Almusafes: TRAMO 5, ETAPA 1, CAMINO DEL CID: LA DEFENSA DEL SUR

Valencia es muy grande. Esto que resulta tan evidente, se confirma con creces al caminarla. Toma largas horas cruzar el Turia y comenzar a dejarla atrás hasta encontrarse con arrozales y campos de naranjos. El río se situaba antes al norte respecto a mi punto de partida (avenida del doctor Waksman). Pero el cambio del cauce debido a las periódicas riadas que tenían lugar justo por estas fechas, llevó a las autoridades a trasladar su desembocadura más al sur, atravesando la huerta valenciana en lo que resultó una obra colosal, faraónica. Hoy el centro de la ciudad disfruta de enormes jardines y zonas recreativas por donde históricamente discurría el río. Este en cambio muestra un lecho seco, pedregoso, profundo y salpicado de cañas, de unos ciento cincuenta metros entre una y otra orilla. De momento las aguas no bajan tranquilas, sencillamente no bajan. Hasta la próxima DANA o riada en que lo harán,  ahora sí, bien encauzadas.


En contra de mi criterio, parece que al final recorro el Camino de Santiago.  Así lo denominan en la mayoría de hitos que me encuentro: "Camino de Santiago... de Levante". Los que hacen referencia al Cid están borrosos o desaparecidos. No hay como cosechar fama. Además, no parecen tener gran estima al personaje histórico. A pesar de los mil años transcurridos, de  haber conquistado la ciudad y la riquísima huerta para los cristianos (sobre todo para sí),  su mención no despierta pasiones. En realidad fue Jimena quien la disfrutó y defendió a su muerte, él apenas vivió unos años más. Durante siglos se conoció a este  como Camino de la Lana, debido al gran número de esquiladores que dejaban estas tierras para dirigirse a  Castilla a "rapar" merinas. Hoy en día se las esquiĺa, pero la lana no se valora, se deshecha,  permanece en el fondo de las naves  pudriéndose y esperando mejores tiempos. Respecto a la ruta, un barrendero a quien pregunté me aseguró que iba bien, "no hay pérdida,  siempre al sur,  ¡estás caminando por la Vía Augusta!", respondió muy serio. Visto así, parece que los pies vayan más ligeros. 
Por fin,  a la salida de Alfarfar, comienzo a ver la huerta. Aunque esta se huela y escuche mucho antes. El aire comienza a humedecerse, los oídos a llenarse con el rumor de las acequias; el tráfico de la autovía o el ferrocarril a quedar muy distante; en los campos se adivinan docenas de motas blancas, negras, grises con largos picos y patas hundiéndose en los surcos: garzas, patos, pollas de agua que salen de los marjales y se acercan a alimentarse. De pronto, se asustan: el sonido metálico de los bastones sobre el camino les lleva a alzar el vuelo. Salen en desbandada para posarse unos cientos de metros adelante, hasta que los alcanzó y optan por volar a la Albufera, darme esquinazo sobre el espejo de agua que se intuye a lo lejos,  entre los arrozales recién cosechados y las altas torres del Saler. Llama mi atención el olor de los campos. Una vez recogido el cereal, y a ciegas, dudo que fuese capaz de distinguir un rastrojo de trigo de uno de arroz.


En un sendero entre cañaverales me cruzo con una pareja motorizada de la guardia civil. Me miran con la misma extrañeza que yo a ellos. Pasan de uno a otro lado de una acequia hasta confundirse con el verde de las cañas. Vigilan, casi con certeza, el uso del agua que entra a raudales en los campos: como un milagro, como un bien que no fuera a agotarse jamás. En la Albufera no se riega por goteo como he visto en Castellón. Aquí se anegan los campos regulando el caudal de la laguna en función de las precipitaciones, los cauces del Turia y el Jucar,  y un sistema de motobombas que rodean los cultivos mediante un complejo sistema que aún no comprendo, pero que mantiene en orden los intereses de pescadores, agricultores y hosteleros, los últimos en sumarse a la ecuación.
¿Cuánta agua consumen unos, cuánta los otros? ¿Cuánto aporta cada sector al crecimiento -ese mantra del "progreso"- económico de la región? 
Son muchos intereses para un ecosistema tan frágil como atractivo. 

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