Yalda, la noche del perdón


No es fácil ver cine de otras latitudes sin prejuicios. No existe la mirada limpia, abierta e inocente a historias de fuera de nuestro contexto geográfico, económico, político y religioso que podamos asimilar sin más. Acostumbramos a tener una imagen preconcebida —a menudo pobre— de cualquier sociedad y, consecuentemente, nos pasamos parte de la película tratando de encajar nuestra mentalidad en la que se nos ofrece. Así ocurre con Yalda, la noche del perdón, coproducción franco iraní que cuenta la historia de dos mujeres que dirimen un accidente-asesinato —no queda claro— frente a las cámaras de televisión, en horario de máxima audiencia y en directo. La una debe conceder el perdón a la otra —¡o no!, les reservo la intriga— para librarla de la horca. El público decidirá con sus votos si los patrocinadores del programa pagarán la indemnización a la agraviada —caso de concederle el perdón—, y cuál será su cuantía.

Lo primero que llama la atención es la escena de apertura: colosal panorámica aérea de la torre Milad que, es muy probable, se haya llevado la mitad del presupuesto del film; el resto discurre en el interior de unos lujosos estudios televisivos donde no cesan de enseñarnos el sofisticado aparataje destinado a la producción. La mencionada torre es un gigantesco símbolo fálico —no en un sentido literal— asentado en medio de Teherán a mayor gloria de sus propietarios, los ayatolas. Sobre un descampado en el centro de la ciudad se yergue este prodigio de la tecnología desde el cual es posible contemplar la cuadrícula de una ciudad tan ordenada como su régimen (Google Maps, sin desperdicio). Si además se nos muestra durante el momento posterior al crepúsculo, cuando un dédalo de autopistas colapsadas conduce a la población a sus hogares en mitad de un atasco infernal, podemos hacernos una vaga idea de la propuesta: “sí, en Irán estamos a la última, sabemos embotellarnos tan bien como en Los Ángeles, Madrid o París y tenemos una torre muy alta y esbelta desde la que los iraníes pueden contemplar la capital de su bello país”. Por lo demás, la mencionada escena es prescindible, salvo que, ¡oh pícaros sasánidas!, deseéis conducir hasta Wikipedia a los curiosos que deseen disfrutar de vuestras maravillas. De ser así, lo habéis conseguido con el que suscribe, bribones.

Lo segundo y más importante —aunque sea el detalle sobre el que pivota la trama entera se pasa de puntillas por él, apenas se menciona un par de veces—, es la existencia en Irán del “matrimonio temporal” (!). Como la prostitución está prohibida y castigada por ley, su sociedad se sirve de esta figura para preservar la castidad, de modo que cualquier intercambio sexual ocurre siempre dentro del matrimonio. Si un hombre desea mantener relaciones con una mujer puede hacerlo por espacio de una hora, un día, una semana o varios meses, basta con que recurra a la figura legal del matrimonio temporal para estar con ella sin consecuencia alguna para él. A esta práctica se la denomina sigheh y aquí la explican bastante mejor que yo. El mundo es grande, diverso,… ¡y contradictorio!

Torres y cinismo aparte, lo que sí queda claro es que nada es gratuito en lugar alguno. El espectáculo, el bochornoso juego del dinero, de consumo disfrazado de piedad insana que ofrece esa cadena televisiva —apostaría una cerveza (sin alcohol) a que es de carácter estatal— para tratar de librar a una persona de la horca, con los consiguientes espacios publicitarios de por medio, es una canallada. El programa se interrumpe de continúo, bien sea por la ausencia de una invitada clave —¡es ella quien debe conceder, o no, el perdón! —, la incorporación de una popular actriz iraní que declamará unos versos, las melodías melifluas de un cantante de moda, las declaraciones de un grupo de estudiantes de (¡segundo!) derecho o la aparición, a última hora, del fiscal general del Estado portando el documento del indulto (por si acaso este llegara a concederse). ¡La justicia a golpe de SMS! Todo es útil con tal de mantener a la audiencia pegada a sus televisores, ofreciéndoles, entre tanto, la posibilidad de vaciar las mondas de fruta o las cáscaras de los frutos secos durante las interrupciones. Me explico, la noche de Yalda en la tradición iraní es aquella en que se celebra en familia el solsticio de invierno, aunque no es un día festivo en su calendario laboral, goza de gran popularidad; en este se acostumbra a tomar sandía, granada y frutas diversas al calor del brasero y, … de la televisión. Popular enciclopedia mediante: “la radio y la televisión del país ofrecen programas especiales sobre la costumbre”; aunque este programa en particular la lleve un poco más allá, y subtitule, La noche del perdón, aunando así el acervo con un “caso de rabiosa actualidad”. ¡Y qué mejor que un crimen y su indulto (o no)!

Créanme, al final lo de menos es el indulto. Eso, como ya habrán supuesto, se ve venir. Lo relevante, en mi opinión, es que no somos en absoluto diferentes en modos y maneras en cuanto a Capitalismo se refiere. Puede que la iraní sea una sociedad teocrática, que a la mujer se la considere poco más que un animal de compañía (a pesar de que se la muestre fumando, conduciendo o manejando sofisticados aparatos de realización televisiva, siempre bajo la supervisión del varón, el hiyab bien ajustado y la práctica del sigheh), pero en lo referente al consumo y sus manejos, somos gotas del mismo mar. Dignidad, justicia, vergüenza, humillación o desprecio por la vida son supeditados al dios rial (moneda iraní).

La historia tiene —claro— final feliz (o no, según se mire) con la aparición fortuita de la enésima pareja de invitados al programa, aportando un rocambolesco giro a la trama —y dejando al espectador con “el culo torcio”, en gráfica expresión del humorista Joaquín Reyes—. Ese giro es motivado, otra vez, por el dinero, protagonista absoluto de toda la narración. En definitiva, tanto en Irán como en España: “a dios rogando y con el mazo dando”.

Respecto a interpretación y montaje, pobre uno, confuso el otro. La confusión se hace patente desde el primer momento, cuando el director opta por bajar el volumen de las escenas que transcurren en el plató hasta límites inaudibles, para normalizarlo cuando los personajes están en las cabinas de realización o en los espacios aledaños. Aún me sigo preguntando por qué. Menos mal que era subtitulada, pero aun así se hace extraño ver unos labios sin voz, tratar de entender lo que dicen. ¿Estilo iraní?

 

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