Tramo 2, Etapa 5, Camino del Cid, tierras de frontera: Sigüenza-Anguita

El camino que me ha traído a Anguita desde Sigüenza discurre apacible entre pinares primero y bosque de carrasca después. Apenas me equivoco, a pesar de que las marcas necesiten una mano de pintura entre Estriégana y Alcolea del Pinar. Será en Alcolea donde repase el "estado de la nación" con Bea, la camarera rumana del bar Benito, que lo atiende. Con su dulce acento del este comentará conmigo las noticias que ponen en el telediario: "yo no sé por qué van a votar, les están robando las pensiones a los viejitos y todavía les preocupa quién gane". Ella no vota en las elecciones al congreso -sí en su país- sólo en las europeas y locales. Bea es una de las emigrantes que se ha quedado en Alcolea, muchos de sus compatriotas se han vuelto a casa una vez han mejorado un poco las condiciones laborales allí -y han empeorado aquí-.
En Alcolea, dirección Aguilar de Anguita, atravesaré un dédalo de vías de todo tipo: la autovía Madrid-Zaragoza, el AVE Madrid-Barcelona y las vías secundarias que conducen a los pueblos. Por estos valles pasan las comunicaciones desde el tiempo de los romanos. Es nuestro modelo de civilización y observándola desde los pasos elevados, uno repara en la enorme cantidad de energía que consumimos: la caravana sin fin de camiones que desplazan mercancías en uno y otro sentido. Rótulos en todos los idiomas de todos los países de la Unión Europea, van y vienen sin cesar a los puertos, mercados y lonjas de nuestro país y salen hacia el resto. Pasar por encima de la catenaria del tren de alta velocidad -ese juguete tan caro que nos hemos puesto como regalo de reyes durante los últimos veinticinco años- impresiona, pasan los convoyes a la velocidad del rayo, da la sensación de que nos encontramos en un lugar muy moderno. Es una falsa imagen. Basta tomar de nuevo camino hacia Aguilar para caer en la cuenta de que la despoblación, la falta de oportunidades y el abandono de esta tierra van en aumento; la arteria que queda a nuestra espalda es el espejismo de un país vacío.
En una rotonda por la que debo atravesar para continuar mi ruta, una pareja de la guardia civil para a los coches de tanto en tanto. Enseguida los deja ir, ha de ser algún control rutinario. Cuando llego a su altura, dos hombres jóvenes me dan las buenas tardes y me indican amablemente el camino. Me animan, "ya queda poco". Pienso en Draimar, la compañera de viaje venezolana: "aquí la policía es amable. En mi país tienes que tratar de evitarlos porque te pueden hacer daño".
Entre Aguilar de Anguita y Anguita reparo en la enorme cantidad de terreno que piensan destinar a parque solar. Nada menos que mil hectáreas de terreno en tierra que ahora ocupan labradíos y monte bajo. Me lo ha dicho Diego, agente forestal y gestor del albergue de Sigüenza, profundo conocedor de su entorno, historia y cultura popular. "El problema energético es enorme. Somos una sociedad que gasta inmensas cantidades de energía, esta se produce en el rural, pero se consume en las urbes. A nosotros nos quedan las sierras llenas de parques eólicos, los campos sembrados de paneles y los valles de presas hidráulicas". Asegura, además, que los gestores son lobbies, fondos buitre que hoy venden energía y mañana urbanizaciones. Lo importante es el dinero. En estas cosas voy pensando cuando dejo Sigüenza a mi espalda. Las campanas llaman a misa en la catedral, el sol de la mañana se filtra entre los pinos y el aire del otoño penetra intenso en los pulmones.
Hay un gran legado poético en esta ruta que transito. Además del Cantar de mío Cid, que escribiera o copiara -los especialistas no se ponen de acuerdo- Per Abat en San Esteban de Gormaz, es obligado mencionar a Antonio Machado y Gerardo Diego en Soria, a Miguel Hernández en Orihuela (Murcia), y también, por qué no, a Antonio, Bea, Diego y la pareja de la benemérita.

Atienza de los Juglares, 
alto navío de ruinas
que nunca has visto los mares;
te traigo -mis azahares-
ramos de espumas marinas. 

Gerardo Diego

Comentarios