Tramo 2, Etapa 11, Camino del Cid, tierras de frontera: Alhama de Aragón-Ateca


Cuando después de algunas horas alcanzo el pueblo de Ateca tres cosas llaman mi atención. La primera es la bellísima imagen de las torres de la iglesia de Santa María y la Torre del Reloj, ambas de estilo mudéjar aunque "retocadas" posteriormente con sendos campanarios en lo alto. La segunda, el dulce olor que el pueblo desprende a su entrada y que confundo con una vecina elaborando un postre. La tercera, una pintada en un muro largo y homogéneo de ladrillo que me deja pensando mientras camino en busca del hostal: "HUESO: TE AS HECHO RICO CON EL SUDOR DE LOS ATECANOS, DÁ TRABAJO A LOS JOVENES". Pero, vayamos por partes.
Efectivamente, las torres que veo son de estilo mudéjar, pero sabido es que la historia la escriben siempre los vencedores y aquí fueron los cristianos, de modo que por bellas que hayan sido, dichas torres de hermosa filigrana en ladrillo, arco de herradura, arcos entrecruzados, platos de cerámica y celosías en sus ventanas -hoy tapiadas- están hace ya algún siglo coronadas por campanarios más acordes con nuestra religión -que no nuestra cultura, pues esta es también, pese a muchos negacionistas (!), árabe-. En cualquier caso, la entrada a localidad a través de sus huertas entre cañaverales que dejan entrever las torres traslada con fuerza al medievo y no se hace extraño imaginar hortelanos con largas túnicas o turbantes, azada en mano dando curso al agua hacia los surcos; caballeros transitando las calles, sus caballos ricamente enjaezados, camino de Calatayud. "La torre es conocida como la novia del mudéjar aragonés, pues parece una novia esbelta con su falda decorada con franjas bordadas", copio del folleto turístico de Ateca. Pero ni la del castillo, ni la de la iglesia de Santa María podrán visitarse debido a las interminables obras que la Comunidad de Aragón lleva a cabo desde hace años en interior y fachadas. Será este un tema recurrente a lo largo de los pueblos de Ateca, Terrer, Calatayud, etc. a pesar de "presumir" con vistosas placas del mudéjar como patrimonio por la Unesco, ninguna de sus iglesias podrá ser visitada.
El olor del pueblo, que antes atribuía a una vecina (o vecino) cocinando un postre, es debido -lo sabré al doblar la esquina- a la fábrica de Hueso, hoy propiedad de la alicantina chocolates Valor. La familia Hueso, originaria del pueblo de Ateca, fundó dicha fábrica en 1862 y comercializó sus productos con éxito hasta 1989 en que la vendió. Un paseo por Wikipedia tratando de hilvanar su origen, los productos que ha comercializado, las estrategias publicitarias que ha seguido a lo largo de los años y, sobre todo, las empresas que se han hecho cargo de esta con sus respectivos productos de consumo masivo, es un paseo por la historia de la economía de los dos últimos siglos. Por ese modelo económico que llamamos capitalismo y que, partiendo de una pequeña localidad como Ateca, ha salido al mundo hasta alcanzar el Black Friday. Y subiendo.
Por último, la pintada. Parece obvio que ha sido hecha con prisa, si no, no se explica la cantidad de faltas de ortografía que contiene y lo controvertido de su texto. Es claro que los jóvenes atecanos tienen derecho a trabajar, pero ¿está Hueso "obligado" siquiera moralmente, a proporcionarles empleo?, ¿y si a Hueso no le hubiese ido bien en los negocios, hubiesen los atecanos contribuido a su solvencia?, ¿habrían pagado a escote los créditos solicitados a los bancos?. Son preguntas de difícil respuesta, más sabiendo que la empresa perteneció después de 1989 a la británica Schweppes, la también británica Dulciora, a la francesa Mondelez, a la estadounidense Kraft Foods y a la alicantina Valor. Hasta hoy. Este es el mundo que nos hemos dado, y no parece fácil cambiarlo. En el autor de la pintada se percibe, en cambio, un propósito de enmienda. Si nos fijamos en la foto, la H de "AS" primero se escribió correctamente, más tarde el autor dudó y la tachó; "DÁ", no se acentúa y "JOVENES", sí… Ya digo, las prisas.
Antes de llegar aquí me he detenido en Bubierca, un pequeño pueblecito donde el Jalón dibuja una de sus muchas hoces y meandros hasta desembocar en el Ebro. El lugar no tiene nada de particular, salvo su apabullante naturaleza encajada entre los valles. Después, incluso de milenios, sorprende comprobar como las comunicaciones siguen pasando necesariamente por estos. Y es que lo abrupto de la geografía ya obligó a todos los pueblos que los transitaron a buscar soluciones a su través, siempre acordes con la ingeniería de que se disponía en cada momento, claro está. Así sorprende, en Castejón de las Armas, encontrarse en apenas quinientos metros con la autovía hacia Zaragoza y Barcelona, la carretera nacional II, el AVE y varias carreteras y caminos locales; además de los tendidos telefónico y eléctrico. Desde lo alto del puente que pasa sobre la línea ferroviaria de alta velocidad impresiona el enorme bocado que las máquinas le han dado a la montaña a lo lejos, para hacer pasar el tren por su interior. Antaño las tropas se movían lentas a pie o a lomos de caballo, serpenteando entre estas montañas. Hoy los caballos pasan silbando veloces de una punta a otra de la península y no hay valle o elevación que se pueda oponer. La empresa y el consumo, la velocidad, por tanto, se imponen.
Trato de detener el tiempo, por eso me paro a la salida de Bubierca frente a una tapia de la que emana un olor dulce y penetrante: se trata de una higuera que ya ha dado sus frutos por este año y ahora se desprende de sus hojas lentamente, al sol de noviembre. Observo sus ramas abrazadas al viejo tronco de un chopo moribundo. Entre los dos se entienden. A mi espalda una de aquellas Escuelas Nacionales, hoy abandonadas por falta de alumnado. En la fachada una placa con el "aguilucho" apedreado dice que fue inaugurada en el año 1959. En una de esas, con un viejo profesor y una Enciclopedia Álvarez, comencé hace cincuenta años a lidiar con la ortografía. Ahí sigo.


Comentarios