Tramo 1, etapa 3, Camino del Cid, el destierro: Modúbar de san Cibrián-Covarrubias

Llegar a la plaza de uno de estos pueblos de "La España Vacía" -Sergio del Molino, editorial Turner, imprescindible- es darse de bruces con la realidad, una realidad no siempre cómoda pero igual de intensa. Pegar la hebra con los vecinos delante de una cerveza invita a ponerse al día sobre aquello que rara vez aparece en la televisión o los medios de comunicación, si no es para mostrar desgracias o sucesos ominosos. Esta tarde una señora de setenta y tres años nos cuenta que fue a hacerse una operación de menisco, pero antes, ay, se rompió la cadera y ya no hubo menisco que valga. Entró por urgencias y la dejaron casi como nueva. De la cadera. Pero echó mucho de menos a su pequeña perilla Yorkshire quien le alegra la vida a diario y ahora habrá de esperar a que la citen de nuevo en un mes para operarle los meniscos. Huelga decir que excuso contarle lo que me ha costado llegar a su pueblo con veinte años menos. Mientras, otro parroquiano se queja de los impuestos y su mujer asiente. El propietario del único bar curiosea alrededor y hace bromas mientras repone bebidas. Camisa rosa y pantalón con raya, cintura prominente y pelo peinado hacia atrás, grandes arrugas y bolsas en los ojos, mirada pícara de ojos claros. Se confiesa pastor protestante. Presiento que este hombre tiene un pasado del que me hará partícipe dos cervezas más allá. Me hospedó en el hotel la Cerca de Doña Jimena -en la zona hay multitud de referencias cidianas, como asegura del Molino muchos lugares viven de vender pasado- donde un pequeño grupo de mujeres me saluda al llegar con el consabido "buen camino" propio del de Santiago. Me alegro de haber elegido esta ruta y no la otra. No soportaría tener que responder cada cinco minutos. Más tarde, durante la cena, sabré que las chicas se alojan aquí porque organizan una carpa de divulgación acerca de la energía eólica -la comarca está cuajada de molinos- para un colegio de la zona. Beben cerveza y parecen un poco achispadas. A los postres se nos une un muchacho del lugar: hombretón, sonrosado y joven, de palabras toscas y risa floja. Y a juzgar por el coche de alta gama aparcado fuera, muy solvente. Invita a la ronda. La propietaria le advierte que ya lo ha hecho antes. No le importa. Las chicas celebran el "poderío" (sic). Conozco alguno más. Hombres jóvenes anclados a la rutina del campo, de pocas palabras y gran corazón que han salido del pueblo para hacer la mili y han quedado atrapados en él a la vuelta. Ya no podrían salir aunque quisieran. Tampoco sabrían.

La mañana me sorprende cantando, camino de Covarrubias. Aún no sabía qué me esperaba. Treinta kilómetros bajo el sol entre campos y bosque bajo. Inmensos cotos de caza vallados y vídeo vigilados, campos de lavanda, trigo, cebada y más molinos. En la distancia, en dirección opuesta, una figura camina. Nos acercamos y saludamos. Carga mochila y atributos peregrinos: concha de vieira y calabaza. ¿A Santiago? Sí che, responde con marcado acento valenciano. Viene de Xátiva haciendo la Ruta de la Lana, que partiendo de Levante entronca en Burgos con el camino de Santiago. ¡Cousas veredes! Sigue su camino y yo el mío. Paso de largo por Mecerreyes como me sugirió el caminante. Las piernas flaquean y busco cuadra como una mula cebada. A pesar de lo hermoso del paisaje sólo veo rampas de asfalto que se suceden la una a la otra. Campos de cerezos, manzanos y pinares. Cambia la cota, comienzo a descender y avistó el cartel de Covarrubias.
Villa que fue cuna de Castilla y cuenta entre sus notables con Kristina de Noruega -su historia la narra mejor otra Cristina, Sánchez Andrade- joven princesa nórdica que murió de melancolía en Sevilla y fue enterrada aquí por su marido. Me alojó en el hotel que lleva su nombre. Al ver mi espectro, el propietario me entrega la llave de una habitación - ¡en la segunda planta!- y me sugiere continuar con los trámites al día siguiente. Se lo agradezco de corazón.

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