Tramo 2, Etapa 8, Camino del Cid, tierras de frontera: Medinaceli-Santa María de Huerta

Una vez pasado Arcos de Jalón, visito el cementerio que aparece a mi derecha tras una curva. Quiero entrar, tengo curiosidad. Lo primero que llama mi atención es lo sobredimensionado que está. Apenas un tercio del recinto reservado está ocupado. La población censada es de mil doscientos veintidós habitantes. La cosa no pinta bien, dudo que lo llenen. Por otra parte, destaca la uniformidad de lápidas y nichos: mármol negro, letras plateadas. Desafiar la norma parece extravagante y el tren pasa por el centro de todos estos pueblos, así que, para innovar a Zaragoza, o a Barcelona, o a Madrid. Antes aquí estaban las cocheras, apartaderos y talleres de reparación, ahora, ni eso. Tal vez tengan que recalificar parte del cementerio.
Gran parte de esta ruta transcurre por la hoz que excavó el río Jalón en lo profundo del barranco, por aquí discurre todo. Aprovechando el cauce y las vías históricas, se construyó después el ferrocarril, más tarde la nacional II; se dotó a los pueblos de tendidos eléctricos, telefónicos; pero, ay, llegó la autovía A2-E2 apenas un poco más arriba, unos cientos de metros; consecuencia, ya nadie pasa por aquí. La mejora de la comunicación trajo la despoblación, en parte. Muy de vez en cuando pasa un coche -a menudo, de mantenimiento de la autovía- cada par de horas un tren de mercancías cargado de contenedores y ocasionalmente algún caminante lunático. El Jalón pasa siempre. Su curso ya acompañó a los íberos, romanos, godos, árabes, ... todos pasaron, todos se fueron. ¿Por qué iban a quedarse los de Arcos?
En Somaén el río hace un profundo codo y en su margen derecho se ubica el pueblo. Realmente sorprendente el castillo-parador-fortaleza, con alta torre del homenaje y mirador acristalado abierto al vacío sobre el cañón. Una rápida visita a Internet para fijar criterios me hace ver que mi economía no es compatible con esas instalaciones. Los paquetes ofertados: "Paseando Nuestro Amor" -en bicicleta-,  "Amor y Aventura", o bien "Amor y Relax" se mueven entre los cien y los doscientos euros persona y noche. Del amor no dicen nada, comprendo que hay que llevarlo de casa.
La tarde va cayendo y mi sombra se va alargando a medida que camino hacia el este hasta desaparecer por completo en la noche. Con el oído izquierdo -el malo- escucho un rumor como de mar rompiendo en los cantiles con marejada. Es la autopista y su trajín incesante. Se me ocurre que si algún día los sorianos quieren hacerse oír de veras sólo tienen que cortar las comunicaciones a la altura de Medinacelli: paralizarán medio país. Los íberos primero (Ocelli,  la llamaron), los romanos después y más tarde los árabes (Madinat Ocelli) no se instalaron allí porque sí. El lugar es extremadamente frío en invierno y caluroso en verano, pero está en la confluencia de tres valles que se abren a Castilla, Aragón y Navarra, tiene agua abundante, caza y salinas en la base de la colina. Almanzor enviaba tropas a conveniencia desde la fortaleza de Gormaz y defendía desde allí el Duero como frontera natural.
Pensando en estas cosas alcanzo al fin Santa María de Huerta. Son las 19.30 y por alguna razón pienso que los monjes me van a reñir por llegar ¡tan tarde! Todo lo contrario. El hermano hospedero, Manuel Antonio, un simpático sevillano, me acompaña a mi celda -ozú, que caló ase aquí- y me indica las normas, uso de la calefacción y horas de comida. Apenas me queda una hora para instalarme, darme una ducha y bajar a cenar. La cena es antes de la liturgia de Completas -acudo a la capilla con los compañeros hospedados, tengo curiosidad-. Me instalo en el primer banco para no perderme nada -mal, estoy demasiado expuesto- y asisto a los cánticos procurando hacer lo que hacen los demás -¡menos la inclinación de tronco hacia adelante!- pero como todos están tras de mí, tardo un poco en reaccionar. Observo que los monjes -doce, con Manuel Antonio- son todos relativamente jóvenes, salvo dos, y acusan el cansancio de la jornada; algunos bostezan ostensiblemente, o se rascan, suenan, o arreglan las mangas del hábito. No debe de ser fácil comenzar a las cinco de la mañana con la liturgia (Vigilias) y permanecer entero a las 20.45 (Completas). Una vez terminada la oración y los cánticos, todos los presentes -ha venido mucha gente del pueblo y alrededores, muchos chavales jóvenes (!)- excepto yo, acuden para ser bendecidos con el agua que el abad les arroja desde un hisopo. Todos se recogen con apremio. De madrugada comenzará de nuevo la jornada.

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