La vida en suspenso, jornada 49

Viernes 1 de mayo

A medida que el tiempo transcurre se establece con más fuerza la certeza de que lo único importante es, el tiempo —cómo y con quién se pasa— todo lo demás es accesorio, prescindible. El espacio se va constriñendo hasta limitarse a aquellos lugares que te reconocen cuando los habitas, porque te han visto ser, detenerte en ellos a “pesar de” su peculiaridad, no siempre atractiva; parecen decir: "pasarás, otros vendrán, igual que antes de ti vinieron otros"; como el esclavo susurraba a César, “recuerda que eres mortal”.

Observando en Internet la obra de Luchita Hurtado me asaltan reflexiones existencialistas sí, inspiradas en su vitalidad, en la alegría de estar siendo vivido por tiempo y espacio,  pues eso transmiten los coloridos paisajes inspirados en su cuerpo desnudo, dunar, sinuoso, nunca abrupto, confluyendo hacia un horizonte onírico, poblado de imágenes surreales, elementos naturales (manzanas, plumas), artesanías (cestas), partos o figuraciones geométricas de vivísimos colores en contraste con la piel, su piel —artista de sí misma, única modelo y espectadora—. Luchita se pinta en plano picado, en pelota picada, pinta su cuerpo desnudo desde su mirada y para su mirada; durante setenta años así lo hará y nadie verá su obra, no por falta de intención, sino de interés por parte de otros: será su manera de explicarse, de estar aquí. Hasta estos días, en que el trabajo de su casi centenaria existencia se expone en prestigiosas galerías de Los Ángeles. Here I am.

El primero de mayo solíamos salir a las calles, caminando sin manifestarnos, habitando las avenidas céntricas de “nosotros” —nada de coches— en ocasión festiva, reivindicando sin reivindicar, estando (a veces, basta con estar). Llegado el momento de los manifiestos, las consignas subidas de tono, los alardes exhibicionistas de los líderes, nos escabullíamos discretamente por calles estrechas, a beber, a estar juntos, con nuestros hijos. Lo importante era haber estado. El ruido se quedaba para los demás. La fuerza en el interior (de los bares). Hoy me sorprende escuchar a los mismos líderes, u otros líderes, a solas, en los salones de sus casas o las limpias paredes de algún espacio sindical —donde no deberían estar— gritándole a la webcam, como si tuvieran frente a las masas enardecidas de otros años.

Los sucesos de la plaza de Tiananmén conmocionaron al mundo hace treinta y un años, también eran abril y mayo cuando estudiantes y contestatarios —ni siquiera opositores— al antiguo régimen chino, se manifestaban contra la falta de libertades en la céntrica plaza de la capital. Fueron brutalmente masacrados por cientos o miles, aún se ignora el número. Después China se convirtió en superpotencia económica mundial y hoy hace guantes, respiradores, mascarillas y, todo lo demás. Hay censados millones de multimillonarios, la falta de libertades no ha variado demasiado pero la economía es muy otra. Leo a Martín Caparrós: «las calles de Pekín están negras de bicicletas y en cada rincón de verde viejos de azul se retuercen en ejercicios de taichi, con o sin espadas», lo contaba en el año 1990, también contaba que los festivos eran rotativos para racionalizar el uso de la energía, ¿eso no parece tan descabellado, no? Era miércoles, era festivo, la semana siguiente lo sería el jueves.

¿Y del milagro japonés, qué se ha hecho? ¿Se lo ha comido el chino? ¿Y si es así, dónde están los restos de la deglución?

Marina no echa de menos la calle. Se ha acostumbrado al útero doméstico. No es la única.

Comentarios