Margarida Mariño. Underfest Son Estrella Galicia IV ed.


Una jornada de niebla densa en la ría de Vigo —todavía persiste el aire cálido, húmedo, anticiclónico que le resta al verano; emergen a la superficie aguas gélidas, corrientes polares cargadas de “ardora” que lo enfrían y condensan— se presenta Margarida Mariño en escena: enfundada en un mono blanco abraza su violonchelo, el mástil sobre la cabeza: ambas componen la figura del Narval al que convoca en susurros, en chirriantes sonidos que arranca al instrumento y lleva después —o antes, lo ignoro— a unos “trebellos” que opera con los pies, poniendo texturas sonoras allí donde las cuerdas no llegan. Percibo en sus melodías flujos confinados bajo enormes masas de hielo polar, el crujido de estas al quebrarse; pecios antiguos que se desmoronan bajo la enorme presión del agua, remaches que estallan, soldaduras que se rompen, mamparos derrumbándose en oscuras profundidades silenciosas. Mariño, aporta el sonido que acompaña a ese escenario abisal. Nos acerca el lamento de Achab —obsesivo capitán capaz de arrastrar a toda su tripulación al desastre—, lo trae de su mano entre las tinieblas de la bahía. Necio, no se da por vencido; convertido en espectro, persigue incansable a la ballena blanca.

En mitad de su travesía obstinada se encontrará con Margarida, ella cabalga las olas rumbo a Cangas, a bordo del pasaje que atraviesa ligero la bahía. A su proa, acuden a jugar Golfiños entre algas y espumas. El sonido es ahora alegre, vivaz, sinuoso, acompasado al vaivén del barco cuyo recorrido, ay, es breve como todo lo bello.

Entre olas de luz que parten colosales del escenario hacia el público —Enxame de máscaras absortas, indefensas como animales en un copo: ¿qué imagen extraña ofreceremos desde el puente de ese barco que navega chirriante?— asistimos a nuestra Transposición en seres branquiados; la niebla se hace dueña del espacio otra vez, desdibuja una realidad ya difusa tras el vaho de la mascarilla, sobre el cristal de las gafas: nos convierte en peces bajo el foco de una embarcación que faena en la noche.

Despois da galerna, la capitana seca el sudor de su cara y se apresta a desearnos Good Luck: el mar repleto ahora de personas que se mecen frágiles a bordo de frágiles embarcaciones. Algunas la tienen, alcanzan la orilla de un paraíso al que, tal vez, se arrepientan de haber llegado. Otras, perecen entre la bruma: agotadas, ateridas, hambrientas, desesperanzadas se desploman desde una borda de goma, caen al fondo oscuro entre un llanto funesto —ojalá lo hagan ya inconscientes—, que los nombra por sus Alcumes: el de su barrio en Bamako, su aldea en Timimoun, la casa en Agadez…

Sobre la pared del teatro la sombra de la artista se hace una con su criatura: extraño ser que remite a la caverna y al mito, a los Orígenes. A la familia a quién agradece, ya en pie, desde el silencio orante de sus manos unidas. Y, elegante, se aleja dejándonos sumidos entre hilos de niebla que se disipa lenta.

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