El arte de Frida Khalo,
Frida apuesta por mostrar el folclorismo, el indigenismo, el
mexicanismo cuando esto suponía ir contracorriente (1930): se denostaba el
campo, la tierra, la raíz. Ella adopta, para su imagen pública, el aspecto femenino
de aquella sociedad indígena con la que comparte sentimientos y donde se
reconoce: vestidos, actitudes, adornos, peinados, sus célebres cejas -no tan unidas
como se reproducen en los afiches, las fotografías dan cuenta-, el leve bozo
del que hacía gala; lo hacía cuando estos no eran, como ahora, moneda de
cambio, tendencia; no formaban parte de la actual corriente, “empoderamiento de
la mujer”. Se convierte así en avanzada a su tiempo, reivindicada, además de
por su obra, como referente feminista. Denunciando atrocidades como el maltrato
o la violencia contra las mujeres: «siete piquetitos no más», declara ante el
cadáver sangrante de una asesinada.
En cambio, su pintura como tal, al margen del posicionamiento
ideológico o personal me resulta pobre, tal vez por tan reproducida, manida,
explotada, vindicada. Recientemente, una amiga vestía una colorida cazadora
donde, a modo de viñetas, figuraba la reproducción multiplicada del rostro de
la artista: su mejor imagen promocional, igual a la foto que Korda tomó del
Che.
Volviendo al tono expresivo, aprecio su relación con la
sexualidad, su necesidad imperiosa y nunca consumada de ser madre. La muestra
desinhibida y recurrente de la unión de los sexos en forma de espermatozoides,
óvulos, vaginas; concepciones oníricas que la llevaron a ser invitada por André
Bretón a formar parte del movimiento surrealista. El deseo de parir a los hijos
de Rivera, su marido, con quien mantuvo una relación de amor temprana -censurada
por los padres de ella: se casaron cuando esta tenía veintidós años y él
cuarenta y cuatro- y la llevó a sufrir un par de abortos; estos quedan
plasmados también en su obra.
Artista reconocido y aprendiz; hombre mundano, cosmopolita,
y mujer apegada a la tierra, a sus referentes. La relación sufrió turbulencias
que igualmente reflejó en sus cuadros: infidelidades, celos, separaciones,
reconciliaciones. El arte y el amor.
Y la política. Su relación estrecha con el exiliado y
perseguido, León Trosky; la participación en los actos propagandísticos,
reivindicativos de este ideólogo del comunismo antes de su brutal asesinato. De
ello se hace eco, asimismo, la exposición en la Casa de México de Madrid.
Una pega. Las elevadas temperaturas que sufre la capital
estos días (entre treinta y seis y cuarenta grados centígrados en las calles),
ha llevado a los encargados de salas de exposiciones y teatros a enloquecer con
la programación del aire acondicionado, establecido en índices delirantes: en
la muestra sobre los trabajos de la artista algunas salas marcaban 17,5ºC, se
hacía preciso vestir jersey en el interior para quitárselo de nuevo en el
exterior, exponiéndose a un resfriado o un golpe de calor. Uno se pregunta
cuánto costará refrigerar esos lugares. Cuánto hay de propaganda en la decisión
del Gobierno de subir a 27ºC la temperatura de los locales de ocio.
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