muestra una exposición de Manuel Outumuro: toda la farándula de los últimos veinticinco años está representada allí en extraordinarios retratos en blanco y negro, ocasionalmente en color; composiciones bellísimas, rostros expresivos, llenos de encanto, de vida, de fugacidad –Bimbá Bosé, David Delfín, tan jóvenes, tan bellos, tan desafortunados-, retratos en sucesivas etapas de Penélope Cruz, Nawja Nimri, Elena Anaya, Almodóvar, etc. Soberbios, Marisa Paredes, Javier Bardem... Otro regalo de la mañana dominical junto con la bellísima cubierta de la Lonja: filigrana en piedra semejando margaritas. Despedimos el recorrido en las hermosas termas de la ciudad, hoy vago recuerdo de lo que debieron ser, su factura fue tal que rivalizaba con las de Pompeya, y le granjearon a su promotor la alcaldía de la ciudad.

Después de unos digestivos en una tranquila placita, tras la Seo, estos dos viejos legionarios se emplazarán de nuevo de aquí a unos años; contemplando el Ebro fluir caudaloso hacia el mar desde cualquiera de sus puentes, uno se pregunta qué no habrá visto el río desde que atraviesa estas tierras: todos nuestros afanes no son para él más importantes, que el crujido de una caña al partirse en la corriente y ser arrastrada hasta el Mediterráneo.

Comentarios

Publicar un comentario