Tramo 4, Etapa 6, Camino del Cid, La ciudad soñada: Montanejos-Caudiel

Difícil y accidentada ha resultado la etapa de este día. La orografía de barrancos y cárcavas ha sido una constante durante la jornada. Por contra, a lo largo de todo el recorrido la sensualidad del otoño se ha dejado notar en el olor de huertos, bosques y cultivos; en los sonidos y tonalidades de la luz palpitante, en el aire limpio, cálido. De otra parte, ni una sola persona en todo el camino, excepto un hombre con el que cambié impresiones en el pequeño pueblo de Montán. Joven, celador de profesión y ya quemado con "El Sistema" —se prepara para dar el salto al cibermundo, como su mujer, ingeniera informática y diseñadora de… ¡exoesqueletos!— es padre de dos hijos junto a su pareja; ambos han decidido abandonar el ajetreo de Barcelona e instalarse en el pueblo de los padres de él. Es la fuente la que nos reúne. En su caso, con varias garrafas; en el mío, con mi pequeño botellín. Me habla del agua del pueblo y sus excelencias, de la poca importancia que damos a algo imprescindible. Una cosa lleva a la otra y, mientras llena sus botellones, la conversación deriva hacia la tecnología —es entusiasta de esta, aunque desconfía— el cambio climático, la vigilancia a la que estamos sometidos por las redes, el siniestro mundo virtual al que nos quieren convocar los nuevos visionarios digitales. En fin, temas habituales en la fuente hoy en día. Nos despedimos deseándonos buen camino y suerte con los cambios por venir. "Al menos, a él no le pillará el deshielo de los polos", pienso cuando me alejo.

A continuación, cuestas infinitas entre pinares de ensueño (a vista de águila), una vez se alcanza la cumbre y uno se detiene a tomar resuello. En lo alto torres eólicas por doquier. Me pregunto quién ha de consumir toda la energía que aquí se produce si no hay nadie en el entorno. Me temo que se irá a Castellón o Valencia, tal parece el destino negro del campo: produce mucho y consume poco. Mal negocio.

Otras tentativas de vida en Mas —léase masía— de Noguera. En lo alto de una sierra coronada de pinares, rodeada de montes con bancales donde se cultivan almendros —imagino como ha de ser esta sierra en los meses de febrero o marzo, durante la floración—, un albergue reúne a varias familias en un entorno bucólico: huertos repletos de tomates en sus cañizos, verduras de temporada, almendros, docenas de ocas junto a una alberca próxima, un gran rebaño de cabras; placas solares sobre un bancal, un molino de viento de dimensiones humanas, todo ello forma parte de un proyecto experimental (lo era en los años ochenta, cuando un grupo de "locos" lo hizo posible) de educación en valores, respeto al medioambiente, sostenibilidad y cooperativismo. Se puede visitar desde los colegios, de forma particular como cualquier agroturismo, o mediante campamentos organizados en las vacaciones escolares. A la vista del resultado de la iniciativa de estos pioneros, se puede concluir que los proyectos salen adelante si hay pasión y un ideal detrás. 

En dirección a Caudiel se encuentra Más el Bravo, una idea completamente diferente. Desde la puerta invitan a no traspasarla: "propiedad privada", advierten. Tampoco se hacen responsables de los daños, "incluso mortales" (sic) que puedan causar los perros sueltos en el entorno. Rematan rogando "Dios bendiga esta finca", desde unos azulejos pegados en el portón. No sé por qué me viene a la cabeza una vieja canción de Silvio Rodríguez: "La familia, la propiedad privada y el amor", me alejo cantándola.

Entrado en Caudiel, las primeras viviendas, si se llega desde la sierra, parecen sacadas de una pintura romántica: un molino atravesado por una acequia, el rumor del agua corriendo en torno, palmeras, olivos; una huerta que ofrece los últimos tomates de la temporada, verduras tempranas de invierno, cardos, si de pronto pasase ante de mí un morisco con una azada al hombro no me extrañaría en absoluto. 

En el centro del pueblo me topo con un convento de la Orden de los Carmelitas Descalzos. Tengo un recuerdo amoroso para mi madre; por extraño que parezca, ella lo fue: carmelita descalza, madre amorosa, también.

 


Comentarios

  1. Me has recordado la historia de tu madre. Podías contarla por aquí. Un abrazo

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