Xátiva: TRAMO 5, ETAPA 3, CAMINO DEL CID: LA DEFENSA DEL SUR

Aunque en Xátiva, se quedó en el tintero una pequeña anécdota que ayer me sorprendió en Alzira. Un adolescente empujaba una moto de cilindrada media por el carril bici. ¡La empujaba! Antes, estaba en el polígono industrial junto a su novia, le hacía fotos desde todos los ángulos. ¡A la moto!  Ella aguarda a cierta distancia, paciente bajo un paraguas negro. Todo resulta a la vez tierno y desolador: el muchacho, la chica matando el tiempo con su móvil, el polígono despejado de nave o negocio alguno, tan solo un espacio, una intención con farolas y alcantarillado. ¿Qué harían ahí? ¿Tratarían de vender la moto? ¿Pretenderían fugarse con el resultado de la venta? ¿Por qué no tenían gasolina? El pueblo está lejos, el calor aprieta, el chico vuelve sin ella. ¿Qué planes juveniles rondarían por esas cabezas? Algo más tarde, el chaval sale de una gasolinera, zumba hacia el centro sin nadie detrás. Todo me provoca extrañamiento. Será la condición de caminante.

Enseguida alcanzó Alzira. La primera impresión es espantosa. Ruego perdón a sus habitantes. Pero, tras cruzar el puente sobre el río, es lo que aprecio en su extrarradio de terrenos sin edificar: amplias avenidas dispuestas para un futuro que nunca llegó. Resulta pretenciosa en su urbanismo de calles de doble vía en cada sentido, amplias aceras y farolas apagadas por donde no pasea nadie. La burbuja inmobiliaria dejó solares vacíos, carteles promocionales entre edificios aislados, como una boca a la que le faltasen piezas y echase de menos las restantes. Todo salpicado de rotondas grandiosas con esculturas delirantes en el centro: santos en acero corten, meninas, ... parece que el equipo urbanístico diseñará la que tuvo que ser una hemos pradera junto al Júcar, en un fin de semana bulímico junto a sus hijos. Por desgracia el pueblo no mejora. Las aceras que le sobran a la zona anterior le faltan a esta. Uno debe caminar pegado a las viviendas para hacer sitio a los vehículos, dueños de este insulso pueblo de casas bajas y dispares. La plaza central no mejora. Construcciones irregulares en altura y estilo, también en poderío económico, se asoman a un suelo de baldosa con una enorme fuente en medio. Casi resulta bonita la escultura a tamaño real de la pareja vestida con traje regional. 

El trato personal, en cambio, excelente. 

En Carcaixent, fincas repletas de máquinas viejas e inútiles. Hace mucho tiempo que la industria ha alcanzado el campo. No es que uno espere ver a los moriscos deslomándose entre los surcos, pero resulta extraño caminar a lo largo de kilómetros por pistas asfaltadas. Cuando lo normal sería esperar que fuesen de tierra. En el norte de Italia veneran este tipo de accesos al tereno. Incluso los promocionan deportiva y turísticamente: L'eroica, competición de ciclismo clásico entre ellos, es ya una franquicia mundial. Aquí, en cambio, parecen valorar más la velocidad que puedan alcanzar tractores, cubas de sulfato - nunca más tomaré una fruta cogida del árbol-, o remolques para esparcir purines. A la salida del pueblo me sorprenden las enormes naves que industrializan la labor agrícola: zumos, pures, confituras, cereales, envases plásticos con algo dentro que recuerde a la fruta, para que los críos chupen y no olviden ese reflejo primario.


Finalizo la etapa en Xátiva, delante de una copa de vino, una discreta ensalada alemana - se ve que estamos en October Fest-, y los recuerdos del mesonero. Cuando le comento que recorro el Camino del Cid comparte conmigo su viaje de estudios: la magnífica adquisición de una "Tizona" en Toledo. Pienso, al observar las canas de sus pastillas en hacha, que es hora de que vuelva a por la "Colada".


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