Tramo 2, Etapa 7, Camino del Cid, tierras de fontera: Maranchón-Medinacelli

Tal vez si hubiese llegado a Medinaceli dos días más tarde no hubiese podido acceder al pueblo. Estaba literalmente tomado por policía y guardia civil. Y es que la noche del sábado dieciséis de noviembre se celebraba el Toro Jubilo 2019, "fiesta" que enfrenta desde hace años a tradicionalistas y animalistas. Tuve ocasión de asistir al día siguiente de mi llegada al montaje de la plaza de toros artificial donde se celebraría el grotesco espectáculo. Bajo la nieve que caía esa mañana, tan sólo los operarios que se ocupaban de la instalación y este alucinado y madrugador paseante, ocupaban la plaza frente al palacio ducal. Como me pusiera a hacer fotos de las vallas metálicas, temo que los trabajadores se vieran obligados a salir de la furgoneta y, arrostrando el frío, comenzar a trabajar. Ya lo lamento.
Mi llegada a Medinaceli viniendo de Maranchón tuvo tintes épicos. La etapa fué larga, treinta y dos kilómetros de paramera a mil cien metros de altura, donde el viento soplaba gélido y sólo se oían las aspas de los molinos eólicos y mis pisadas sobre la nieve. No había ocasión para perderse, el tiempo era justo y la noche se echaría encima si no espabilaba.  Mientras avanzó entre los molinos, con las elecciones aún frescas en la memoria, pienso que los políticos deberían caminar más en vez de acudir tanto a las televisiones. Se harían una imagen más certera del país que aspiran a gobernar. Tal vez se dieran cuenta de que ya no es necesario ir con escolta y coche oficial a todas partes. De que no son tan importantes como creen ser.
Bajo de cota y la nieve desaparece de pronto. Me interno en el bosque y ahuyento a los corzos como ya es habitual. Procuro concentrarme para que no se me escape ninguna marca blanquirroja, pero enseguida se me va la cabeza -no se por qué- hacia la nueva película de Martin Scorsesse, "El irlandés", y las ganas que tengo de verla. Debería hacer antes un maratón con todas las películas en las que Al Pacino hace de mafioso para ponerme al día -Robert de Niro me interesa menos, últimamente sólo hace de sí mismo-. "Eh, Sosa, aclaremos una cosa, todo lo que tengo en esta vida son mis cojones y mi palabra, y no los rompo por nadie, ¿lo entiendes?" (Scarface). Aún faltaba mucho para que llegase Tarantino.
Desciendo el valle que conduce a Bujalaro entre copos de nieve y maldiciones. Un vecino ha colocado un pastor eléctrico cortando el acceso al pueblo desde el barranco, me veo obligado a echar cuerpo a tierra y pasar bajo el con la mochila a la espalda, como si fuera un marine. Atravieso la aldea y una vez llegó al extremo, pregunto a un hombre que trabaja con una hormigonera por la ruta a Medinaceli, aunque es evidente, es la única manera que se me ocurre para borrar su cara de pasmo. Resulta ser rumano y con los ojos desorbitados pregunta, "pero, ¿de dónde vienes?". De Maranchón.  "¿Vives allí? En fin, un diálogo de besugos bajo la nieve. Tengo la seguridad de que si me vuelvo, aún sigue con la boca abierta. Un tipo que camina porque sí, bajo la nieve, durante treinta kilómetros, viste un extraño poncho y lleva una pesada mochila a la espalda...
Tras una vuelta del camino se divisa ya Medinaceli. La que fuera capital de la Marca Media y punto estratégico entre los reinos de Castilla, Aragón, la taifa de Toledo y el mundo musulmán del poderosísimo Almanzor, languidece mil años después bajo un manto de nieve y olvido. Aunque sólo los separaron cincuenta años, a veces me he preguntado, que hubiera ocurrido si el Cid y Almanzor se hubiesen encontrado en el campo de batalla.
Tras atravesar ya de noche Salinas de Medinaceli y el dédalo de vías de comunicación por tren y carretera, que atraviesan la parte moderna del pueblo, sólo me restan fuerzas para acudir a la farmacia a comprar ibuprofeno y llamar un taxi que me lleve al casco histórico.

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