Tramo 1, etapa 6, Camino del Cid, destierro: Huerta de rey-Alcubilla de Avellaneda

En ocasiones Castilla es una mujer sentada en el patio, gruesa y «escarranchada», con el delantal colgando entre las piernas y viendo la ropa secarse al sol con cara boba. El tiempo pasa lento y el invierno es el reto. En Alcubilla de Avellaneda una pareja de latinoamericanos se presenta en el bar del pueblo, vienen de Sevilla y los trae aquí una oferta de empleo. Desayunan en la barra del bar del hotel donde me alojo. Una vez se han ido el propietario comenta: «a ver si aguantan el invierno, después hablamos» Él lleva aquí catorce años y junto a su mujer ha montado la casa rural del pueblo. Cerraron un próspero negocio de calzado en Alicante. No se puede competir con los chinos. Desde la ventana de mi habitación los escucho hablar con su nieta —viven al lado— desde un dispositivo manos libres. Le dicen que ha salido muy guapa en la foto que han enviado sus padres, donde semeja estar leyendo. Le tienen muchos cuentos preparados para cuando venga en verano: Caperucita, El Gato con Botas, Blancanieves… Se interrumpen el uno al otro al hablar con ella. Se llama Leire y no es difícil imaginar que su hija —habló antes— salió a estudiar fuera y se emparejó con un chico vasco. Leire es un nombre vasco. Es una hipótesis, pero bien podría ser cierta. Se despiden de ella con mil muestras de cariño esperando el verano. Después, continúan cenando en silencio.

En Zayas, siguiente pueblo en la ruta hacia Langa de Duero, un hombre trabaja de espaldas a la acera con una radial, una señora mayor pasa tras él y las chispas de la radial le saltan a las piernas, a punto están de quemarle las medias. La mujer se va calle abajo rezongando tras decirle algo al hombre que, ni la oye. Se va sacudiendo las medias y mirando hacia atrás lamentándose.

De camino a Alcózar divisó por vez primera las montañas que flanquean el río Duero. Ahí estuvo la frontera natural durante siglos entre los reinos cristianos y musulmanes. Me pregunto qué pensarían El Cid y sus hombres a medida que se acercaban a ella. Un espacio entonces, extremadamente peligroso, vacío y cruel donde sabías del enemigo por la enorme nube de polvo que levantaban sus ejércitos días antes de haberlos visto. Con el corazón encogido pasarían revista a sus armas, a los arreos del caballo, los estribos y el bocado. La cota de malla y el casco. Les iba la vida en ello. Rodrigo recordaría a Jimena, a sus hijas Cristina y María —no Elvira y Sol, como el Cantar se empeña en decir. Licencias poéticas del autor cuyo poema épico, por otra parte, nos ha traído aquí. A menudo es la literatura, no la historia la que nos lleva a los sitios— y a ese gran Señor que ignoraba era buen caballero.

Antes nos hemos desviado del camino para tratar de conocer Clunia. Cuatro kilómetros hacia un pueblo en cuesta donde se halla la ciudad imperial romana Clunia Sulpicia. Aquí se proclamó emperador Servio Sulpicio Galba; la ciudad cuenta con un anfiteatro de grandes dimensiones orientado al Este en lo alto de una loma desde la que se ve una llanura enorme de buenos campos de trigo y agua abundante. Pero, ay, hoy es lunes y la excavación-museo-arqueológico está cerrada. Un operario de la Junta me indica que no es posible visitarla. Se ríe cuando le digo que, en cambio, seguro que hay fútbol en alguna cadena televisiva. Apostaría un dedo. En fin, a veces se pierde. Del camino forman parte también los contratiempos.

Continuo ruta meditando acerca del hecho de caminar. Avanzar paso a paso moliendo pensamientos que saltan de un tema a otro sin conexión aparente «haciendo camino al andar» como expresó don Antonio. A Machado llegué por vez primera mientras estudiaba la selectividad. Mi amiga Elvi me había regalado una casete donde se escuchaba por una cara «Dedicado a Antonio Machado, poeta» de Serrat y por la otra «La Mandrágora» —Joaquín Sabina, Alberto Pérez y Javier Krahe, ya sabéis— le daba vueltas y vueltas entre la filosofía, la lengua y las matemáticas. Más tarde leí sus poemas y me conmovió su mirada lúcida, intensa y melancólica. Pero fue con Robe Iniesta y Extremoduro cuando acabó por meterse en mis vísceras para siempre. Ya nunca me he alejado de él.



«Salgo a pasear por dentro de mí
veo paisajes que de un libro
de memoria me aprendí:

Llanuras bélicas y páramos de asceta
no fue por estos campos el bíblico jardín;
son tierras para el águila un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín»

Pero me pongo grave, caigo en la cuenta de que fue buena idea no traerme Walden como lectura de cabecera. Me temía a mí mismo y estaba en lo cierto. A veces se gana.

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