Villena: TRAMO 5, ETAPA 6, CAMINO DEL CID: LA DEFENSA DEL SUR

El desnivel que ilustra la entrada de hoy es uno de los que hube de superar durante la etapa, como resultado de mi mala cabeza y testarudez al no desandar lo andado. Da mucho coraje volver sobre los pasos dados, aunque ello suponga superar pendientes de más de cuarenta grados. Cuando uno deja de observar el GPS unos instantes, en una bifurcación, y añade a ello la obstinación malentendida, termina por maldecir su estampa. En sentido opuesto bajaba una excursión de gente mayor que yo. Señoras con bastón a las que sería difícil caminar por una acera de su pueblo (me pregunto cómo habrían llegado hasta allí), dudo que consiguieran terminar. 

La tierra configura el paisaje.  Esta es reseca, arcillosa, salpicada de cantos y graveras, impenetrable al agua que, en ocasiones, llega en tromba y forma profundas cárcavas; barrancos sombríos que convierten el camino en un constante sube y baja, o bien serpentea tratando de evitarlos. Por eso se comprende que resulte tentador para los locales pasar en coche con la crecida de las aguas: llevan a cabo algo que están habituados a hacer y acaban por salir en el telediario. 

El ascenso inútil al pico Blasca no compensa ni por la hermosa foto panorámica desde el vértice geodésico. Una sucesión inabarcable de pinares contra un cielo intensamente azul. Aunque, al menos, permite hacerse idea de la riqueza de estos valles. A las extensiones de olivar comienzan a sumarse ahora grandes manchas de viñedo. El pinar, en cambio, resulta monótono una vez en su interior; asfixiante, sin vida aparente: no se escuchan trinos de pájaros ni se ven corzos huidizos, salvo un rebaño de cabras, ya a la entrada de Biar, que hace vibrar el aire con sus esquilones y lo perfuma de aromas silvestres al pastar bajo los pinos. 

La necesidad de agua y comida me lleva a detenerme en "la Serreta", restaurante abarrotado a la entrada del pueblo. Por fortuna, me asignan una mesa distante: hubiera sido desagradable (aunque comprensible) ver formarse un círculo a mi alrededor. Siento el cuerpo como al principio de este viaje: una pila que se carga y descarga a velocidad pasmosa. Cada trago parece el último, dirigirse a cada célula y saciar una necesidad apremiante. Bien es cierto que, por problemas de logística, esta mañana el desayuno ha consistido en una granada robada de un árbol. En Biar lo he compensado con un fantástico chuletón. Hoy los cazadores han tenido suerte. 

Docenas de liebres sobre un olivar. Están a lo suyo. Me miran de perfil, yo a ellas de frente.  Aguardan a que me aleje para seguir llevando olivas a su madriguera. El invierno es largo y frío en el Alto Vinalopó. Pero muy soleado, según parece. En los vallados de las fincas se leen carteles que empiezan a ser muy comunes en nuestra geografía: "renovables, sí; pero no así". Las empresas energéticas codician unos terrenos que sus propietarios acabarán por vender si lo hace el vecino y baja el precio de la aceituna (el aceite seguirá subiendo, no están relacionados). Los campos se llenarán de paneles solares que harán todavía más ricas a estas empresas y a sus accionistas. En fin, cargaremos nuestros móviles, patinetes y vehículos de pilas, pero no será posible respirar el aire que generen las placas fotovoltaicas. Eso lo saben hasta los conejos. 

A la salida del pueblo me encuentro con las viviendas de mi infancia. "De protección social" se llamaban en la España franquista. Eran  modestas, pequeñas y dignas; con jardines y plazas próximas y amplias zonas de aparcamiento, cuando los coches eran aún cosa inusual. No recuerdo a mis padres, ni a los padres de mis amigos quejarse por la subida de la hipoteca o la imposibilidad de encontrar piso.  Sin añorar en absoluto aquellos años, no comprendo cómo ahora es una quimera para un joven independizarse sin dejar la mitad del sueldo en el empeño y verse obligado a no hacer otra cosa que mirar por la ventana, si lo logra.

Hoy habitan estos barrios personas de origen latino y magrebí.  Son las que trabajan en los campos del entorno,  atienden los bares y negocios de las ciudades,  se embarcan en los pesqueros o se ocupan de nuestros mayores. También tienen los hijos que los españoles no deseamos tener. Media España los ve como una amenaza, la otra media como una oportunidad. Antonio Machado no sólo escribía poemas, era un visionario. Con todo, e la nave va, moros y cristianos conviven juntos,  al menos durante las fiestas. 


 

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