Tramo 3, etapa 6, Camino del Cid: las tres taifas, Monreal del campo-El Pobo de Dueñas


Para Sara, que me lee.

Tierra repisada a la salida de Monreal. Los campos se muestran acotados, lisos y perfectamente dispuestos para la siembra en extensiones de varias hectáreas, pero con la apariencia de huertos de tan pulcros como lucen. Aquí los "destripaterrones" no son las personas, sino grandes tractores con enormes rodillos a su cola que aplanan la tierra. Me lo cuenta un viejo profesor jubilado que ejerció durante cuarenta años en el Poyo del Cid y en Monreal. Me dirá, además, que ya no se planta azafrán -en mi ignorancia pensaba que disponían así la tierra para cultivar esta especia apreciada-, no sale rentable, no se ha inventado máquina capaz de recolectarlo, ha de hacerse a mano, con un cesto a la altura de los tobillos y la espalda encorvada -me muestra como-, no así el dolor de riñones que esa tarea debe provocar tras varias horas de trabajo. No hay quien lo recoja y en Ciudad Real, menos cada vez. Ya no se siembra, solo se muestra de qué manera se hacía: en el pueblo hay un museo dedicado al azafrán.

Como tomo el camino que propone el GPS, el profesor me advierte del error e indica la dirección correcta: "el hito está aquí, ¿ves? Los tractores lo tiran con los rodillos cuando pasan". Me dice que no entiende lo que pone escrito junto a la caricatura del Cid: ego Roderico. Es latín, le respondo, el texto bajo su firma manuscrita en el único documento que se conserva de él. El profesor no debía enseñar lenguas clásicas, pero su indicación certera me ahorra un kilómetro de recorrido.


Camino bajo el sol, como nuestro héroe en el Cantar, contemplando llanuras inmensas rodeadas de cerros y collados que amarillean en la distancia: una especie de encina pierde sus hojas en otoño, el resto no, son de hoja caduca. La diferencia está en la hoja y es muy sutil, me lo contó Arsuaga en uno de sus libros, pero lo he olvidado. Lo que no se olvida es la imagen del bosque al atravesarlo, esa estampa de verdes y ocres que amarillean a medida que la estación avanza. Desde este alto observo, ya muy distante, el río Jiloca serpenteando abajo en el valle. La densa mata de álamos y carrizos que lo flanquea no deja lugar a dudas, allí está su cauce y su inmensa cuenca bajando desde Calatayud hacia Teruel. No es difícil imaginar las veloces razias que en ese espacio abierto debieron de llevar a cabo moros y cristianos, disputando un territorio que pasaría de unas manos a otras en cuestión de años, meses incluso. 

Abandono la cuenca del Jiloca, he dejado atrás la del Jalón y antes la del Duero, ahora mis pies me llevan al alto Tajo, entre Molina y Albarracín. Paladeo sus nombres y aun antes de llegar ya me siento transportado a un tiempo que discurría más lento, más intenso, tal vez más peligroso.

Y me siento orgulloso de distinguir a los milanos en vuelo, con ese planeo cadencioso, sin esfuerzo, dejándose resbalar entre las corrientes térmicas que ascienden de la tierra caliente, buscando alimento sobre los campos inmaculados -poca oportunidad tendrán sus presas cuando correteen sobre ellos-, ahora una pareja los sobrevuela y me pongo a prueba tratando de fijar en mi memoria las características que los distinguen. Una vez en casa compruebo en el portátil si estaba en lo cierto, escribo en el buscador "Milano en vuelo" y la primera ocurrencia que me muestra son vuelos a Milán con varias compañías aéreas. Sign o´the times que cantaba Prince




En Pozuel me sorprende Carlos con su socarronería: "por la mañana a labrar y ahora de pastor, menos mal que con esto del covid nos pagan los corderos al doble", me dirá con fuerte acento aragonés -aunque estemos en el límite con Guadalajara-, me invita a una cerveza por mediación de Salvador, "uno gordo que estará en el bar, le dices que vas de parte de Carlos". El bar debe llevar cerrado desde agosto, menos mal que de la fuente mana agua bien fresca. Me llama la atención el pequeño frontón construido entre dos calles, ¡en 1934!, reformado en 2016; en lo alto, en letras bien grandes, reza: "prohibido jugar más de 50 tantos habiendo otro equipo que quiera jugar". Me pregunto si la pintada es de entonces o de ahora -34, 16-, corrían otros tiempos donde imperaban la ley y el orden.

Llegando al Pobo de Dueñas el frío que proviene de la cercana sierra de Albarracín comienza a dejarse sentir en la cara, mañana tocará abrigarse. Entro al pueblo por el cementerio, sobre el que un sol poniente frío y triste se retira, dando paso a una noche donde aún se divisan los planetas del verano -Marte, Saturno y Júpiter se muestran mortecinos tras una ligera bruma que los cubre-; en el camposanto tres cipreses indican el más allá según nuestro imaginario, yo prefiero verlo a la Toscana: ¡cómo un símbolo que indica nuestro anhelo de eternidad!

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