Tramo 1, etapa 13, Camino del Cid, el destierro: Gormaz-Berlanga de Duero

Ya de noche, en Gormaz, sorprende lo acogedor del bar y los cuatro vecinos que allí están. El bar lo regenta una pareja joven del vecino pueblo de San Esteban. Ella, pizpireta de bonitos ojos azules y sonrisa con ortodoncia que trata de ocultar con involuntarios gestos. Él, Byron, de nombre y origen latino, sufre por la muela del juicio. Espero que su vínculo sea más fuerte que su dentadura. Entre los dos sacan adelante la concesión del único bar municipal y ponen cafés y cervezas a los cuatro vecinos que habitan el lugar. Se aproxima el verano y esperan la avalancha de familias estacionales. Desde la terraza se puede contemplar una vasta extensión de campos de cereal y algunas vegas próximas al río Duero. Cuando cae la noche todo el firmamento pasa ante los ojos de uno entre cantos de grillos y cigarras.

Al día siguiente recorro todo el espacio de la que fue la más grande fortaleza de Europa, un kilómetro de perímetro en la ribera norte del Duero, pertrechada por una inmensa llanura de trigo, cebada y agua en abundancia. El recinto fue construido por Hakem II. Más tarde serían alcaides Almanzor y el Cid. Este lugar fue determinante tanto para musulmanes como para cristianos, así que fue tomado sucesivas veces por los ejércitos de ambos bandos. Parece imposible desde lo alto. Desde allí se dominan muchos kilómetros a la redonda cuajados de atalayas de intercambio de señales que facilitaban la defensa con mucha anticipación. El enorme muro defensivo sobre el cerro inexpugnable, disponía en su interior de grandes aljibes para el agua —ya se trataba entonces para que no se pudriera: ¡hace mil años!— zona palaciega, torre del homenaje, alberca para los caballos, huerto y cultivos, y todo lo necesario para soportar un largo asedio. Me pregunto qué sería lo primero que solicitaría Almanzor una vez allí, después de cabalgar durante largas jornadas desde Córdoba: ¿la ubicación de las tropas cristianas, el inventario defensivo, una comida copiosa, un buen baño, una odalisca, un mancebo, ambos?... Almanzor, señor de la guerra, todopoderoso lugarteniente de Abderramán III; incendió Santiago de Compostela y León —entre otras muchas capitales cristianas— durante varias campañas hasta su muerte en Bordecorex, camino de Medinaceli, procedente de Calatañazor, su última victoria. Jamás fue derrotado. Mantuvo las fronteras del Duero y el Ebro inmóviles durante años, desde Santiago a Barcelona. Y es muy probable que la ruta jacobea comenzase su desarrollo a su muerte, con la estabilidad en la zona, una vez los reinos cristianos comienzan a progresar hacia el sur. Almanzor murió cuarenta y cinco años antes de que Rodrigo Díaz naciese. ¿Qué hubiera ocurrido de haberse enfrentado? Sólo Dios o Alá lo saben.

La caminata desde Gormaz a Berlanga de Duero resulta más bien anodina. Atravieso dos pueblos -Recuerda y Morales- sin encontrar persona alguna. Sobre un banco del pueblo de Morales, junto a la fuente, me echo una buena siesta. Llegados a Berlanga, cerveza y escabeches en casa Vallecas, una institución en el pueblo: la comida es excelente y las jarras heladas de cerveza, memorables. Son las cinco de la tarde. El personal sale a tomar café bajo la sombra fresca del árbol que cobija la placita. Los escucho hablar de problemas universales: hijos, oposiciones, formación -también la suya: nuevas alergias, veganos, intolerancias, lactosa, gluten, ...-. Un funcionario municipal de paso por la plaza los convoca a cursos próximos, cada cinco años deben renovarse. "¡En ninguna profesión pasa esto!", se queja amargamente el cocinero. "Las peores son las embarazadas. Ectoplasmosis, grasa...¡Qué no salgan de casa, joder!

