Tramo 3, etapa 3, Camino del Cid: las tres taifas, Daroca-Gallocanta



Los corporales de Daroca:

"El noble Berenguer de Entenza lideraba compañías llegadas de Daroca, Calatayud y Teruel para hostigar a los musulmanes al sur del río Júcar tras la conquista de Valencia por Jaime I en 1238. Los sarracenos reunieron una importante hueste y sitiaron a los cristianos.

Después de un traidor ataque de los moriscos desencadenado en el preciso instante en que los cristianos asistían a misa, cuál no sería la sorpresa del cura oficiante cuando fue a echar mano de las seis hostias recién consagradas que había ocultado debajo de una piedra y las encontró ensangrentadas y pegadas a los corporales del envoltorio. El hecho se consideró como un milagro y ante el prodigio, los cristianos se lanzaron a la lucha encabezados por el cura. Los musulmanes fueron completamente derrotados". (Extraído del blog Lugares con Historia, que publica Javier Ramos de los Santos).

¿Qué os parece? Si la historia de los corporales -me fue explicada de manera breve por la monja que guarda el museo de la parroquia de Santa María de los Sagrados Corporales, en Daroca-, os resulta poco interesante, debéis entrar en el blog de Javier Ramos y leer, además, La burra que llegó a Daroca (sin desperdicio).

Tal vez lo que no indican ni la monja ni Javier Ramos, es que en la Edad Media el tráfico y producción de reliquias de los santos, apóstoles, profetas y mercachifles de todo pelaje, constituía una muy buena fuente de ingresos para el convento, iglesia o parroquia que los poseyese. Incluso, no era necesario siquiera poseer un real o dudoso legado material, bastaba inventarse una buena historia. Y así ocurrió con los monjes de San Pedro de Cardeña y el Cid, quien, aseguraban, ganó una batalla después de muerto: cuando los almorávides pusieron cerco a Valencia, los cristianos que la protegían vistieron y pusieron a caballo el cadáver del Cid, y de este modo consiguieron ponerlos en fuga, tal era el respeto que su sola figura infundía. Cardeña fue el segundo enterramiento -el Cid murió en Valencia y allí fue enterrado por su esposa y los suyos- que tuvo Rodrigo Díaz de Vivar (hoy descansa, presuntamente, junto a Jimena bajo el crucero mayor de la Catedral de Burgos). En realidad, toda la historia de los huesos es francamente rocambolesca. Cardeña fue expoliada por las tropas francesas durante la Guerra de Independencia, y los huesos de la pareja esparcidos por el suelo. Después aún sufrieron varios avatares que ponen en duda su llegada a Burgos. En cualquier caso, el monje cisterciense que me atendió cuando visité el sepulcro (previo pago de tres euros, creo recordar) lo muestra como si siguieran allí enterrados, no solo él, sino sus hijas Elvira y Sol (!) y todos los miembros de su mesnada (!!!).


Hoy, en la parroquia de Santa María de Daroca, igual que en San Pedro de Cardeña, si se desea conocer aquello que pudiera tener valor artístico o religioso, hay que pagar. La iglesia en sí misma no tiene mayor interés —aparte del arquitectónico—, todos los "tesoros" que albergaba se han trasladado, convenientemente, al museo. Son visitables previo pago de tres euros. Entonces sí, ahí se nos abre la cueva de Alí Babá, excepto los famosos corporales podemos contemplar: huesos sagrados dentro de brazos de plata asomando a través de un cristal, un palio en perfecto estado de revista -listo para ser usado cuando vuelvan los buenos tiempos-, dípticos, trípticos sobre tabla con bellas pinturas de carácter sacro, cálices, copas, sagrarios, ¡y un piso completo que me dejaba atrás! -la monja tuvo la buena fe de advertirme, "hay más en la planta superior"-, donde hice tiempo contemplando todo tipo de casullas lujosas, más por no contrariar a la religiosa que por verdadero interés. Olvidaba el cráneo completo de San Fausto, con las mandíbulas desplazadas y sujetas por un alambre, dentro de una urna de cristal finamente labrada. ¿Es lugar para llevar a los niños un fin de semana?, honestamente, no.


Y es todo lo que Daroca ofrece al viajero. El resto de sus iglesias, de bella arquitectura románica o mozárabe, no se pueden visitar, están cerradas. Debemos conformarnos con darles la vuelta y leer los carteles ilustrativos ante sus fachadas. Igual que "La mina", afamada obra de ingeniería civil que encauzaba las aguas que venían en torrentera a través de la calle Mayor con las fuertes lluvias. Imagino que sigue haciéndolo. En lo alto del pueblo, junto a las murallas que lo rodean, unos azulejos recuerdan a Antonio Mingote, hijo de este.

Había reservado la mañana para conocer Daroca y lo que me llevo son reliquias y la historia increíble de unos "Corporales". Por cierto, venden mascarillas con su imagen serigrafiada: ¡una, seis euros; dos, once euros!

Me hago de nuevo al campo, a la Naturaleza -mi única diosa-, para gozar con el sol de octubre en la cara, el rumor del agua en los oídos, el aroma a hojas muertas, entrando vivamente en los pulmones: verdaderas reliquias arbóreas que serán primavera en unos meses. Y ascender entre acequias hacia el cielo en Gallocanta: junto a los campos de almendros, bosques de carrascas, encinas y pinares, se me encoge el corazón con los colores, el ánimo se aviva y me empuja a subir las tremendas cuestas que han de conducirme a la laguna de las grullas. Y todo gratis, sin pagar un euro.

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