Otras mañanas
O One Hundred Mornings como titula en inglés de Irlanda esta película distópica donde no acaba de conocerse qué es lo que produce la situación en la que se encuentran los personajes. Salvo que la energía eléctrica escasea —también el petróleo y la comida— y dos jóvenes parejas hacen frente a la adversidad en una cabaña en el bosque. La tensión por causa de la falta de recursos, las relaciones humanas, la convivencia con su único vecino —armado con una escopeta— o las incursiones de lugareños, ladrones de comida, da lugar a situaciones que no alcanzan a ser nunca tan dramáticas como cabría esperar.
Hombres y mujeres tratan de permanecer unidos (mantra que no
dejan de repetir), cuidarse, protegerse, mientras aparecen fisuras en el
comportamiento del grupo. Las relaciones con la única autoridad que aún
permanece en la zona son más tensas cada vez. Con el mismo vecino que, aunque
amable y cordial, dispone de lo que a estos les falta: comida y un arma.
El relato no acaba de resultar todo lo dramático que cabría
esperar, ni las relaciones entre sus personajes tan intensas o desesperadas
como las circunstancias que viven sugieren. Dejar en la incertidumbre las
causas que provocan ese escenario angustioso no ayuda; a menos que las relaciones
interpersonales, los conflictos sean, también, extremos. El mismo
planteamiento funcionaba a la perfección en la novela de Cormac McCarthy, La
carretera. Aquí ese conflicto no se deja sentir por lado alguno, todo queda
en el aire incierto de cien mañanas grises.
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