Patrimonio
Mas, así es la vida, e igual enterraron los romanos bajo sus
cimientos la vieja ciudad de Numancia. Les sirvió como excusa el que los
numantinos hubiesen cometido la “torpeza” de acoger a sus vecinos, refugiados
de Segeda, y hallados culpables de haber ampliado sus murallas —la población
crecía—. Contravenían de ese modo el pacto firmado con el fallecido senador
romano, Sempronio Graco, que lo prohibía expresamente. La ocasión de
doblegarlos estimuló las ansias de más riqueza y poder al ambicioso Publio
Cornelio Escipión (apodado “El africano”, tras haber reducido a cenizas la
ciudad de Cartago). Una vez hubo alterado el calendario romano —por motivos
administrativos y militares debía nombrarse el cargo de cónsul en Roma antes de
la primavera; de otro modo, el periodo anual no sería capaz de albergar la
campaña guerrera: esta tiene lugar en verano, cuando el clima es más propicio—,
y después de reunir a sesenta mil soldados pagados de su bolsillo atravesó la
península itálica, los Alpes, los Pirineos y se presentó ante los muros de la
ciudad íbera.
Escipión sucedió a una serie de generales que habían
fracasado ante los muros de Numancia un año tras otro. Cuando querían empezar a
guerrear se les había echado el invierno encima: faltos de aprovisionamiento, los soldados morían de hambre o frío. Los locales, más adaptados al duro clima,
lograban contener de este modo el avance romano. Pero Publio Cornelio, en el
año 134 a. C., logró rendirlos luego de someter a un cerco implacable el cerro
de la Muela. Lo rodeó con una empalizada de nueve kilómetros de longitud en la
que alternaba torres de vigilancia cada treinta metros; además, excavó un foso y
usó en su provecho las zonas pantanosas colindantes. En la parte baja de la
empalizada situó catapultas; tras ellas, miles de soldados. Finalmente, rindió tanto
a numantinos como segedenses por hambre y sed: prefirieron suicidarse antes
que entregarse a los romanos y ser hechos prisioneros o esclavos. Así lo cuenta
Cicerón en sus escritos. Aunque, al parecer, fuentes historiográficas actuales
coinciden en que lo que impulsaba a estos era dejar este mundo con honor, la
posibilidad de continuar como guerreros en una vida futura. Esposas e hijas
—los hijos en edad de empuñar un arma corrieron igual suerte que sus padres—, les siguieron a su última morada. Es una pena que la consejera conservadora no
estuviese a la altura de sus compatriotas —en cuanto a honor se refiere—.
«El africano» tan solo pudo llevarse cincuenta de aquellos guerreros ante el
Senado como botín de guerra.
Lo que los arqueólogos encontraron en una primera excavación
fue la ciudad romana levantada sobre los restos de la numantina: una calzada
norte sur de la que partían calles perpendiculares, aunque con esquinas a diferente
altura para tratar de contener el cierzo feroz. Posteriores excavaciones
hallaron los restos del asentamiento original en los que se aprecia una planta
más “caótica”. Solo en apariencia, pues esa estructura de calles trazadas sin
regularidad alguna los protegía con eficacia del viento y el sol serranos. Los
íberos en modo alguno carecían de talento para el urbanismo o la arquitectura.
Parece que los moradores de época prerromana estaban muy unidos a su territorio,
explotaban con eficacia sus recursos y progresaban en una tierra con una
climatología muy adversa. Se dedicaban a la caza y la ganadería en los densos
pinares, robledales y encinares que rodeaban un área hoy despejada de arbolado,
sembrada en la actualidad de girasol, cereales y… faraónicos edificios
inútiles. Fueron los vencedores quienes deforestaron los montes —para levantar
la empalizada que los sometió, primero; las grandes obras de ingeniería romana,
después—, transformaron así un modelo económico que serviría mejor a sus
intereses. De ganaderos, los pobladores celtíberos pasaron a agricultores. El
excedente de población masculino (las familias no podían alimentar a más de tres
hijos) se incorporaba como mercenario a las legiones.
Las viviendas reconstruidas en el poblado de Numancia recrean los estilos celtíbero y romano, muestran similitudes y diferencias en función del uso que se daba a estas y el número de familiares que albergaban. Por supuesto, también de la fortuna de sus propietarios. La guía que nos acompaña en la excavación llama nuestra atención acerca de la casa de un rico ciudadano romano. Médico de profesión, esta se distribuida en amplias estancias orientadas al sur, a resguardo del viento, extramuros de la población, y con buenos muros de piedra. Los hogares de los residentes romanos tras la ocupación, e incluso las del periodo anterior a esta, acostumbraban a ser de adobes secos; estancias abigarradas y oscuras donde la familia compartía espacio con los animales —aprovechando el calor que desprendían sus cuerpos—, y los aperos de labranza, forrajes para su alimento y utensilios dedicados a utilización doméstica.
La mayoría de los objetos hallados en la excavación se
encuentran en el Museo Numantino. Excelente edificio ubicado en el centro de
la ciudad de Soria que alberga, en las tres plantas dedicadas a exposición,
restos de esqueletos de animales prehistóricos. Impresionan el enorme colmillo
de un mamut lanudo encontrado en Ambrona, su mandíbula, o una gran vértebra; armas de guerra, monedas de distintos periodos históricos, y alfarería de
origen celtíbero, romano o musulmán. Resultan hermosos y fascinantes los
objetos de orfebrería, joyas y elementos de empleo común, como la pequeña fíbula
en forma de yegua (que no caballo, por motivos evidentes) que se ha convertido
en símbolo de la provincia. Paseando por sus salas llama poderosamente la
atención un grupo algo disperso que observa con especial curiosidad las vitrinas.
Van ataviados como personajes de otro tiempo: calzan botas de cuero anudadas a
las piernas con correajes, vestidos de sayal, cascos que imitan el bronce,
faldellines, chalecos de piel, cantimploras de barro cocido; los varones portan
armas (imitaciones, estamos en un museo), cuchillos de doble antena al
cinto, y se dejan largos los cabellos o las barbas: visten y muestran el vestido y
aspecto toscos de aquella época. Tal vez se inspiren para sus atavíos en los
elementos que encuentran allí: este mismo día ha tenido lugar una representación
teatral del cerco de Numancia, en el mismo lugar donde hace veintidós siglos
ocurrió el hecho histórico. Parece que la cultura ha podido con la guerra, al menos de momento.
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