La vida en suspenso, jornada 51

El Roto, El País 2 de mayo
Domingo 3 de mayo

La mañana se muestra radiante: cielo raso, aire cálido. Apenas algunas personas por la calle —cuando el tiempo invita a lo contrario—, corre una brisa ligera y nada hace suponer que estemos confinados en ¡estado de alarma!; más bien parece un domingo normal de la primavera en el que se hubiese madrugado para sacar al perro o comprar unos cruasanes; las aceras, el paseo, están desiertos, a mí entera  disposición. Los árboles lucen presumidos hojas nuevas, de un verde hiriente, el polen circula a su antojo en suspensión; huele a hierba fresca e intensamente a yodo, a algas que acaba de descubrir la marea y se calientan al sol. En otra circunstancia este arenal del barrio de Bouzas (Vigo) estaría sembrado de hombres con rasquetas buscando almejas, croques —berberechos— o “bicho” para pescar. Hoy, aunque la mañana este ya a punto de convertirse en tarde, sólo paseamos tres personas con sus perros.

Me he puesto pintón: camisa granate con topitos blancos y deportivas a juego, pantalón crema y gafas de sol sobre la cara afeitada; he comprado el periódico y el pan, como una persona civilizada, y ahora paseo junto al mar cuál joven mosquetero. Pasa una familia enmascarada: dos chicas, dos chicos, ellas faldita, bermudas ellos, todos gafas, ninguno guantes; pasa una moto: petardea sobre el puente y se hace extraño, antes era habitual; pasan las islas frente a la mirada: el mar en calma, refulgen, reverberan sobre la superficie duplicándose: una ilusión óptica, mental. Se podría distinguir a una persona caminando junto a la orilla en la playa de Rodas, a nueve millas de aquí. Pasa una urraca graznando —¿graznan las urracas?, sé que los cuervos, sí—, la veo posarse en un árbol, la busco entre las ramas, no la encuentro. Sobre la manga derecha, en el antebrazo, una sensación húmeda revela la presencia de una plasta blanquecina: sí, la urraca me cagado a su paso —¿o es su vuelo?—. Me congratulo de que la vida esté en su apogeo y busco una fuente enseguida, he escuchado que sus heces son corrosivas.

Tras la comida, “hora de la siesta” —en la familia este nunca ha sido un concepto, siempre ha tenido sesenta minutos donde se duerme o dormita, jamás hemos encontrado algo mejor que hacer después del postre—. Tras ella un té con limón y todo el periódico inmaculado junto a mí. Los ritos: separarlo por secciones, doblarlas a la mitad para hacerlas manejables, comenzar de atrás adelante, buscar las firmas, ...dejaré el suplemento dominical para la noche, se lee mejor en la cama. Cuando la luz del sol comienza a caer y se hace necesario encender la lámpara para seguir leyendo cómodamente, es momento de preparar un gin tonic “cargadito” para enfrentar nacional e internacional —con sus políticos y sucesos lunáticos— sin poner demasiada pasión en lo leído, a fin de cuentas...
Placeres adultos.

Marina planea echarse a la calle, parece una novia novata: ¿llevo guantes? ¿mascarilla? ¡vaya corte! Me aprietan, no respiro, …La felicidad esperando en el balcón. Es la primera vez en cincuenta días, la observo alejarse con un amigo y una amiga: no saben muy bien cómo reaccionar, no pueden abrazarse, no pueden besarse, no pueden tocarse, no pueden acercarse, …

Por la noche una película, desconectamos de las series para que al menos en ese aspecto el fin de semana rompa la monotonía de los días. Elegimos El hoyo, una-de-esas-que-se-te-pasan-en-los-cines: magistral producción vasca, sin estrellas, con un guion que ya quisieran para sí los americanos, el resto de los europeos, los asiáticos. Historia inquietante, violenta —nada que ver con Hollywood: aquí no hay tiros; la violencia es remoción visceral, mental: ¿qué haría yo?— donde los personajes se ven obligados a cuestionarse progresiva, constantemente. Un juego de matrioskas sin colores, un opresivo confinamiento voluntario donde el premio es un título (¡homologado!), donde nuestros principios más elementales como animales sociales quedan al descubierto, interrogándose.

No veo estos días en la televisión algunos reclamos —Vivaz, seguros médicos, con el infalible Matías Prats y su engolada voz; apuestas online, con el siempre certero Carlos Sobera (888, "entra, entra, entra", "apuesta, apuesta, apuesta", "juega, juega, juega") o las alarmas de Securitas Direct, estas no tienen rostro, ni perro que les ladre. La excelencia en este aspecto es Zara: sin campaña de tipo alguno, basta decir Amancio y respiradores, guantes, mascarillas, ...vuelan desde la China milenaria hasta Arteixo—, tampoco los echo de menos.

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