Novelda: TRAMO 5, ETAPA 8, CAMINO DEL CID: LA DEFENSA DEL SUR

Lo peor del Camino son los polígonos industriales. Uno se siente expulsado,  ninguneado, obligado a atravesar enormes e interminables moles de hormigón deshabitadas. Al menos, a vista de caminante, aunque en su interior se desarrolle una actividad febril en aras del dios de nuestro tiempo, el dinero. Es difícil encontrar servicio alguno sin disponer de un coche, pues todo está concebido, sobredimensionado a escala industrial. La nave de la foto, a las afueras de Elda, llamó mi atención en relación con la artista Eva Jospin. Sus obras, realizadas a partir de cartón, son de una originalidad desbordante: las esculpe utilizando lijadoras tipo Dremel, o recorta el cartón usando cuchillas hasta lograr verdaderas filigranas que configuran paisajes boscosos, arquitecturas oníricas o modelados de orfebre. Allí donde los demás vemos un material destinado al embalaje, Jospin encontró un camino expresivo muy original. Basta consultar a Google acerca de sus trabajos, son sorprendentes. 

También hay sorpresas más prosaicas. Por ejemplo, descubrir que las especias que uno lleva consumiendo media vida se envasan en una factoría de Novelda: ¡Carmencita! Posee una enorme nave en dirección a Monforte del Cid. Pero antes, a la entrada del pueblo, se encuentra la empresa matriz, mucho más modesta y que dio origen a este imperio especiero. 
"Elda es su gente", reza un anuncio publicitario a la salida de la ciudad. El bailarín Antonio Gades era de Elda. Nació al comienzo de la guerra civil en una familia muy humilde y logró dar la vuelta al mundo con su profesión: "comencé a bailar por hambre, el arte vino después", aseguraba.  Además de actor, 
coreógrafo y consumado navegante (se sentía marinero antes que nada), simpatizó toda su vida con la causa comunista. Y a La Habana se fue antes de morir, atravesando el mar con su velero, para recibir de manos de Fidel Castro la orden de José Martí.


Bajo un viaducto por el que discurre el Camino pasa zumbando un tren de alta velocidad, ese ingenio fantástico que hemos pagado entre todos y ahora explotan sólo algunos. Este en particular es de la compañía Avlo, acrónimo de Alta Velocidad Low Cost; cubre la distancia entre Madrid y Alicante y, parecería broma si no fuese cierto, el coste de la infraestructura (lo caro, las vías, la construcción, las expropiaciones), ha salido del bolsillo de los contribuyentes españoles. Ni siquiera durante la crisis de 2008 se detuvieron estas faraónicas obras que ahora se abren a las compañías extranjeras para su explotación, llegando al absurdo de ofrecer precios de saldo en los billetes.  

Para completar la jornada, cena en un pakistaní. Por error: no sabía que lo era al dirigirme hacia allí, cuando quise darme cuenta era ya demasiado tarde.  Me dio apuro dar la vuelta en las narices del empleado. Mis reparos no son por racismo, sino porque jamás he visto a nadie cenando dentro de uno.  Esa carne dando vueltas frente al hornillo un día tras otro no me inspira confianza, eso es todo. Luego comprobé que al tipo lo mismo le hubiese dado que me quedase o no: igual se aburría mirando el móvil y bostezando sonoramente frente a la pantalla donde una mujer le hablaba en su idioma. Es seguro que conoce el estado de cada una de sus piezas dentales. Confío en que mis escrúpulos no se vean pagados con la "venganza de Moctezuma".

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