Tramo 2, Etapa 0, Camino del Cid, tierras de frontera: Vigo-Atienza

El autobús me dejará en mitad de la nada. Aquel que había pensado amable conductor al recordarnos abrochar el cinturón y sujetarnos, si necesitábamos levantarnos, dejó de serlo de pronto. Detuvo el vehículo en el arcén, descendió y me alcanzó el equipaje del maletero mientras decía: "Atienza está en esa dirección. Yo no puedo entrar al pueblo. ¡Mira, para a ese coche, a ver si te lleva!". El coche se fué, el bus también y me quedé a oscuras en el cruce, observando las luces rojas de los dos alejarse veloces. Soplaba viento intenso y caía aguanieve. Aún quedaban tres kilómetros hasta el hotel con veinte kilos a la espalda. Busqué la linterna en la mochila.
Ese fue el final de un largo viaje que había comenzado temprano. Manuel, el conductor del blablacar que tomé esa mañana, me recogió a la puerta de casa, poco después haría lo mismo con las otras dos chicas que completaban el pasaje, Montse y Draimar -joven, dieciocho años, apenas unos meses en Vigo. El origen de su nombre lo explicaría más tarde: en Venezuela no es extraño combinar los nombres de padre y madre para obtener el de los hijos (!). Ya antes de encarar la autopista comenzamos a ponernos al corriente unos de otros: Manuel va a Madrid para tratar de terminar su doctorado en Publicidad y Comunicaciones, Montse acude a una feria de cómic en Carabanchel a intentar divulgar su trabajo como ilustradora, Draimar a trabajar como camarera en un local para pagar el vuelo que la trajo a España: "Ahorita no es fácil salir de Venezuela y el pasaje cuesta muchos dólares. Alguien te presta la plata y después tú la tienes que retornar". ¿Y si no?, preguntamos el resto casi a la vez. "Bueno, allá siguen mi mamá y mi familia y si no pagas...". Se hace un silencio incómodo. Yo viajo en la parte de atrás del coche, junto a Montse. A pesar de la diferencia de edad -ella tiene veintiocho- enseguida congeniamos. Montse se tituló como escenógrafa, trabajó un tiempo en los teatros: iluminó, montó, transportó, decoró y se "quemó". Tiene formación como ceramista: ha trabajado la porcelana, ha acudido a ferias, ha malvendido piezas donde el comprador apenas valoró el material, menos aún la decoración manual o el diseño. Recientemente, ha trabajado para Inditex como diseñadora gráfica. Le tiraban los diseños imponiendo un marcado sexismo al que no estaba dispuesta por el dinero que le pagaban. Ahora hace animación en su casa: construye las figuras, los decorados, las ilumina, realiza el guión, las fotografía -fotograma a fotograma- y anima después. Su pareja, músico, le ayuda con esta. Me enseña uno de sus trabajos en YouTube. Me deja boquiabierto. Montse es joven, y culta, y formada e inquieta. Y precaria. Y autónoma.  Hablamos de mil cosas: pintura, trabajo, música, Italia -pasión común-. Intercambiamos referencias culturales que anoto y anota. Llegamos a Madrid. Una vez en Moncloa nos despedimos deseándonos suerte en nuestros proyectos.
Hoy, cuatro días después, cuando acaban de dar las ocho de la tarde en el reloj del ayuntamiento de Aragosa (Guadalajara) y los colegios electorales han cerrado ya, pienso en la necesidad de abrirse camino, de que algo -un poquito- no cueste tanto esfuerzo, dinero, tiempo. En la lucha como constante, el estudio como necesidad, el trabajo, ay, como derecho. Me pregunto si los resultados electorales tendrán en cuenta a Manuel, Draimar, Montse y miles -¡millones!- como ellos.

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