Tramo 2, Etapa 1, Camino del Cid, tierras de frontera: Atienza-Hiendelaencina

"¡Mira, cada una pone lo que quiere!", zanja la anciana que ha entrado a comprar el pan en bata y zapatillas al bar del pueblo de Robledo de Corpes. Trata de poner así fin a una discusión entre "la alcaldesa" -así llaman a la mujer del alcalde- y la propietaria del bar, que en ese momento cocina para mí unos huevos fritos con patatas. La primera aboga por la estufa de pellets, la segunda por la estufa francesa. En medio, como en un partido de tenis, escuchan Altagracia y Paco. Ella es dominicana. Él, vecino del pueblo, además de su marido. A Altagracia le gusta la idea de los pellets. Paco no dice nada. Ella se queja del trajín que da la leña: comprar, cortar, apilar, subir, bajar, encender, limpiar las cenizas... Habrá de convencer a Paco. Él se muestra algo tibio, tal vez esté más preocupado por su ojo. Recientemente, ha sufrido un trombo y todo el bar -cuando deja las estufas a un lado- se interesa por él: "¡eso no es nada hombre!, ahora te ponen unas inyecciones para licuar la sangre y santo remedio", asegura un hombretón joven que ha ido a tomar el vermú con su familia. Paco pone cara de resignación, tal vez piense "¡ya, como no te ha pasado a ti!". Cuando mojo las patatas fritas en el huevo -la señora me ha puesto dos choricitos extra que no le he pedido, pero agradezco- la conversación se ha ido por otros derroteros: "¡Este, que tiene que mirarse lo de la próstata y no le da la gana!", dice refiriéndose a su marido que atiende la barra sin meterse con nadie. "¡¿Pues no ponemos nosotras la teta todos los años?!". Vuelve la mirada hacia mí solicitando aprobación. Asiento confuso mientras me llevo un choricito a la boca tras comprobar que su marido está a otra cosa. "Yo le digo: ¡mira tu hermano, que murió de eso! Y el otro -con el que no nos llevamos (!)- que también lo tuvo. Pero él, a lo suyo". El huevo se queda clavado al tenedor camino de la boca mientras la señora me revela todas estas cosas. Yo miro al hombre que friega vasos resoplando. Pido la cuenta cuando otro parroquiano entra a tomar café y comienza a contarme -¡a mí, que estoy de paso!- "pues yo tomaba veinticinco pastillas al día: la hepatitis C, pensé que no la contaba. Estaba amarillo como un plátano. Tenía hundidas las cuencas de los ojos. ¡Y yo creyendo que era el tabaco!". Dejo este pueblo tan poco saludable y ya en el campo, me encuentro al hombretón que hacía de menos lo de Paco. Sale de entre unas matas con una bolsita que esconde a su espalda. Son setas. Percibo que no quiere que sepa dónde las ha cogido. Estrategias de seteros.  Me indicará el camino correcto hacia Hiendelaencina no sin antes insistir en que baje unos metros para conocer el Robledo de Corpes, aquel de la afrenta a las hijas del Cid. Le digo que ya lo conozco de otra vez -es verdad- y excuso contarle que es literatura, que las hijas del Cid no fueron afrentadas, que tampoco se llamaban Elvira o Sol... Pero hay que hablar con la gente. El GPS está fenomenal aunque serán los paisanos quienes te saquen del monte si te pierdes o te rompes un tobillo; ellos son las miguitas del cuento que vas dejando en el camino para volver a casa; aunque no los veas, ellos te ven, si además saben tu origen, tu destino y qué te ha llevado allí, a ese lugar que a nadie interesa, entonces ten por seguro que aunque rezongando y maldiciendo al señorito de ciudad con mochila, saldrán de la cama a las tres de la mañana, se pondrán la funda y las botas y tomando una linterna se echarán al monte en tu busca, cuando la guardia civil venga a avisarles. Eso no lo hace ningún GPS.
Miguel de Unamuno necesitaba "restregar la cara en verdura", Francisco Giner de los Ríos y sus acólitos de la Institución Libre de Enseñanza, se acercaron al campo con mirada ilustrada por primera vez en nuestra historia, sin ánimo productivo o lucrativo; durante la segunda República se hicieron copias de las obras maestras del museo del Prado para llevar la pintura a pueblos y ciudades alejados de Madrid, Federico García Lorca salió con la Barraca a los caminos en un intento tímido de llevar el teatro a las clases populares, y Luis Buñuel deformó la realidad que se encontró en las Hurdes con afán sensacionalista; no es menos cierto que, hasta la llegada de las escuelas nacionales durante la dictadura franquista en los años cincuenta, la gente en las aldeas era analfabeta casi en su totalidad. Hoy, al acercarse a estos pueblos, quedan sólo algunos incultos vocacionales -los libros están al alcance de todo el mundo- pero, igual que en la ciudad.

Comentarios