Tramo 1, etapa 2, Camino del Cid, el destierro: Burgos-Modúbar de San Cibrián

Burgos luce espléndida esta mañana de junio. No es la misma ciudad que conociese veinte años antes: ninguna lo es. Hoy puede presumir de un casco antiguo remozado y libre del tráfico, de un maravilloso museo dedicado al Hombre a la orilla del río Arlanzón -las excavaciones en el yacimiento de Atapuerca en la localidad de Ibeas de Juarros lo han propiciado- y de una catedral gótica maravillosa que se apresura a ponerse de gala de cara al año 2021 cuando celebrará su octavo centenario. Callejear por el centro es aún posible sin sufrir la presión turística de otras ciudades europeas, aunque se ven muchos peregrinos camino de Santiago de Compostela, todavía es posible disfrutar de la algarabía local en las terrazas al caer la tarde. Me dio la sensación de que hablaban muy alto: en el autobús, en las terrazas, por la calle...e impúdicamente de sus cosas, sin importar donde. Debe de ser que la tecnología y los nuevos hábitos así lo proponen.
Relicarios en la catedral

Esos veinte años atrás la catedral se veía fea y deprimente, a pesar de su maravillosa arquitectura; una vez dentro uno estaba deseando irse, tal era la sensación de opresión a pesar de los amplísimos espacios. El edificio no mostraba la luminosidad en la piedra, columnas y rosetones como lo hace a día de hoy. Cada capilla, cada espacio: el claustro -los claustros, pues hay dos, uno superior y otro inferior, ambos cerrados con hermosas vidrieras en el contorno- el coro esculpido en madera de nogal, la nave principal y la de los condestables de Castilla, compitiendo en belleza y esplendor. Y en el centro de la nave central, bajo la hermosa rosa octogonal en piedra, los restos de Rodrigo y Jimena, honrados al fin por el reino de Castilla. Obteniendo con la muerte el honor y la gloria de que no disfrutaron en vida.

A pocas manzanas de la catedral es posible disfrutar del Museo del Libro. Para los amantes de los libros constituye una aventura sumergirse en las primeras formas de contar en este formato, realmente cambiante en el tiempo: es posible encontrar tablillas mesopotámicas y nilóticas, desarrolladas ya en el Neolítico para intercambiar productos y excedentes y dejar constancia de ello. Papiros egipcios, Pergaminos de Pérgamo -al parecer comenzaron a desarrollar este soporte en piel cuando los egipcios dejaron de venderles papiro. La necesidad agudiza el ingenio-. También se muestran tablillas de cera y rollos romanos y todo tipo de ingenios concebidos para escribir hasta llegar a los libros electrónicos. Preciosas reproducciones facsímil de bestiarios y beatos, libros de horas y de caballeros, donde estos se anotaban con sus armas y atuendos de combate, disponiendo de una hoja o un fragmento en función de la importancia de la casa noble. Particularmente me fascinó ver de cerca el atlas de Pedro Teixeira, cartógrafo al servicio del rey Felipe IV, de quién recibió el encargo de levantar cartas de las costas españolas (costa gallega). Pasó seis años navegando entre el río Bidasoa y el Cabo de Creus y otros seis en su casa de Madrid dibujando unos mapas de avistamiento de costas y situación de bajos, en uso hasta bien entrado el siglo X IX. Aunque la estrella es sin duda el manuscrito Voynich, ese enigmático libro que los jesuitas trataron de vender a los museos vaticanos y estos respondieron que "sí era jesuita, era de su propiedad. Pues ellos representaban a toda la iglesia". Los jesuitas maniobraron y vendieron todo un lote de libros a través de la persona de Voynich, quien antes los revisó uno por uno apartando este para sí. El libro no tiene autor conocido, ni lengua, ni se sabe a ciencia cierta qué quiere expresar con sus dibujos, si un tratado de astronomía o de botánica o todo a la vez. La editorial Siloé que dirige el museo ha sido la encargada de elaborar la copia facsímil.

Resulta curioso comprobar cómo es imposible acceder o abandonar una ciudad sin atravesar un dédalo de polígonos industriales, carreteras de circunvalación o centros comerciales. Tal es el modo de vida que nos hemos dado. Así que uno se encuentra exultante cuando es posible transitar de nuevo los caminos escuchando el canto de los pájaros y el rumor del viento en los campos. Tras un recorrido de un par de horas arribamos al monasterio de San Pedro de Cardeña. Allí el Cid dejó a Jimena y sus hijas, Elvira y Sol, para partir al destierro con sus "mesnadas" o caballeros de fortuna. Hoy me recibe un fraile en zapatillas de la orden del Císter, quién me mostrará la capilla donde se enterraron originalmente Rodrigo y Jimena y que sería más tarde expoliado por los franceses durante la guerra de independencia. El fraile parece lamentarse de que hubiesen roto la nariz a todas las figuras del sarcófago. Pienso qué no habrían hecho el Cid y sus hombres cuando buscaban botín y no lo hallaban.
Cultura y formas de negocio!

Proseguimos camino hacia Modúbar de San Cibrián a lo largo de una tarde cálida y ventosa donde los barbechos ocres se alternan con el verde de los trigos y el blanco de los molinos de viento. La cinta negra de la carretera nos da al fin una tregua y nos permite entrar en una pista de tierra donde, sobre una colina, se divisa imponente la iglesia de Modúbar. Me pregunto si será la misma que recibió al Cid aunque el pensamiento, traidor, ya sólo piensa en cerveza.

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