Tramo 2, Etapa 10, Camino del Cid, tierras de frontera: Ariza-Alhama de Aragón


A la salida de Ariza llama mi atención una pequeña finca libérrima y divertida. Con lo que fuera una antigua máquina de trillar y una estructura simple de madera, sus propietarios han construido un castillo infantil. Tiene el castillo su escalinata de acceso y su balconada cual torre del homenaje, su foso y su mástil, desde donde, con ayuda de una simple polea, izan su propia bandera para entrar en un mundo de fantasía, ajenos a la fealdad del pueblo apenas a unos cientos de metros. Las dos pequeñas construcciones que se levantan en la finca tienen pintados de violeta marcos de puertas y ventanas, en referencia clara a un universo femenino y reivindicativo; un barril en el patio en el que crecen flores a pesar del invierno está coloreado con la bandera arcoíris. Podría haberse dejado tal cual, a las flores les hubiera dado lo mismo, pero se pintó, y así se reclamó otra forma de amarse, de relacionarse, de mirar el mundo. Imagino niños gritando y jugando al sol, corriendo por la pequeña pradera, a mujeres y hombres que asan carne a la sombra de un cañizo mientras beben cerveza y ríen, y se abrazan, y se besan, y juegan con sus hijos o los reprenden por alguna diablura. Pienso en ese pequeño espacio  de libertad en primavera, en mitad del campo verde: la bandera de un reino abierto que invita a entrar ondeando al viento cálido de mediodía. Llamaría a la puerta que no existe en ese castillo imaginario, solicitando un vaso de agua fresca. Eso haría. Me gusta imaginar que Rodrigo de Vivar, haría lo mismo.
En realidad, cuando pienso en el Cid estoy pensando en el Cantar. Siendo extraordinaria la figura del hombre, del vasallo fiel, del amante esposo, de la víctima de la maledicencia y la envidia, del guerrero inclemente que asola tierras y pueblos para hacerse con el botín que repartirá entre sus hombres y el rey, del mercenario, del hábil estratega... pues todas esas caras y más, convergen en la misma persona poliédrica y controvertida que habitó su tiempo y lo exprimió como nadie, alcanzó la gloria en vida y tras su muerte -ocurrida con tan sólo cincuenta y un años- dejó una estela que aún refulge. Pues bien, aun conociendo lo antedicho, es el Cantar de mio Cid y no el guerrero medieval lo que me impulsa a caminar a través de un espacio real e imaginario al tiempo. Tratando de adivinar en cada sendero, en cada valle, en cada pueblo, no tanto la figura del héroe como la imaginación prodigiosa del autor anónimo -parece que Per Abbat fue sólo el copista, pero esa es tarea de expertos- que ha conseguido, con la ayuda inestimable de Ramón Menéndez Pidal y los estudiosos que han dedicado largas horas al poema, que una persona que vivió hace mil años esté de rabiosa actualidad. Y es que el Cantar, como el personaje que lo inspira, tiene tantas lecturas que una sola no es suficiente, pues a medida que uno profundiza, se documenta e investiga, surge una obra de una complejidad extraordinaria que habla de una sociedad que vivió y palpitó, que creció en un espacio convulso, peligroso y cruel donde no dos sino varios reinos dirimían sus diferencias o invadían a sus vecinos con el fin de hacerse con sus riquezas o defender las propias. Todo está narrado en el Cantar mucho tiempo después de muerto quien lo inspiro, se especula como más probable el año de 1207 como fecha posible de la composición (más bien copia). Si pensamos en que el Cid murió en 1099, ha transcurrido ya un siglo desde la muerte de este y, a pesar de ello, no sólo su leyenda y su legado permanecen vivos entonces, sino que son inspiradores y dignos de mención y conocimiento para las generaciones que hubieron de venir después. El enfoque, la estructura narrativa que elige el autor como poema, el formato del libro: pequeño y fácil de transportar, concebido para ser memorizado y narrado en palacios, plazas y tabernas, dando cuenta de un mundo ya desaparecido pero aún vigente en el imaginario de todos. O bien, visto como entretenimiento, con la mirada de un juglar que llegado al pueblo, enciende la imaginación de una población inculta, pero necesitada de escuchar, de evadirse de una realidad a menudo dura e inhóspita. El uso de la rima asonante a fin de que el narrador pudiese memorizar con más facilidad los versos, el encabezamiento en mayúsculas del arranque de estos con un fin práctico y, sobre todos, el hecho de que la narración no se ciña necesariamente a la historia estricta -aunque la respete en su estructura troncal- sino que se permita jugar en ocasiones con la fantasía -los judíos Vidal y Midas, los nombres de las hijas del Cid, la afrenta de Corpes, etc.- hacen la obra más interesante aún por cuanto introducen un elemento que le aporta viveza, ritmo narrativo e interés literario. El Cantar en la mochila, arrugado, señalado y subrayado; humedecido y manchado, sudado, es un compañero de camino más útil en ocasiones que el cepillo de dientes o la vaselina para los pies.
Más adelante me sorprende una enorme piscina a un lado del camino. Se trata de una balsa de purines junto a una explotación porcina -el aroma debiera haberme puesto sobre aviso antes- perfectamente funcional y mecanizada. Me subo a una colina para tomar unas fotos y observarla en su conjunto. En realidad se trata de dos naves unidas por una pasarela intermedia, en el extremo anterior y posterior de cada una dos grandes silos numerados del uno al ocho conteniendo el pienso -¡pienso!-, en lo alto de una colina similar a la que me hallo un gran depósito de agua y, al final, la balsa mencionada. Todo conectado con tubos impolutos por donde circulan los alimentos en sentido entrante y los excrementos en sentido saliente. La ventilación en lo alto de la nave deja escapar el sonido de los gruñidos, no sé si felices, de los animales. Se me pone cara de reproche y cabreo cuando pienso en los pobres bichos criados de manera industrial, con el único fin de servirnos de alimento. Me pregunto cuál será el tubo que conduce a nuestras bocas y enseguida me respondo: en la mochila llevo un salchichón de aspecto delicioso que compre esta mañana en el pueblo y del que espero dar buena cuenta en la próxima parada. Lo siento, soy un cristiano en tierra de moros y judíos.


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