El arte de Frida Khalo,

¿Dónde reside en realidad? Yo diría que, en la introspección, ese sacar fuera a través de una obra pictórica más bien deficiente las emociones, sentimientos, dolor, esperanzas, traiciones, contradicciones. También vitalista, a pesar de las desavenencias que formaron parte de su existencia: al final compone un personaje popular, igual que el Che Guevara o Marilyn. Pero ¿acaso no ocurre esto con la mayoría de los artistas? ¿No son todos víctimas de sus circunstancias y se expresan a través de estas? La pintura de Khalo es a menudo infantil, a pesar de sus esfuerzos constantes por mejorarla, de convivir con un autor controvertido y reconocido en su tiempo, Diego Rivera. Con su obra refleja, en cambio, el sufrimiento intenso de sus lesiones, su resistencia, la agonía lacerante de vivir encamada, encadenada a las intervenciones que trataron de aliviarla y padeció a lo largo de gran parte de su vida.

Frida apuesta por mostrar el folclorismo, el indigenismo, el mexicanismo cuando esto suponía ir contracorriente (1930): se denostaba el campo, la tierra, la raíz. Ella adopta, para su imagen pública, el aspecto femenino de aquella sociedad indígena con la que comparte sentimientos y donde se reconoce: vestidos, actitudes, adornos, peinados, sus célebres cejas -no tan unidas como se reproducen en los afiches, las fotografías dan cuenta-, el leve bozo del que hacía gala; lo hacía cuando estos no eran, como ahora, moneda de cambio, tendencia; no formaban parte de la actual corriente, “empoderamiento de la mujer”. Se convierte así en avanzada a su tiempo, reivindicada, además de por su obra, como referente feminista. Denunciando atrocidades como el maltrato o la violencia contra las mujeres: «siete piquetitos no más», declara ante el cadáver sangrante de una asesinada.

En cambio, su pintura como tal, al margen del posicionamiento ideológico o personal me resulta pobre, tal vez por tan reproducida, manida, explotada, vindicada. Recientemente, una amiga vestía una colorida cazadora donde, a modo de viñetas, figuraba la reproducción multiplicada del rostro de la artista: su mejor imagen promocional, igual a la foto que Korda tomó del Che.

Volviendo al tono expresivo, aprecio su relación con la sexualidad, su necesidad imperiosa y nunca consumada de ser madre. La muestra desinhibida y recurrente de la unión de los sexos en forma de espermatozoides, óvulos, vaginas; concepciones oníricas que la llevaron a ser invitada por André Bretón a formar parte del movimiento surrealista. El deseo de parir a los hijos de Rivera, su marido, con quien mantuvo una relación de amor temprana -censurada por los padres de ella: se casaron cuando esta tenía veintidós años y él cuarenta y cuatro- y la llevó a sufrir un par de abortos; estos quedan plasmados también en su obra.

Artista reconocido y aprendiz; hombre mundano, cosmopolita, y mujer apegada a la tierra, a sus referentes. La relación sufrió turbulencias que igualmente reflejó en sus cuadros: infidelidades, celos, separaciones, reconciliaciones. El arte y el amor.

Y la política. Su relación estrecha con el exiliado y perseguido, León Trosky; la participación en los actos propagandísticos, reivindicativos de este ideólogo del comunismo antes de su brutal asesinato. De ello se hace eco, asimismo, la exposición en la Casa de México de Madrid.

Una pega. Las elevadas temperaturas que sufre la capital estos días (entre treinta y seis y cuarenta grados centígrados en las calles), ha llevado a los encargados de salas de exposiciones y teatros a enloquecer con la programación del aire acondicionado, establecido en índices delirantes: en la muestra sobre los trabajos de la artista algunas salas marcaban 17,5ºC, se hacía preciso vestir jersey en el interior para quitárselo de nuevo en el exterior, exponiéndose a un resfriado o un golpe de calor. Uno se pregunta cuánto costará refrigerar esos lugares. Cuánto hay de propaganda en la decisión del Gobierno de subir a 27ºC la temperatura de los locales de ocio.

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