No puedo dejar de mencionar los que constituyen, para mí, los máximos atractivos del pueblo: fray Tomás de Berlanga y la ermita de San Baudelio, en Casillas de Berlanga. Fray Tomás fue un hombre excepcional, no sólo para su época, también para la nuestra, pues su capacidad y talento han atravesado los siglos. Nativo de la villa y de origen humilde -sus padres eran labradores- estudió con los dominicos en el Burgo de Osma. De allí partió a Salamanca a completar sus estudios y dió el salto al nuevo mundo en 1505. Se instaló en Panamá donde logró el cargo de obispo. Recibió orden del rey Carlos I para mediar en las disputas territoriales que libraban Diego de Almagro y Francisco Pizarro. Durante su viaje desde Panamá hacia Lima, la falta de vientos y las corrientes desviaron su barco hacia un extraño archipiélago, las islas Galápagos, así bautizadas por él por la enorme cantidad de estos animales que allí se encontró; casi trescientos años antes de que el Beagle con Charles Darwin y Robert Fitzroy aparecieran por allí. De regreso a Panamá aún tuvo tiempo para fundar varios conventos y concebir la "loca" idea de unir los Océanos Atlántico y Pacífico a través del istmo de Panamá, sirviéndose de las aguas del lago Chagres. Fue, además, el primero -antes que fray Bartolomé de las Casas, quién operaba en México y California- que denunció ante el rey el trato vejatorio que se les estaba dando a los nativos en Tierra Firme. Vino a morir a su tierra natal y de Panamá se trajo un caimán que todavía se puede ver disecado a la entrada de la colegiata de Berlanga, colgando de una pared. El caimán es el mismo, la paja del relleno ha debido de cambiarse varias veces con el transcurrir de los años. Fray Tomás descansa en una tumba humilde a la derecha del altar mayor. Hay vidas que dan para mucho.

En cuanto a San Baudelio, en el término municipal de Berlanga, situada en un alto apartado de la carretera un kilómetro y junto a un pequeño manantial, se levanta la" Capilla Sixtina del arte mozárabe”. Erigida sobre la antigua cueva de un eremita, nada hace presagiar desde el exterior, la maravilla del interior. Desde el pequeño parking veremos un edificio de planta cuadrangular donde, lo más destacable, es el acceso a través de un arco de estilo árabe. Una vez en el interior, cuando la vista se ha acomodado de la intensa luz exterior a la umbría del interior, nos sorprende una gruesa columna en forma de palmera cuyas hojas parten hacia los lados sujetando la techumbre. Toda ella está policromada con una gracia tal que, a pesar de tener finalidad estructural y encontrarse en un espacio reducido, da sensación de ligereza. A un lado de la pequeña nave, sujetando el coro, una columnata con arquerías nos trae a la memoria la mezquita de Córdoba, esta es infinitamente más modesta, por supuesto. Todo el contorno de la nave está —estaba— decorado con pinturas sacras y profanas: imágenes de San Baudelio, una última cena, el espíritu santo sobre el modesto altar en piedra de sillería...; escenas de caza, un dromedario, un castillo sustentado por un elefante, un oso... La ermita perteneció a principio del siglo pasado a un grupo de "notables" del pueblo de Berlanga, quienes vendieron las pinturas a un marchante de arte judío por sesenta y cinco mil pesetas. El hecho fue denunciado ante patrimonio por un guardia civil diligente de la localidad, quien consiguió incluso parar el expolio durante un tiempo. Más tarde el Tribunal Supremo falló a favor del marchante y las pinturas hubieron de salir del país. Algunas se recuperaron y pueden contemplarse en el museo del Prado. Otras no regresaron nunca y forman parte de colecciones privadas en museos de Boston, Cincinnati o el metropolitano de Nueva York. Mediado el siglo pasado, este hecho dio lugar a la reforma de la ley de patrimonio. Hoy, en san Baudelio, pueden contemplarse sólo las siluetas de las pinturas que dejó el marchante Levi. Aun así, sobrecoge.

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