Tramo 1, etapa 12, Camino del Cid, el destierro: El Burgo de Osma—Gormaz

Desde las siete de la mañana todo el pueblo de Osma, desde niños a ancianos, se emplea en la confección de alfombras florales. Se aplican con diligencia bajo la supervisión de varios capataces mientras los turistas hacemos fotos de su trabajo. La cooperación me lleva a los sucesos del año 153 a.C. cuando todo el pueblo de Numancia prendió fuego a la ciudad y pereció con ella ante el cerco de la tropas de Publio Cornelio Escipión, el Africano, vencedor unos años antes en Cartago. Tras sucesivos fracasos por parte de Roma para reducir Numancia le fue encargada a él la tarea. El senado de Roma no le destinó hombres ni dinero. Estaba embarcado en otras guerras. Con un ejército de mercenarios y voluntarios de treinta mil hombres se enfrentó a tres mil numantinos que acabaron por inmolarse después de un acoso de años. Torres, fosos y empalizadas de nueve kilómetros de distancia, rodeaban la ciudad. Los pocos supervivientes capturados fueron vendidos como esclavos. Así se las gastaba Roma entonces. En las excavaciones posteriores fue encontrada una fíbula en bronce que representa un caballo. Servía para sujetar el manto que vestían los numantinos. Aparece representada en las alfombras florales y es el símbolo que vemos en cualquier iconografía soriana. Hoy, luce en la camisetas del equipo de fútbol local. Son otros tiempos.

Las historias salen al paso, literal. Cuando atravieso la alameda extramuros del Burgo de Osma un anciano me da los buenos días, le respondo. Percibo que quiere hablar y me detengo. Me cuenta que la alameda la cuida y mantiene su hijo, Domingo Carrasco de Pedro. Los setos podados y ordenados, el césped a un centímetro del suelo, las rosas floridas o brotando en capullos de colores diversos y aroma fragante. Los álamos conformando un perfecto arco de sombra fresca junto al río. Además, Domingo, organiza la media maratón del pueblo y compite en carreras de este tipo -ahora está en Valladolid, la semana pasada estuvo en Málaga y logró el primer puesto entre siete mil-, pero no tiene carácter para despedir a su ayudante que "cobra, pero no trabaja". Su padre vive en una de las cuatro residencias del pueblo desde que su mujer murió hace ahora nueve meses: "fue al hospital de Soria, agarró un virus y murió a los dos días" me cuenta mientras le asoman lágrimas a los ojos que enjuaga con los dedos. Viste un pantalón viejo que vuela por encima del cinturón, una camisa ligera y se cubre con una gorra azul con visera que lleva estampadas las estrellas de la Unión Europea. Él es —todavía— Vicente Carrasco Romero, ochenta y seis años. Cuando comienza a contarme de nuevo que su hijo Domingo mantiene la alameda, creo oportuno el momento de irme. Lo veo alejarse arrastrando las zapatillas sobre la grava.

Héctor. Héctor era hijo de Príamo, rey de Troya. Héctor tenía un hermano, Paris, quien sedujo a Helena esposa de Menelao, Hermano de Agamenón, rey de Micenas. Este hecho dio lugar a la guerra de Troya. Eso dice la leyenda, aunque es muy probable que Agamenón se decidiese a hacer la guerra, más empujado por el ansia de conquista sobre Troya que por el hecho de que su hermano se hubiese convertido en cornudo. Helena fue la excusa que buscaba desde hacía años. Entonces Troya era rica y poderosa. Rodeada de altas murallas y buena tierra para criar caballos —eso dice la Ilíada— su enorme riqueza, sin embargo, procedía del paso obligado de las caravanas que unían Oriente y Occidente —Troya existió, sus ruinas fueron excavadas por Heinrich Schiliemann en 1870, hoy son Patrimonio de la Humanidad— por eso Agamenón la deseaba. Tras convencer a Aquiles para que participase en la guerra -Aquiles era el mejor guerrero Aqueo- las naves partieron hacia Anatolia. Tras el exitoso desembarco Aquiles se negó a continuar luchando. Sólo la muerte de Patroclo, su amante, le hizo plantarse en solitario ante las murallas de Troya convocando en duelo a su mejor guerrero. Este era Héctor. Las puertas se abren y Héctor camina valiente hacia el carro de Aquiles. Aquiles desciende y comienza una lucha feroz que Príamo, Helena, Paris y Andrómaca —esposa de Héctor— contemplan desde lo alto de las murallas. Tras una larga lucha Héctor es muerto por el brazo de Aquiles, atará su cuerpo al carro y, lleno de ira, dará varias vueltas a Troya desmembrando su cuerpo. Después volverá al campamento Aqueo arrastrando los despojos de Héctor. Bien entrada la noche, Príamo aparece en la tienda de Aquiles y puesto de rodillas suplicará a este los restos del cuerpo de su hijo. Príamo demostró dignidad al solicitarlo. Pero Aquiles demostró compasión al acceder. En mi opinión es este hecho, y no su famoso talón, el que lo ha convertido en un gran guerrero —histórico o legendario, qué más da—.

Pero yo quiero hablar de otro Héctor. Ya lo conocéis. Dirige el albergue del Burgo de Osma y este, de carne y hueso, acoge perros, tortugas y gatos. También chinchillas. Y cuanto bicho viviente le planten en la puerta. Educa a los niños en libertad y responsabilidad y sus vecinos son los viejos de una residencia de ancianos. Con ellos, los más lúcidos, juega al ajedrez y los pasea entre los perros y los niños. Los saca de las tareas infantilizantes que les obligan a hacer: pintar tortugas y mandalas, o disfrazarlos de payasos en carnaval, con una bolsa de basura por atuendo y una nariz roja comprada en los chinos. Lo hace con alegría y sin afectación. Héctor es un héroe. Me pregunto si lo sabe.

Tras varias horas de caminata entre sabinas y en encinares siguiendo el curso del río Ucero, llegamos a la confluencia de este con el Duero. Debemos vadear el Ucero para tratar de cruzar el Duero curso abajo, en el pueblo de Navapalos. Me descargo de impedimenta y me desnudo. Tomo a Cody en los brazos y lo cruzó primero a él, después regreso a por mochila, bolsa, zapatos y ropa. Una vez al otro lado me daré un delicioso baño en aguas poco profundas a la sombra de los árboles y la vegetación de ribera. Tras el baño, la comida: bocadillos, fruta y frutos secos. Siesta a la sombra junto al rumor monótono del río. Cuantas veces encontraría Rodrigo de Vivar remansos de paz como este en su constante batallar. Antes de partir de nuevo, lleno la cantimplora con agua del río Ucero —el Duero baja turbio— espero no sufrir la venganza de Moctezuma.

Caminamos a través de barrancos en un incesante sube y baja, ya al sur del río, viendo de cerca los meandros que forma este. Desde lo alto de una loma contemplamos por última vez la inmensa extensión de la Rasa y ponemos rumbo a la fortaleza califal de Gormaz.

El pueblo de Gormaz donde se encuentra el albergue de peregrinos de los "caminos de Santiago" (!) está seiscientos metros arriba entre vueltas y revueltas por un camino de ovejas. Llegamos arriba extenuados. Cuando alcanzó el bar me tomo cuatro cervezas seguidas a gollete.
Albergue de Gormaz, impresionante

Comentarios

  1. Está claro que el camino q en antaño vivió por obligación que no por devocion, Rodrigo, hay quien lo disfruta saboreando cada paso del camino.
    Ánimo Cody lo conseguirás

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