Tramo 2, Etapa 3, Camino del Cid, tierras de frontera: Jadraque-Aragosa

El llamado castillo del Cid que corona imponente Jadraque no es tal, sino una reconstrucción del siglo XV que, eso sí, perteneció a un descendiente del Cid ya emparentado con la casa de Mendoza: al final Rodrigo y Jimena se cubrieron de honores y casaron bien a sus hijas, una preocupación constante en sus vidas.
La tierra que veo desde la carretera que va a Matillas es un enorme valle pardorojizo flanqueado de montes de poca altura que conducen el Henares hacia el oeste, bajo un inmenso cielo raso. Parece un día electoral. Es, un día electoral. Junto a la vía del tren, entre ansareras -junqueras junto al río donde se crían patos- discurre el camino bello y apacible hasta que algún cazador suelta un escopetazo. Atravieso una chopera amarillenta donde un banco solitario espera paciente el mes de agosto, entonces los vecinos se disputarán su compañía. En un par de horas alcanzo Matillas, apeadero del tren que lleva a Madrid -¡todos los trenes llevan a Madrid!- donde almuerzo. Antes he pasado por un "barrio ferroviario", industrial, de aquellos que crecen "a pie de tajo"; las viviendas apenas se distinguen del lugar de trabajo y frente a las naves -Mosaicos Fénix, en venta- se seca la ropa al sol pálido del otoño. Un hombre anciano arrastra su bastón junto a una mesa publicitaria rodeada de sillas bajo una sombrilla remendada. Mira pasar la mañana. Entre las viviendas y la nave crecen en un huerto las verduras de invierno: repollos, cardos, berzas, coliflores... parecen mirar absortas las cañas secas de las tomateras. El cercado lo conforma una colorida valla en tonos alternos azul, rojo, amarillo, ... Junto a esta, dos casetas de ladrillo enlucidas con cemento -aunque no pintadas- y cubiertas con uralita, guardan aperos; en el interior de unas macetas de plástico ordenadas en círculo crecen plantas tristes. Del centro surge una peana de metal sustentada por un mástil a un metro de altura, sostiene un tiesto en precario equilibrio y dudosa composición estética. Todo el conjunto me evoca la dignidad de los pobres, aunque, ahora lo se, siempre hay pobres más pobres: azul, rojo, amarillo, azul, rojo, ...
La zona ha vivido hasta no hace mucho de la cementera del pueblo, ahora una ruina abandonada en mitad del campo; también de la fábrica de harinas y una tercera de celulosas. Hoy todas contemplan el éxodo impasible.
En Villaseca de Henares se separan los caminos hacia el río Jalón y Aragón o hacia el Henares y Toledo. Allí se despedirían hace diez siglos, de manera incierta, Rodrigo de Vivar y Minaya Álvar Fañez, sin sospechar que depararía el destino a cada uno de ellos. Apenas acababan de cruzar la frontera del reino de Castilla y comenzaban a internarse en tierra de nadie, necesitados de vencer o morir en el intento, sin depender más que de su habilidad, su coraje y sus armas para volver a verse o ser un recuerdo doloroso en la mente del otro. Dos amigos desde la infancia obligados por la necesidad a separarse, tal vez para siempre. Vuelvo la vista hacia ese vado en el Henares e intento imaginar qué pasaría por la cabeza de los dos en ese instante.
Un nogal de umbrosa copa me saluda a la salida del pueblo. Al pasar junto a él sus hojas, en silencio hace un instante, comienzan a bramar alborotadas. Me paro e intento abrazarlo. Harían falta dos hombres más. Cuando me alejo, el nogal vuelve a su quietud. ¡Atentos, los árboles, nos observan! En Mandayona me detengo en un bar a tomar un bocadillo y una cerveza. Dentro está repleto y cálido, los vecinos han ido a votar y se reúnen ahora frente a unas tapas. Fuera un grupo de jóvenes encara el frío y toma botellínes de cerveza hasta desbordar la mesa: "es nuestra mesa electoral", me dirá el más locuaz bromeando.
Camino de Aragosa, ya en el cañón del río Dulce, trato de ver alguna nutria o visón a través de los prismáticos, pero me parece que hago demasiado ruido y alarmo a los animales. Llego al pueblo cuando el sol refulge violeta sobre las paredes calizas del barranco y los buitres aprovechan las últimas corrientes térmicas para no irse a la cama sin cenar.

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