La vida en suspenso, jornada 57

Sábado 9 de mayo

Llueve bajo los árboles en la alameda del barrio, aunque esta no es ya no una “tarde de perros” como hace apenas una semana. Entonces sólo se veían, a última hora, canes y dueños: el silencio lo poblaba todo, ni ladridos se escuchaban. El encierro se ha relajado y también la actitud de los encerrados, como no podía ser de otro modo.

Pasa una pareja de adolescentes, el chico dice doce palabras, después —perplejo— las contaré, ocho son “en plan”, no exagero. Ella asiente, entiende todo lo que él ha dicho. Al menos, a mí me lo parece.

Se alejan estos, se acercan otros; dos chicos encapuchados, el móvil de uno de ellos retumbando estridente, cantan por encima de la letra de algún “trapero” latino: «yo te doy lo que tú quieres nena, pero baílame en el tuuuuuubo, suaaaaaave...», se mueren de risa —estridente también— con aquel suave arrastrado. Comparten un secreto que ignoro. Ellos se alejan pero el sonido continúa rebotando en las calles otra vez desiertas: se pega a las paredes húmedas de lluvia como las babosas a los muros.

Llega un hombre en bicicleta, pedalea dando vueltas entre las farolas; lleva unos grandes auriculares en la cabeza provistos de micrófono con los que habla con alguien como si estuviera en el salón de su casa: ajeno a lo que no sean él y su amigo distante, comparten una cháchara insustancial en la que el ciclista trata de describir al otro el olor de la plaza: “huele como cuando tienes el calzoncillo cagado”, le dice. Parece que su interlocutor le ha entendido y ambos se tronchan de risa. Es cierto que, en ocasiones, las mareas vivas dejan al descubierto las carencias de un alcantarillado obsoleto; jamás se me hubiera ocurrido un ejemplo tan "brillante". Después se aleja tratando de detallar a su amigo el aspecto de una piña con semillas rojas de magnolio, me quedaré sin conocer los prodigios de su verbo florido.

Pasan dos vecinas en chándal —outfit estado de alarma—, con sus perros, Cody se acerca a saludarlos, las vecinas se dirigen al perro no a mí: “Cody quiere socializar”, le dice la una a la otra. Yo prefiero que me ignoren, las dejo decir, “sin meterme con nadie” como diría Millás.

Creo que empiezo a echar de menos los tiempos “duros” del confinamiento.

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