Tramo 1, etapa 4, Camino del Cid, el destierro: Covarrubias-Santo Domingo de Silos

En Retuerta, de camino a Santo Domingo de Silos, el panadero quema la bocina para llamar a los vecinos. En todos los pueblos ocurre otro tanto. Cody y yo almorzamos en un lavadero a la sombra, junto a la zona de las huertas. Dos mujeres intercambian cháchara. Lo que no comprendo es porque se gritan la una a la otra. Están solas, con excepción de nosotros, y muy próximas entre sí. Enseguida entablo conversación con una que se ha acercado a curiosear. Cuando atraviesas estos lugares las señoras aprovechan para limpiar las ventanas. Nunca he visto cristales más limpios. La vecina me cuenta que el valle de Retuerta iba a ser sumergido bajo un pantano. Afortunadamente se hallaron antes unas excavaciones arqueológicas próximas y la idea se abandonó. Cuesta creerlo, pues mientras bajaba al valle no podía cerrar la boca ante la maravilla natural que se me ofrecía: una vasta extensión de encinares que, comenzando en el pueblo, se perdía a lo lejos en la sierra Cebollera, no era posible abarcarla con la vista de una sola vez. Me llamó la atención un grupo de niños con sus monitores transitando entre las encinas, felices y alborotadores. Trajo a mi memoria excursiones similares por las estribaciones de la cordillera Cantábrica, entre Busdongo y Villamanín, donde los curas nos llevaban a pasar el verano con nuestra equipaciones, grados y consignas de la O.J.E. Eran filofranquistas, pero entonces esas cosas no nos inquietaban. Únicamente queríamos saber si en la merienda habría Nocilla o chorizo si, tras la marcha, tendríamos misa o baño en el río.

Cuando desciendo el enorme sabinar camino de Silos por una pista con grandes roderas de tractor, me pregunto qué ocurriría si, simplemente, me hiciera un esguince. Si no pudiera continuar y la batería del móvil se agota. La Naturaleza nos desconcierta, nos saca bruscamente de la zona de confort y nos sitúa en tesituras para las que no estamos adaptados, no tenemos recursos, lo fiamos todo a la tecnología y no hay nada más poco fiable que esta -a pesar de que posibilite estas crónicas desde lugares remotos y sin gente-, una lesión simple en esta rodera tan profunda como la altura de mi rodilla, sería un problema.

He visto una sabina centenaria y mentalmente le he dicho: "Buenas tardes, señora". También me han dado ganas de abrazarla pero sentí pudor. Poco después he visto otra y a esta sí la he abrazado. Cuando caminas solo ocurren estas cosas. Más tarde he metido el bastón en el hueco de un tronco y al curiosear en su interior con la punta de este he sacado pelo. Probablemente de zorra, tal vez haya tenido aquí su camada. Hasta tal punto son generosos los árboles: ¡respiran dióxido de carbono!.

Ya en los campos llanos que preceden a Santo Domingo observo a mi paso los bichos y flores. Lucen espléndidos y atareados. Muestran sus corolas y pistilos, sus mejores colores, todas sus galas explotando en llamativos reclamos para ser polinizados mediante estrategias diversas: el néctar que contienen en el interior de aquellas vistosas hojas, esa seductora flor que brota imposible desde el modesto cactus, la amapola que meciéndose entre los trigos esparcirá sus semillas campo a través hasta el año siguiente, o la cópula frenética de escarabajos, libélulas, moscas o corzos en lo espeso del bosque. No están allí sólo para mi deleite, el tiempo apremia y la primavera pasa pronto en estas tierras. También en nuestras vidas, al final sólo quedarán nuestro huesos blanqueándose al sol.

Yo creo únicamente en un Dios que es Diosa en realidad, se llama Natura y su doctrina apela al sexo, no necesariamente al amor. Todas las religiones tradicionales han apelado siempre al amor con resultados de sobra conocidos. Todas, también sin excepción, han negado o estigmatizado el sexo como algo malo o vergonzante cuando, basta abrir los ojos y observar lo que la Naturaleza nos implora.

Comentarios

  1. Maravilloso relato viajero,Miguel.
    Qué talento es capaz de emerger con el Cid!!!
    Bravo y a disfrutar!!!
    Te seguimos

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