Tramo 3, etapa 11, Camino del Cid: las tres taifas, Orea-Bronchales

Hoy pasaré de la Comunidad de Castilla la Mancha a la de Aragón. En la primera no hay restricción de movilidad hasta esta mañana, en la segunda rige ya desde hace una semana. Camino y pergeño teorías para contarle a la Guardia Civil, caso de ser necesario. No lo es, no me encuentro con nadie, nadie se encuentra conmigo, solos el camino y yo bajo un magnífico cielo raso.


Dejo atrás Orea, el hostal el Río, sus propietarios boquean como peces fuera del agua para tratar de sacar adelante el negocio. Se quejan y atienden con diligencia al viajero esperando mejores tiempos. No saben cuánto van a aguantar, un lamento habitual. Orea queda, pues, atrás, entre el ruido y la furia: de las televisiones, los magacines matinales, las estrellas de la política y las de los rayos catódicos, la desgracia como alimento para llenar parrillas y audiencia. Canales que quieren comparecientes, expertos que quieren comparecer, consejeros, conselleiros, diputados, alcaldes y responsables de áreas implicadas, dan su opinión cargada de criterio sobre el virus. En la calle confusión, desconcierto, sanitarios que se manifiestan, hosteleros que también, preguntas absurdas: "¿podré salir a poner gasolina al coche?", "¿será posible ir a tomarse un cochinillo a Segovia?". Esta última hipótesis la lanza una conocida presentadora de Antena 3 a un experto, en directo, con dos ovarios.


Sobre el alto de Orea un pequeño pino se despereza al sol de la mañana, entre sus ramas se ha fijado una tela de araña que las gotas de rocío hacen refulgir al sol, convirtiéndola en una maraña espesa e ineficaz para el propósito con que fue concebida. Así resulta desde aquí nuestra sociedad vista a través de los medios: una maraña confusa e ineficaz. 

Acierto a divisar Orihuela del Tremedal en el valle, sumida en una niebla densa bajo el mismo cielo raso que cubre campos y pinares, y ensancha el corazón. En este alto, carteles y avisos con rutas diversas bajo el patrocinio de distintas administraciones; no hacen, sino confundir al caminante y desorientarlo, seguramente con buena fe. Me pregunto qué pensarán gentes venidas de otros países, de otras culturas, con otros idiomas.

Los álamos que conducen al centro de Orihuela aparecen tachonados de corazones grabados junto a nombres y siglas de amantes. Los árboles han crecido deformándolos. Me pregunto que se habrá hecho de todos esos amores y espero, no sé por qué, que el tiempo no los haya deformado como a estos.


A la iglesia barroca del siglo XVIII le sobra iglesia y le faltan fieles. La desmesura del edificio parroquial de San Millán se levantó a expensas del concejo, con la ayuda de los vecinos y el impulso moral del obispo de Albarracín, eso reza en una placa a la entrada de la misma. Entiendo que, sin el impulso del obispo, nada de esto hubiera sido posible. Lo cierto es que el cura ya no es lo que era, un poder fáctico, hoy tiene que dividirse entre varias parroquias de la zona, la falta de vocaciones y la caída de fieles así lo imponen.

En la distancia vuelvo la vista atrás y diviso el pueblo entre los campos, sobresale, desproporcionada, la mole del edificio religioso como un barco a la deriva entre la espuma blanca de las viviendas. Cuando echo la vista al frente, una ráfaga leve de viento arranca centenares de hojas amarillas de un chopo junto al camino, forman una cortina de color que se dispersa por los campos contra el azul intenso de la mañana. Si alguien preguntase por mi religión, respondería sin dudar: profeso la que impulsa esa brisa.


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