Tramo 1, etapa 11, Camino del Cid, el destierro: San Esteban de Gormaz—El Burgo de Osma


A la sombra de los árboles que flanquean el río Duero caminamos esta segunda mañana del verano. El río baja turbio y caudaloso después de la tormenta de ayer. Cody corre feliz y despreocupado entre la vegetación y yo lo sigo a buen paso, refrescado por la brisa. Al llegar a la Rasa nos desvían y sacan a la carretera. Se acabó la sombra. Rodeamos una enorme plantación que ocupa cientos de hectáreas perfectamente señalizadas por calles, protegidas de los pájaros y el pedrisco por grandes redes sintéticas, con riego en la base de cada árbol y sustentado el entramado de manzanos —esa es la fruta— por postes que se pierden en la distancia. Por supuesto, el riego está garantizado, la explotación acaba en la misma margen del Duero. Al llegar al pueblo, reparo en los balcones de alguna de las viviendas: secando al sol parece haber chilabas o prendas de estilo africano. Cuando me acerco más un hombre negro sale de uno de los edificios y le pregunto por el bar. Me lo indica en un castellano un poco rústico y continúa ajustando sus auriculares de alta gama. A medida que avanzo junto al edificio reparo en las voces que surgen del interior y entiendo que hay mucha gente. Desde la ventana observo filas y filas de literas. Es sábado por la tarde y los trabajadores de la plantación estarán descansando. Cuando llego al edificio donde se supone que está el bar, un grupo de mujeres de origen búlgaro o rumano —en la zona hay muchos— que hablan a la sombra, me indica por señas que el encargado está durmiendo. Les doy las gracias y me alejo. Saliendo del pueblo me encuentro con la factoría de almacenaje, cámaras de frío, dársenas -cuatro- para camiones, oficinas de comercialización y distribución, enormes montañas de cajas de madera y plástico esperan a ser llenadas y llevadas a destino: Mercamadrid. Buceo un poco en Internet y descubro que la empresa —Nufri— hortofrutícola está radicada en Mollerusa (Lleida) y tiene plantas similares en Huelva. Factura más de treinta millones de euros anuales. Pertenece a la familia Pujol.

Al llegar al Burgo de Osma, junto al albergue El Castillo, entramos en un Eroski a hacer provisiones. En la caja aguarda un grupo de senegaleses que bromean con el cajero. Le enseñan un billete similar al de cincuenta euros, pero más pequeño: "es de mi país", dice uno de ellos entre risas. Son grandes, fuertes, de cuello y torso poderosos, piel negra como el betún y franca sonrisa nacarada. Portan grandes botellas de refresco y chucherías. Son musulmanes. Tras ellos aguardan dos muchachos del pueblo, lampiños de piel lechosa. También llevan refrescos y chucherías, pero, además, una botella de licor cada uno. Después de pagar, se alejan con el aire de suficiencia que da haber cumplido dieciocho años. Son nuestros adolescentes.

En el albergue ya me espera Héctor: alto, guapo, verborreico. De aspecto hípster. Con extrema amabilidad saluda a Cody y nos acomoda en una habitación al final de un largo pasillo: "por si Cody quiere salir hacer un pis". Él tiene seis perros -dos en acogida- y el mismo número de gatos en su casa. Junto a su mujer llevan el albergue desde hace cuatro años y se dedican, además, al adiestramiento canino. En el albergue organizan quedadas con perro y dan talleres sobre formación canina, salidas al monte, elaboración de chucherías. Además imparten enseñanza polícultural —cocina, huerto, pintura, ... Etc.— a niños de los colegios; los agrupan por edades diferentes y así los pequeños aprenden de los mayores. Todos aprenden lo mismo. Habla con verdadera pasión. Se formó como profesor en Madrid y se quemó pronto de impartir enseñanza reglada. Regresó al pueblo y montó este proyecto. Le hago notar que no en todos los lugares que he visitado acogen de forma similar a los perros. Me indica que vamos bien, llegamos tarde con respecto Europa, pero con mucha fuerza, somos el país de la Unión con mayor tasa de crecimiento de animales de compañía. En Soria, ciudad de cuarenta mil habitantes, se ha pasado de tres tiendas de mascotas a once. Ellos tienen en acogida varias tortugas, dos perros, dos gatos, una chinchilla... ¡Son las comuniones! La perra que ahora nos acompaña es una preciosa y cariñosa Golden Retriever, la abandonaron cuando tenía cinco años de convivencia con una familia con hijos. La razón: tenía diversas enfermedades, todas procedentes de la obesidad. La pusieron dos meses a dieta y, asunto resuelto. Hoy no se separa de sus piernas.

Comentarios